Europa y Medio Oriente viven la tan temida guerra de religiones que los popes de todos los credos quieren ocultar bajo la alfombra. Guerra que tendrá como escenario todos los continentes, sin perspectiva de un final a corto plazo. Las guerras religiosas, siempre, han durado décadas, centurias y dejan heridas difíciles de suturar.
Occidente, en tanto, corre hacia ninguna parte. No comprende qué sucede. Mal interpreta. Elude sus responsabilidades. Es el que -junto a las monarquías árabes- armó las milicias; es el beneficiario del petróleo que se contrabandea vía Turquía, y sus museos y coleccionistas de los saqueos del patrimonio arqueológico e histórico del Medio Oriente.
Ocurre desde la Edad Media. Ignora las implicancias del violento enfrentamiento por la sucesión de Mahoma entre Abu Bakr, un aristócrata perteneciente a la familia Omeya, suegro y mano derecha del Profeta; y Alí, primo de aquél, que los cristianos llaman “falso y perverso” y marido de Fátima, su hija. Conflicto que ha transitado, rozagante, catorce siglos.
En esa guerra, que conllevaba el control del poder secular de la confederación de tribus, unidas con mano dura por el Profeta, encuentra el fundamento político e ideológico del Estado Islámico de Irak y el Levante, (ISIS), bajo el mando supremo de Abu Bakr al-Baghdadi quien, en agosto de 2014, proclamó la creación de un nuevo califato que pretende gobernar a todos los musulmanes “allá donde estén”. Esto, exigiendo obediencia y “sumisión” a su líder, que gobierna con el nombre de Califa Ibrahim.
El califa Abu Bakr Al Bagdadi ha impuesto en su territorio la sharía -ley islámica- y no admite más creencia que la suya. La desobediencia acarrea la muerte. Ordena el exterminio sistemático de los infieles “donde se encuentren”, salvo que se conviertan y declaren ser “enemigos de las democracias decadentes de Occidente”.
El islam no tiene califa desde 1924, cuando Mustafa Kemal Ataturk abolió la figura del sultán de Estambul, quien, aun cuestionado, era el califa legítimo de toda la Umma o comunidad de musulmanes del mundo entero. Desde entonces el islam no tiene quien encarne una figura e institución que, al morir Mahoma, comenzó con Abu Bakr como primer califa o sucesor del Profeta. Bakr Al Bagdadi deberá convencer, primero, a los propios para ser obedecido.
Fuentes musulmanas de extrema confianza aseguran que sería muy difícil la reaparición de la figura de un califa legítimo que todos acepten. Fundamentalmente porque existe, en el mundo musulmán, una fuerte corriente secular que, a pesar del miedo de ser tratados como apostatas, considera la Guerra Santa una locura y reclama que cualquier persona tiene el derecho a creer y dejar creer, cuestionando la validez de las suras (versículos) de Al Qoran, que llaman a matar a los infieles, a pesar de la opinión mayoritaria de la ortodoxia.
Giovanni Sartori anota que “la guerra a la que asistimos es inédita, con cuatro características: terrorista, global, tecnológica y religiosa (…) El extremismo islámico crece porque atrae a jóvenes de todo el mundo y su fuerza deriva de que se alimenta de fanatismo religioso. La guerra terrorista del Estado Islámico es de una ferocidad que nuestra memoria histórica no recordaba. Es secundario el componente militar. Sólo se gana si sabemos reaccionar y no dudamos de nuestros valores y de nuestra civilización ético-política.”
Critica el empeño de Occidente por exportar la democracia a algunos países árabes, atento al fracaso de la Primavera Árabe: “La democracia no es exportable, sobre todo en los países islámicos, porque sus regímenes son teocracias fundadas sobre la voluntad de Alá, no sobre la voluntad del pueblo. Dios y pueblo son dos principios de legitimidad opuestos”.
Obama y los líderes europeos, en tanto, “demuestran que comprenden poco y mal lo que está sucediendo en Europa (…) Ha sabido expandirse, pero no es capaz de hacer una buena gestión (…) Europa ha sido concebida como una entidad sin defensas económicas y, por tanto, fácilmente conquistable (…) La gran sorpresa ha sido que los musulmanes de tercera generación no solamente no se han integrado sino que son los más rebeldes, porque no tienen trabajo, el Islam fanático los atrae y odian Occidente. Europa creyó que esos inmigrantes serían integrados en la tercera generación, como ocurrió en EEUU. Pero allí eran todos de procedencia europea y con la misma religión”.
No valen las simplificaciones. Se transita un tiempo nuevo. Desde este espacio de interpretación advertimos de que la caída de las Torres Gemelas tenía otro valor simbólico que el ataque al centro del poder. Ese día cumplía 80 años el primer asentamiento de judíos europeos en el territorio de Israel.
Los atentados terroristas en París, más allá del sentimiento de venganza, apuntan a quebrar el orgullo francés. El 11 de noviembre de 1918, en un vagón ferroviario detenido en el bosque de Compiègne, el imperio alemán firmó su rendición poniendo fin a la Primera Guerra Mundial. Rendición que se celebró con un banquete servido en una residencia ubicada en el corazón del Boulevard Voltaire.