George F. Kennan, ideólogo de la Guerra Fría

La mayoría de los comentaristas, más allá de ser meros lectores de diarios, tergiversan las formulaciones teóricas y/o estratégicas de los grupos de pensadores que diseñan la política exterior de las mayores potencias de la tierra.

Quizás esa sea la razón por la que escasos estudiosos se atrevieron seriamente a poner bajo una lupa la política exterior de Estados Unidos. Citamos la política para Argentina y América Latina, el desarrollo de la guerra en Ucrania, los tiras y aflojes en el mar de la China y los ejercicios militares que se despliegan a lo largo y ancho del mundo, monitoreados por el Pentágono y sus aliados -Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia, España y los restantes miembros de la OTAN-.

Pero sí se acercó la lupa a la influencia de los ejercicios militares de sus rivales encabezados por Rusia, China, Corea del Norte y naciones africanas bañadas por el océano Índico.

Para entender cuál será el devenir de nuestra aventura semanal sería oportuno invitar a releer los “manuales” de estrategia que borronearon Nicholas J. Spykman, Zbigniew Brzezinski y el longevo y siempre activo Henry Kissinger, nombres casi desconocidos para quienes, por este tiempo, pretenden orientar el debate geopolítico de uno y otro lado de la trinchera que se profundiza día tras día.

Pero el desafío es aún mayor. Es intentar convencerles para que se atrevan recalar en las playas del poderoso cerebro de George F. Kennan, el principal ideólogo de la Guerra Fría. Arquitecto de la política imperialista "yanqui", cuya piedra basal la constituyen las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, junto a la sumisión política y económica de la Europa de postguerra y América Latina y el Caribe.

Kennan fue una mentalidad superior. Desde muy joven revistó en las filas del Departamento de Estado, que invirtió miles de dólares para sostener su formación y permanencia en Europa.

Estadía que se justificaba por su tránsito por los claustros más prestigiosos, coordinado con su tarea de vigilancia a la Unión Soviética, la que recorrió en reiteradas oportunidades con identidades diversas.

Algunos de sus más atrevidos biógrafos y exégetas cuentan sus travesuras -con visos de leyenda- en los alrededores de los despachos de Alekséi Kosyguin y Mijaíl Jrunichev, integrantes destacados del politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

Tan grande fue el conocimiento acumulado por Kennan que pronto se transformó en el mayor experto occidental en cultura rusa.

Un sinnúmero de universidades soviéticas -a pesar de los berrinches del Kremlin- le tenían como hombre de referencia y consulta obligada. Bien lo pueden atestiguar los cordobeses que, en los años calientes de la Guerra Fría, cursaron sus estudios becados por la Universidad Patrice Lumumba.

Es menester retornar el tema central de este breve punteo político biográfico. La cátedra Kennan en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton fue el cerebro que movía los hilos secretos del gobierno del presidente Harry Trumann.

Nuestro hombre fue, a la vez, Director de Planeamiento del Departamento de Estado (US State Department Policy Planning Staff), “padre” del Plan Marshall y creador del Departamento de Operaciones Clandestinas en el Exterior de la CIA, cuyo manual de procedimientos -de su autoría- se mantuvo casi inalterable hasta el final de la Guerra de Vietnam.

Kennan fue un personaje que sorprendió a sus contemporáneos y es un auténtico misterio para historiadores y cientistas políticos. Todos saben por su boca que si no hay beneficios geopolíticos y/o económicos reales para la Casa Blanca nadie figura en la agenda Sala Oval ni entre sus prioridades.

Ante la presencia de Kennan en el Departamento de Estado, América Latina y el Caribe sintieron correr un frío por la espalda. ¿Cómo defenderse de la agresión imperial? Era el retorno a la era del Gran Garrote y la vigencia del Corolario de Roosevelt. Representaba el pensamiento de la élite dominante en Estados Unidos y la de las oligarquías latinoamericanas. Siervos vocacionales.

El por siempre enorme Juan José Arévalo -presidente de Guatemala- fue el primero en advertir el peligro. A su grito de alerta se sumó la mayoría de las naciones centroamericanas y los resistentes de Puerto Rico, la República Dominicana y Cuba, acompañados por la progresía del resto del continente.

La burguesía latinoamericana se abrazó al fascismo. Temía transitar los pasillos de los tribunales para sentarse en el banquillo de los acusados sospechados de corrupción y de saqueo de los bienes del Estado.

Jacobo Arbenz y Salvador Allende, junto a miles de luchadores populares, pagaron los platos rotos. Sabían que hay traidores a diestra y siniestra que se ocultan tras los velos del dogmatismo ideológico.

Juan Domingo Perón, cuando transcurría el tiempo de sus dos primeros gobiernos, hizo ingentes esfuerzos para acercarse a Kennan. Envió, al menos, cuatro delegaciones para entrevistar al funcionario y fracasaron.

Las memorias diplomáticas del salteño Mario Gabriel Ortuño Saravia son ricas en detalles sobre los pareceres de las delegaciones argentinas. Es la visión de un secretario de la embajada argentina que hacía sus primeros palotes en el Servicio Exterior de la Nación.

Su desazón se trasunta en cada palabra: “Nunca entendimos el destrato de Mr, Kennan. Sabía que Argentina pretendía colaborar sin condiciones en el combate al comunismo. Pero ganó la desconfianza", describe.

Enigmas de ese tenor pueblan la historia del peronismo. En diálogos reservados se reconoce la existencia de puntos controvertidos en la historia del justicialismo pero sus historiadores aseguran que nunca “levantaran la camiseta a los gobiernos del General”.

La Casa Blanca abrazó fraternalmente a las más oprobiosas dictaduras militares del continente. El propio Kennan, quizás, haya sido “el seleccionador” de los generales que devinieron en dictadores.

Lo que sí sabemos con certeza es que dirigía la academia en la que los adiestraban en las artes del Estado.

Un error, un engaño, una falsa percepción de la realidad puede alterar las líneas de acción imaginadas para el mundo de post guerra en los gabinetes conjuntos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Doctrina que justifica la utilización de la fuerza como razón de Estado para lograr la ansiada unanimidad en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Todo lo demás forma parte de un difuso segundo plano. Aún a costa de colisionar con el legado ético y humanista de Eleonor Roosevelt, condensado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A los lineamientos de Kennan que marcaron la estrategia de Estados Unidos entre 1949 y 1973, Washington los aplicó en sus guerras comerciales. Usa el proteccionismo y las barreras arancelarias y paraarancelarias para erigirse en el campeón del libre comercio. En tanto viola metódicamente todos los tratados que suscribe para obtener ganancias adicionales. Violaciones que facilitan los mercaderes locales tentados por ganancias extraordinarias a costa del progreso de sus naciones.

La doctrina Kennan impone en el campo de las relaciones internacionales el concepto de “excepcionalidad”, que usa para justificar ante su población acciones reprobables que ejecuta alrededor del mundo. Y así lo entendió el norteamericano medio a la hora de justificar desde la moral las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki o los crímenes de guerra cometidos en Vietnam.

El recalentamiento de las relaciones entre China, Rusia y Estados Unidos anuncia la llegada de un tiempo de confrontaciones directas.

Aún a sabiendas que sus consecuencias se asemejan a la Espada de Damocles sobre la cabeza de la humanidad toda, se velan armas. ¿Quién contará esta vez los miles de muertos que se enterraran alrededor del mundo?