Milagros en el Vaticano: aproximación a la relación entre Pío XII y sor Pascalina

Es diciembre de 1955. Roma está convulsionada. Fuentes vaticanas han dejado trascender que la dolencia que padece el Papa Pío XII - inquilino del Trono de Pedro desde el 2 de marzo de 1939- es terminal.

Las especulaciones crecen con el correr de las horas. Muchos, por razones de fe, cuestionan la noticia. Aseveran que el Papa es inmortal y hablan de una serie de milagros que se sucedían a su alrededor con sólo invocar su nombre a la hora de las plegarias.

Aseguran que hasta el mismo Cristo personificado velaba su sueño en momentos de gravedad. Sobre el hecho el Papado guarda hermético silencio. Otros, con un mayor fervor militante reclaman a la ciudad ayunos, cadenas de oración y procesiones en favor de Eugenio María Pacelli. Todas ellas cuajadas de fanatismo.

Los diarios de izquierda, plenos de dudas, refuerzan las noticias vaticanas y exploran sus relaciones con el Partido Demócrata Cristiano. Aseguran que se trata de una maniobra tendiente a favorecer al candidato católico a la intendencia de Roma.

En ese marco crispado trasciende una reunión que debía ser cuasi secreta. Los personajes de ese encuentro son al menos curiosos. ¿Qué hacían juntos la crema y nata de Cinechittà – el complejo de estudios de cine y televisión más grande de Europa- con cuatro altos oficiales de la Secretaría de Estado de la Ciudad Estado del Vaticano?

Los diarios del momento abundaron en datos. Otra vez fueron imprescindibles las filtraciones vaticanas que traficaban franciscanos, dominicos, agustinos y escolapios. A través de ellos se supo que se planificaba una campaña publicitaria que acrecentara la ya popular imagen papal. Debían, entre otras cuestiones, atemperar o desmentir la existencia de lazos ideológicos y/o amicales entre Pacelli y Adolf Hitler.

El encuentro de los extramuros tuvo efectos cuasi inmediatos. Sofía Loren, vestida de riguroso negro, fue recibida en la Biblioteca Vaticana. La prensa mundial no tuvo acceso al encuentro. Los partes de prensa de la oficina papal eran demasiado escuetos. Todos buscaban fuentes alternativas.

Volvemos a 1955. La guardia suiza detiene a un fraile dominico con casi un centenar de fotografías listas para su comercialización.

No existe igual celo con las fotografías que divulga la revista “Oggi”. Allí se muestra al pontífice paseando por los jardines del Palacio de Castelgandolfo. Juega con una pareja de corderitos, rodeado de niños a los que enseña a rezar y por casi un centenar de palomas. Rebosante de salud.

La producción fotográfica es más rica. Ingresa en la intimidad de los recintos apostólicos. Una de esas fotos muestra al Papa en oración y esa “vista” hace que Oggi agote cuatro ediciones en la semana.

En los barrios populares la foto se transforma en objeto de culto. La imagen enmarcada preside las paredes de los recintos más íntimos de los romanos, agobiados por las penurias económicas. Ello pese a la oposición de cientos de párrocos que no comprenden las razones de las devociones populares.

Los que sí celebran con una alegría inconmensurable son los directivos de Olivetti –la gran empresa manufacturera italiana de máquinas para oficinas y negocios- al descubrir, en la última fotografía de la producción, a Pio XII enfrentado al teclado de una máquina de escribir.

Es una Hispano Olivetti MS/46, que se transformó en el modelo más vendido en la historia de la empresa fundada a principios del siglo XX. La primicia de Oggi lanza a la calle a auténticos mastines de la noticia. Todo dato es comprable. Las mesas de edición arden. Los dateros están de parabienes. La guardia suiza bloquea las salidas del Vaticano y clausura sus túneles y alcantarillas.

La revista Época rompe la “pax” romana. Anuncia con letra casi catástrofe que Pio XII había sanado a un niño ciego cuando lo abrazó, pero nadie se atrevió a confirmar la noticia.

L'Osservatore Romano hizo silencio. La agencia de prensa fue intervenida. Se exigieron un centenar de renuncias. Germán Arciniegas, escribió para su red de diarios de América Latina y Europa, que miles de creyentes furiosos reclamaron que se abrieran las puertas de la Basílica de San Pedro y alguien contase lo que sucedía en los alrededores de Su Santidad.

El hermetismo eclesial había servido para que algunos diarios se preguntaran, con mucho sarcasmo, si “fue la Madonna o el figlio” quien visitó al Papa. Otros, mucho más irreverentes, insistían en saber la fecha exacta de la aparición de Cristo para demostrar que Pio XII no estuvo solo en sus aposentos en el momento de su crisis.

Cuando no parecía que L'Osservatore Romano confirmara la visión de Pio XII, la noticia llegó con mucho retraso. Habían transcurrido tres semanas. Lo que pudo ser una brisa se transformó en un huracán. Todos creían y dejaban de creer en un mismo instante.

En una nota marginal de L'Osservatore Romano –del 10 de diciembre del 55- se explica que la aparición de Jesús trascendió a la opinión pública como resultado de una indiscreción “movida sin duda por una buena intención, no deseada ni aprobada por el pontífice, el cual se mostró disgustado al enterarse”.

Pero como ocurre en ocasiones similares, la prensa profundiza su búsqueda. Analiza la debilidad argumental de la Iglesia y de los expertos comunicacionales de Cinechittà. Se discute si se puede exprimir hasta su última gota la especie.

Algunos pretenden hacer rodar la cabeza de obispos y cardenales a los que se acusa de “torpes e ineptos”. El sacerdote jesuita Virginio Rotondi, amigo entrañable de Sofía Loren, parece tener las llaves de todos los misterios. Él es el que debe avaluar las nuevas formas de comunicar. Edilio Rusconi juega sus cartas. Pretende para Oggi, su revista, otra exclusiva.

Las negociaciones son tensas. Hay avances y retrocesos. Hasta que interviene sor Pascalina Lehnert, la poderosa monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen que, para muchos, era el grupo alter ego de las SS.

Con tamaño aval se concreta la nueva entrevista…

Los historiadores vaticanos no tienen dudas de que el jesuita Rotondi conocía de primera mano los sucesos. Sor Pascalina, escriben algunos, le hizo tamaña revelación profundamente conmovida, y consideraba que el mundo debía conocer la noticia.

¿Pero quién era esa monja que tenía un rol clave en el papado de Pío XII? ¿Era la dueña de los secretos y las preocupaciones del pontífice? Se conocieron cuando Pacelli era nuncio apostólico en Alemania. Es que Pascalina fue un testigo de excepción.

Cuando la monarquía de los Wittelsbach había caído y se instauró el régimen socialdemócrata presidido por Kurt Eisner, ella fue una de las más hábiles consejeras. Avisó con antelación la proclamación de la efímera República Soviética de Baviera.

Cuando los revolucionarios invadieron la nunciatura, Pacelli y su monja enfrentaron a los asaltantes.

En 1920, Pacelli fue nombrado nuncio ante la República de Weimar, reteniendo la nunciatura de Munich. No marchó a Berlín hasta 1925, siendo precedido por sor Pascalina, a la que había enviado a la capital alemana para organizar la nueva representación pontificia.

En la nunciatura berlinesa Pacelli y su gobernanta se convirtieron en figuras claves de la vida diplomática berlinesa. Así, cuando Pacello fue llamado por Pío XI a Roma para capelo cardenalicio la trajo consigo a Roma.