Su personalidad y carácter moral forjó un nuevo país y unió un continente
Por Luis R. Carranza Torres
Al acabar la Segunda Guerra Mundial en 1945, Konrad Hermann Joseph Adenauer, uno de los perseguidos preferidos del nazismo, tenía 69 años; a la hora que muchos piensan en retirarse, él no estaba sino por empezar.
Conservador y demócrata, era de ideas confederalistas y creía en una sociedad abierta, plural, respetuosa de la ley y de los derechos de las personas. No podía ser más distinto de los diversos regímenes totalitarios, desde el absolutismo prusiano al nazismo de Hitler, pasando por la autocracia del Káiser, que asolaron Alemania y la llevaron a dos guerras mundiales.
Liberado de un campo de concentración y repuesto en la alcaldía de Colonia por los estadounidenses, no pudo ejercer mucho tiempo ese cargo. Luego de cedida la zona a los británicos como territorio de ocupación, éstos lo cesaron del puesto por “incompetencia” en octubre de 1945. Entonces, este veterano abogado que había obtenido su título en la Universidad de Friburgo, crítico de las políticas inglesas de ocupación, se dedicó a conformar una nueva fuerza política, a pesar de hallarse prohibido el agrupamiento político por los ocupantes. Tal como antes con el nazismo.
Como dice Paul Johnson, en la parte de su obra Tiempos modernos titulada “El Lázaro europeo” respecto de Adenauer, éste “no era un separatista renano sino más bien un federalista pero no depositaba la más mínima confianza en ninguno de los ‘genios alemanes”. Insistía en que los “alemanes son belgas con megalomanía”. Los prusianos eran los peores: “Un prusiano es un eslavo que ha olvidado quién era su abuelo…”. Solía decir: “Cuando el tren nocturno de Colonia a Berlín cruzaba el Elba, yo ya no podía dormir”. En el régimen de Weimar, el alcalde de Colonia era el jefe oficioso de la comunidad católica alemana y eso era suficiente para Adenauer. No tenía ni rastros del sentimiento racial alemán y tampoco nada de respeto por el Estado bismarckiano. ¿Qué le habían dado a los católicos alemanes? Los sufrimientos de la Kulturkampf”. La lucha política, social y cultural contra los católicos alemanes llevada a cabo por Bismark”.
Adenauer tomó parte de la creación de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania, fuerza política concebida en la misma línea que el Zentrum pero con una amplia redefinición de los esquemas doctrinales católicos, a fin de poder confluir protestantes, católicos y quienes lo no fueran en un esquema laico pero compatible con las principales líneas del pensamiento cristiano.
Con él alcanzó la presidencia del Consejo Parlamentario reunido en Bonn, constituido en 1948 por los tres aliados occidentales ocupantes con el encargo de elaborar una ley fundamental que restableciera la soberanía y la estatalidad alemanas en tales zonas. Lo que se hizo bajo la denominación de “Bundesrepublik Deutschland”, República Federal de Alemania.
Elegido en 1949 como su primer canciller por un solo voto de diferencia sobre su rival, se alió con los liberales para alcanzar la mayoría necesaria en el Bundestag. “El viejo del Rin”, como se le apodaba, ya había cumplido 73 años. Sus médicos le habían dicho que podría desempeñar el cargo durante dos años; se quedó 14.
En la ceremonia de traspaso de poderes, como narra Hagen Schulze en su Historia de Alemania, “para dejar bien claro cuál era la situación de la República Federal de Alemania, durante la ceremonia los tres representantes de los aliados iban a estar sobre una alfombra roja, mientras que la delegación alemana ocuparía un lugar junto a la alfombra”.
Sin embargo, con la cintura política que lo caracterizaba, el nuevo canciller caminó por la que se suponía no debía pisar. El mensaje era claro: el nuevo país no sería un apéndice de nadie. Pero también aprendería de las atrocidades de sus predecesores.
En su gobierno, no pudo evitar el establecimiento de otro Estado alemán en la antigua zona soviética pero pudo reconstruir el país en un tiempo récord de sus escombros morales, políticos y económicos, dando origen a lo que se denominaría, en cuanto a la reconstrucción material y al aumento del nivel de vida, “el milagro alemán”.
Católico devoto, fue canciller de Alemania hasta los 87 años, algo que él mismo atribuyó a que nunca dejó de trabajar intensamente y a su asombroso instinto político. Estableció una sociedad basada, políticamente, en la democracia liberal con sustento en la economía social de mercado y la proscripción de todo pensamiento totalitario.
Restauró la imagen alemana en el mundo y desarrolló asimismo una política exterior orientada a Occidente. Restableció las fuerzas armadas alemanas, organizando la Bundeswehr bajo la figura del ciudadano-soldado, opuesta al paradigma de la obediencia ciega prusiana. Propugnó la integración económica europea mediante el estrechamiento de relaciones con sus antiguos adversarios, logrando romper el círculo vicioso de desconfianza, temores y odios. Hizo a su nación miembro de la OTAN pero no pudo conseguir el objetivo de la reunificación con la Alemania Oriental.
Después de firmar un histórico tratado de amistad con Francia, abandonó su cargo en 1963, aunque permaneció como líder del partido hasta 1966. Se dedicó a redactar sus memorias. Murió de un infarto al corazón en Rhöndorf, el 19 de abril de 1967.
En 2003, sus connacionales lo eligieron “el alemán más grande de todos los tiempos”.