Las pasadas elecciones primarias mostraron una contundente impresión que podrá admitir variaciones más o menos importantes, pues se trata de la primera etapa de un proceso electoral en el que los electores pueden decidir votar de manera diferente en las distintas rondas.
Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito
Desde hace meses lo plantean ciertos comunicadores: “Las PASO son una encuesta cara”, coinciden. “Más de 4.500 millones de pesos que podrían reforzar otras partidas del presupuesto”, señalan. “Muy pocos o casi ningún partido o coalición dirimirá sus listas definitivas en la primaria”, profundizan. “Generan una muy larga campaña que desgasta tanto a los candidatos como a la voluntad popular”, aseguran.
La dirigencia -en particular cuadros del Gobierno nacional y algunos oficialistas provinciales- asienten por lo bajo. “Es que las PASO no definen nada, perdieron su sentido original”, justifican. Dos provincias las suspendieron -Chaco y Catamarca- y se llegó a plantear en el Congreso, por el radicalismo, una iniciativa en ese sentido.
Hacia el 11 de agosto (11-A), la conveniencia de eliminar una elección nacional obligatoria, la primera en la que el ciudadano expresa su opción, era defendida por importantes analistas argentinos. Quedó claro en 2015 que, en materia de renovación presidencial, las PASO funcionan como una primera vuelta electoral. Nadie entonces planteó la actual tesitura. ¿Es que -de pronto- ya sobraban, para asegurar la calidad institucional, en el orden electoral argentino?
Nos preguntamos cómo hubieran funcionado -de existir entonces- las PASO en 2003, cuando Néstor Kirchner -con algo más de 20 puntos- fue ungido presidente por la renuncia del candidato más votado, Carlos Menem, a participar del balotaje. El patagónico hubiera contado con una legitimidad de inicio más consistente. Asimismo, ¿cómo hubiera resultado la última presidencial, sin las PASO? Le hubiera resultado muy complejo al equipo conducido por Jaime Durán Barba lograr la victoria sin aprovechar tres vueltas.
Aplicadas por quinta vez en 2019, las PASO cumplen el objetivo: consolidan posiciones.
Permitiendo, en tiempos de profunda incertidumbre -las encuestas fallan por parciales y lábiles-, perfilar el país político real. Es posible que la herramienta llegó a integrar el andamiaje jurídico nacional un poco tarde, al final de una ola de reformas políticas comenzada en las provincias. No ayudó a vertebrar un sistema de partidos, ya que aquel bipartidismo sobre el cual descansó la reforma constitucional de 1994 -que incluyó el tercer senador y el balotaje entre otros cambios-, se fue desflorando por diversos factores profundizados a la fecha de su sanción: fraccionamiento -división de partidos nacionales o provincialización de estructuras-, fallida “transversalización”, etcétera. Ello determinó la permanente modificación de sellos electorales y alianzas. Pero no puede decirse que las preferencias alumbradas tras el 11-A, sean tan distintas a las conocidas históricamente, predominando una mayoría afín con el antiguo justicialismo, y una primera minoría de profesión antiperonista. Tras este núcleo duro, que explica más del 80% del total, se arrastran lejanos los convoyes que reúnen al resto de expresiones.
El impacto institucional de las PASO es evidente. No permiten la proclamación de los candidatos, pero tampoco es su finalidad. Garantizan un sinceramiento que no siempre y probablemente cada vez sea más difícil precisar por sondeos previos; y que muy valioso hubiera sido esperar con naturalidad -y un buen plan- tanto por los actores políticos.
Mientras el comando PRO aseguraba una excelente performance para el 11-A, el búnker de Alberto Fernández transmitía seguridad sobre una victoria amplia, aunque no rotunda. Ni unos ni otros contaron con diagnósticos precisos. La noche del domingo los sorprendió, y el día lunes los sobrepasó. ¿Cuánto costaron las PASO: los tan mentados 4.500 millones o una aparentemente imprevista devaluación, más las gravosas medidas electoralistas de Presidencia, dictadas por espasmo? Ni los candidatos, ni sus asesores, auscultaron correctamente al país político real. ¿Y los comunicadores? Tan desinformados como los políticos, se mandaron a guardar.
Comparando
Argentina es uno de los pocos países que cuenta con elecciones primarias “obligatorias” -respecto a organización por el poder público más deber ciudadano de concurrencia – y financiadas estatalmente. Entre los que optan por la obligatoriedad de organizar la elección, tenemos variantes (Uruguay, Honduras, Paraguay, Perú, Ecuador, México, Bolivia) aunque sólo en Honduras es obligatoria la concurrencia a votar. Entre las no obligatorias, no las regulan Brasil o Nicaragua, mientras que para Chile o Colombia, si se realizan, las elecciones deben seguir prescripciones legalmente establecidas.
En nuestras provincias, tenemos PASO en 12 jurisdicciones (incluida La Pampa, donde se denominan “internas”). No obstante, como lo han estudiado los expertos, a pesar de ciertas variantes el peso de los oficialismos es mayor: de 233 comicios para gobernador y demás cargos, en 10 turnos entre 1983 y 2019 -los presidenciales fueron ocho en el mismo término-, existen seis jurisdicciones en las que nunca hubo alternancia de partidos y sólo en nueve oportunidades sobre 70 intentos -considerando a Vidal aunque todavía no ocurrió la primera vuelta- un gobernador no pudo ser reelecto.
Las PASO mostraron una contundente impresión que podrá admitir variaciones más o menos importantes, pues se trata de la primera etapa de un proceso electoral en el que los electores pueden decidir votar de manera diferente en las distintas rondas. Parece mentira que quienes promueven suprimir la elección sean personas cuya vida ha transitado entre dos centurias, que vivieron el mundo y la Argentina del Siglo XX -incluidas una o varias dictaduras- y el contexto del siglo actual. Desde hace casi 40 años decidimos democráticamente quiénes serán los inquilinos de la Casa Rosada; y las PASO no han conspirado contra la calidad institucional.
Por el contrario, son valiosas para la alternancia.
Para el oficialismo, fueron un baño de realidad: se terminó una manera de hacer política y gobierno y ojalá puedan salir de su encerrona. Para los que pretenden recuperar el poder, una señal de salud, en un camino que aún requiere transitar paradas muy importantes que siguen obligando al máximo esfuerzo.
Los plazos o distancias entre la primaria y la primera vuelta, los modos de implementación o alternativas de participación, el ejercicio de las tecnologías electrónicas de votación, entre otras, son alternativas considerables en una evolución de la herramienta. Pero, como en el truco, sigue siendo válido: “Paso… y quiero”.