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Paso a paso

Por Elba Fernández Grillo * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Elba Fernández Grillo *

En nuestras salas de mediación escuchamos historias parecidas, a veces casi idénticas, sólo que protagonizadas por actores distintos. Cuando trabajamos en aquellas causas del fuero de familia, casi siempre que son derivadas a mediación es porque las parejas están separadas y tienen hijos.
Entonces llegan con un gran desorden: no pueden consensuar un sistema equitativo en que ambos progenitores disfruten de sus hijos; no pueden organizar una agenda en la cual se distribuyan las actividades a cumplir por cada uno; no saben con cuánto deben ayudar al otro papá que paga el colegio, la luz, los alimentos, las zapatillas.
Todo este caos (que por lo general es contado en la primera reunión) les hace vivir angustiados; ellos y sus hijos están sufriendo esta falta de “entendimiento”.
Lentamente y trabajando con preguntas -los mediadores hacemos muchas-, vamos intentando establecer una grilla de actividades de los hijos y de los padres, horarios de colegio, distancias entre las viviendas del papá y de la mamá, horarios laborales, etcétera.
Luego, si logramos conformar a los dos con respecto a este nuevo sistema de responsabilidades, pasamos a trabajar la prestación alimentaria, es decir, el dinero que recibe la madre o el padre con quien viven los niños.

Así vamos elaborando un posible acuerdo sobre estas cuestiones -que son muy importantes- y que antes de comenzar el proceso de mediación no tenían; es más, ni siquiera se hablaban entre ellos. En las reuniones, con la intervención de nosotros los mediadores, van recuperando cierto diálogo.
Más o menos con esta modalidad transcurría la negociación entre Patricia y Agustín, ambos profesores de gimnasia, padres de dos hijos pequeños.
Cuando parecía que ya estaba todo ordenado, Agustín empezó a reclamar que Patricia le devolviera la mesita de luz de la abuela, el colchón del tío Jorge, la heladera de su hermana, la mesa de su mamá.
Era interminable la lista de objetos que exigía le fueran restituidos pues -decía- cuando se fueron a vivir juntos él aportó estos elementos. ¿Podemos negociar la devolución de la heladera donde se guardan los alimentos de los niños? ¿Es razonable dejarlos sin el colchón donde duermen?
Los mediadores respetamos los temas que las partes traen a la mesa de negociación pero en un contexto como el de Argentina en el presente, en el que los papás apenas pueden sostener económicamente sus hogares y a sus hijos, ¿podemos continuar siendo imparciales frente a estos temas?
Le pedimos a Patricia que nos dijera qué pensaba de estos requerimientos de Agustín y nos contestó que no tenía cómo adquirir estos bienes, que además eran todos usados y que apenas vivían ella y los niños con su sueldo y el magro aporte de Agustín.

Debo reconocer que me invade cierta frustración cuando las personas no valoran todo lo logrado en el proceso de mediación. Entraron con una situación de caos que les generaba continuas peleas, lograron establecer una buena comunicación y reparto de horarios con los hijos, determinaron un monto de dinero y su actualización, es decir, ya habían dado un gran paso, pero Agustín pretendía más: arreglar todo, según sus palabras.
Cuando escuchamos estas generalizaciones los mediadores intentamos profundizar qué significa “todo” para esta persona, pues las narrativas y la construcción de un discurso es lo que nos habilita a una intervención.

Así, la escucha activa nos permite rescatar estos vocablos y resignificarlos para devolvérselos a ellos, las partes, con el fin de que consideren que son valoraciones subjetivas y que su concepción del todo es personal y de ninguna manera puede pretenderse que los demás lo consideren de la misma forma.
Le preguntamos a Agustín que entendía por “el todo” y nos contestó: algunos bienes muebles que quedaron en el departamento donde vivíamos, pero al reiterar Patricia que no tenía cómo reponérselos y que eran usado por los hijos, él reflexionó y no mencionó más este asunto.
Concluimos el proceso firmando sobre lo acordado y dejándolos a ellos para que fueran capaces de negociar los otros temas pendientes; había sido un aprendizaje esta negociación. Los mediadores pusimos punto final comentando que “podemos mucho, algo o un poco” pero que milagros o magia todavía no hacemos. Y no es la primera vez que lo expreso.

 

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