Por Alicia Migliore (*)
Las dificultades de Margarita Zatzkin en el cursado de su carrera universitaria aparecen sintetizadas con certeza por las investigadoras María Cristina Vera de Flachs e Isabel Manachino de Pérez Roldán, coautoras del interesante trabajo titulado Mujeres en los claustros universitarios- escuela de parteras 1884-1970, en el que destacan la discriminación que sufrían las primeras mujeres que estudiaron Medicina, por compañeros y por las autoridades que indicaban clases separadas según el sexo y que cubrían los órganos sexuales con un trapo al estudiar cuerpos masculinos…
Naturalmente, Margarita realizó su tesis en el área ginecológica. Su condición de mujer le seguía erigiendo obstáculos a los pasos que pretendía dar. Sin embargo, su tarea se vio reflejada en su investigación un caso de dos tumores en una mujer, uno de los cuales era un quiste hidatídico y el otro, un embarazo que llevó a término, concluyendo que nunca debe descartarse la posibilidad de quiste hidatídico en útero.
La historia de Margarita no difiere en demasía de las historias de Cecilia Griergson, Elvira Rawson Guiñazú, Petrona Eyle, Teresa Ratto, Julieta Lanteri o Alicia Moreau. Todas ellas médicas, egresadas entre 1889 y 1914 de la Universidad de Buenos Aires. Todas inmigrantes o hijas nacidas a poco tiempo de radicarse los colonos inmigrantes. Todas dedicadas a la especialidad de ginecología, atendiendo la salud de las mujeres.
En esa tónica se involucraron en luchas feministas como modo de combatir la enfermedad, la pobreza y la ignorancia de las mujeres. Conscientes de sus derechos lucharon por los derechos de las mujeres.
Todas sortearon dificultades y casi todas han sido omitidas en el relato histórico. Se cuela en alguna línea la rebeldía de Julieta Lanteri, proponiendo ser candidata para ocupar un cargo político o pidiendo autorización presidencial para hacer el servicio militar y conquistar título de ciudadana; o se filtra también el coraje de Elvira Rawson Guiñazú, atendiendo heridos en la Revolución de 1890; permea la incondicional entrega de Cecilia Griergson, donando hasta su casa para una escuela, generosa en la pobreza, confiando en la educación y en la sociedad, la misma sociedad que le negó la jubilación como médica por sus números desempeños no rentados; intercala la militancia permanente y vitalicia por los derechos políticos de las mujeres de Alicia Moreau.
Citas breves, parece que no merecen más. Griergson y Moreau lograron el reconocimiento necesario para designar algunos tramos en nuestra ciudad de Córdoba; una en Centroamérica y la otra en Villa Rivera Indarte invitan en sus calles a evocar sus luchas. ¿Y quién sabe en Córdoba la historia de Margarita Zatzkin? ¿Y cómo podría conocerla el resto del país, si su propio terruño la oculta?
Recuperar esta epopeya personal de Margarita nos hace reparar también en la grandeza y justicia de la educación pública, en la importancia de abrir los claustros universitarios a todos los estratos sociales como finalmente se consagró en la Reforma de 1918, en el aporte de los inmigrantes a una tierra que los acogió como hijos propios… en los avances y retrocesos que como humanidad demostramos a diario.
Fundamentalmente rescato a Margarita como mujer que superó obstáculos que permanecen hasta hoy para sus congéneres y creo, por supuesto, que la omisión de su nombre y de su historia es deliberada.
Sirva el presente para que los cordobeses y su universidad, gloriosa en América toda, rescaten a esta hija excluida de la memoria.
*) Abogada-Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política