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El libre comercio en perspectiva (II)

Por Mauro Berengan (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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En la primera de estas notas presentamos la escena sucedida en Mar del Plata hace 10 años que dio fin al intento de implementación del ALCA en nuestro continente, sosteniendo que este hecho marcaría el ingreso definitivo de América Latina a la geopolítica internacional con formas y contenidos propios.

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Luego, centramos el análisis en la instauración del capitalismo como sistema que va paulatinamente (a lo largo de varios siglos) derribando las barreras que en las distintas culturas impedían el desarrollo de las leyes de la economía y el comercio como fuerza motora y estructurante de la sociedad, fueran estas religiosas, legales, familiares o de otro tipo.

En esta segunda entrega continuaremos con la última y más radical fase de la comercialización de todas las cosas: el neoliberalismo. Pues es en este modelo en el que se encuadra el intento de implementación del ALCA en el continente.

La construcción hegemónica neoliberal fue quizás la ofensiva más audaz, completa y veloz que el capitalismo haya conocido. No sólo se debían volver libremente comerciables aquellos productos que el keynesianismo había regulado sino que debía avanzarse sobre aspectos de la vida antes no sujetos a las leyes de la economía. Los sistemas educativo y de salud serían dos de sus grandes víctimas; no sólo deteriorando hospitales y escuelas públicas para volcar a la población al sistema privado ¿Por qué, si no, los marcos de los lentes que muchos usamos cotidianamente cuestan más de mil pesos, siendo no mucho más que un alambre con forma? Porque están librados a la fuerza del mercado, a la demanda perentoria de no ver. El capitalismo daba así un paso más en el derrumbe de lo no comerciable.

Sus bases fueron sembradas -como vimos en la entrega anterior- por las dictaduras latinoamericanas que no sólo secuestraron y desaparecieron buena parte de los sectores activos que se opondrían al neoliberalismo (y al capitalismo en sí mismo) sino que también implementaron campañas mediáticas contra las industrias nacionales y endeudaron los países sometiéndolos a los dictámenes -neoliberales- del FMI y el Banco Mundial. Pero su consumación en tiempo record ocurriría en la década del 90 en todo el continente. Carlos Menem, Sánchez de Lozada, Fernando Henrique Cardoso, Carlos Andrés Pérez y tantos otros presidentes implementaron las privatizaciones de empresas estatales con su corolario de despidos masivos, eliminación de la seguridad social, mediatización de la sociedad, satisfacción del ego en el consumo estilo shopping center y -en lo que nos compete- la desregulación del comercio y la paulatina eliminación de las barreras arancelarias. Esto favoreció claro a los sectores primarios y exportadores de materias primas, por lo que no faltaron poderosos adeptos en nuestras tierras. El ALCA fue entonces el intento de alcanzar el punto cúlmine de un modelo de perfeccionamiento de las ganancias del capital transnacional.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), firmado en 1991, produjo el desarme industrial del país más débil del tratado. El mundo lamenta hoy cotidianamente las noticias que llegan de México, uno de los pocos países de América Latina cuyos índices en la calidad de vida no han mejorado. Pues las asimetrías entre países impiden el flujo regular de mercancías, y más con Estados Unidos, que no sólo es un país industrial sino también productor de materias primas, lo que impide cualquier tipo de complementareidad con nuestra región. Sin olvidar que son libres las mercancías pero no las personas, por lo que la pobreza que el libre comercio genera a los países más chicos se ve apartada de los países más grandes con muros de ladrillo y pólvora o mares de lecho humano.

George Bush (h) llegó a Mar del Plata sonriente, tenía el apoyo de casi 30 países para avanzar sobre la extensión del libre comercio a toda la región. Solo cinco países se oponían: Venezuela y los miembros del Mercosur. Pero la región sabía ya demasiado sobre el libre comercio. Desde el Caracazo al “Argentinazo”, los pueblos latinoamericanos se habían levantado contra los resultados de las implementaciones privatizadoras y desreguladoras: desempleo, precariedad, individualismo, hambre, desarme de escuelas y hospitales, relaciones carnales con el norte y desprecio por el sur. El ALCA fue entonces rechazado por la contundente movilización popular en Mar del Plata, y por un grupo de presidentes dispuestos a escucharla.

La historia del ALCA finaliza en el rostro de Bush: “No me esperaba esto”, dijo al despedirse. Pero no así las pretensiones geopolíticas estadounidenses ni los intentos por establecer nuevos tratados de libre comercio. El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, recientemente firmado con apoyo de algunos países de la región, es una muestra de ello.

Más a su modo, dando saltos, con cánticos de fútbol, pieles morenas y acentos del trópico, Latinoamérica parece disputarse su propio camino como jamás lo había hecho, contradiciendo directrices nunca antes contradichas. Nos queda por saber cuán fuerte será su memoria, pues del saber y la memoria depende la historia para jamás terminar.

(*) Licenciado en Historia por la UNC. Docente e investigador.

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