En la rica tradición culinaria argentina, un invento ha dejado una marca indeleble en el arte de hacer pasta: “Pastalinda”. Esta creación argentina ha elevado la fabricación de pasta a nuevas alturas, fusionando la herencia italiana con la ingeniería argentina. Este viaje no sólo ha sido una odisea culinaria sino también una exploración fascinante de la propiedad intelectual y la legislación en Argentina.
En 1948, don Augusto Prot, de origen italiano, decide instalarse en General Las Heras, provincia de Buenos Aires, y dedicarse a la fabricación de maquinaria agrícola. Como buen italiano, tenía predilección por un buen plato de pastas y, gracias a su formación en el mundo de la mecánica, se inspiró para crear una máquina que facilitara esta tarea. El primer prototipo era de madera, pero el inventor quería un producto indestructible, así que lo hizo de fundición de aluminio, por su reconocida calidad.
Este ingenioso dispositivo no sólo automatizó el proceso sino que también introdujo mejoras en el diseño y la funcionalidad, las cuales elevaron la experiencia de hacer pasta a nuevas alturas. La calidad y la eficiencia de Pastalinda pronto la convirtieron en un fenómeno gastronómico.
La historia cuenta que una de sus hijas dijo: “Qué linda máquina de pastas, es una pasta linda” y así comenzó la magia. A partir de ahí, se realizó tanto el registro de la marca como el patentamiento del invento. Primero lanzaron Pastalinda para el hogar en 1950 y años más tarde Pastalinda para hoteles, logrando una creciente popularidad.
La protección legal se fortaleció con el registro de marcas y la concesión de patentes. “Pastalinda” se convirtió en una marca registrada, asegurando que solo los productos auténticos llevaran su nombre. Las patentes, por otro lado, garantizaron la exclusividad de la innovación técnica que hizo posible esta revolución en la fabricación de pasta.
En los años 70, Pastalinda producía en promedio 200 máquinas por día, con picos de entre 350 y 400 unidades; contaba con tecnología de vanguardia para esos años. Sin embargo, en la década de 80 dejaron de invertir, y por ende, la tecnología empezó a quedar obsoleta. Aunque la ley de patentes en Argentina data del año 1864, no fue hasta 1995 que se comenzaron a plantear cambios en la normativa para abordar innovaciones como ésta.
A lo largo de estos años, Pastalinda trascendió las fronteras argentinas para convertirse en un nombre reconocido internacionalmente. Hoy en día, se vende en Uruguay, Chile y Perú, y durante la cuarentena, llegaron a Paraguay y Canadá. Pastalinda no tiene competencia en el mundo y es líder en Argentina y en el globo. Esto plantea desafíos para proteger no sólo el diseño original sino también las mejoras que puedan realizarse sobre él, teniendo en cuenta las nuevas tecnologías que ofrece el mercado y las necesidades actuales de los consumidores.
Hoy, Pastalinda no sólo es un artefacto culinario sino un emblema de la capacidad argentina para innovar en cualquier campo. Su legado va más allá de la cocina; no sólo perfeccionó el arte de hacer pasta sino que también dejó una huella indeleble en la historia de la propiedad intelectual en el país.
La historia de Pastalinda es un ejemplo inspirador de cómo la creatividad puede transformarse en innovación y cómo la legislación puede evolucionar para proteger esa creatividad en el ámbito culinario. Desde sus humildes comienzos hasta su estatus como un ícono global, Pastalinda ha trascendido las barreras de la cocina para convertirse en un símbolo de la capacidad argentina para perfeccionar incluso las artes culinarias, respaldado por una sólida protección legal de su propiedad intelectual.
(*) Agente de la propiedad industrial
(**) Agente de la propiedad industrial, abogada