La historia guarda increíbles sorpresas; la geografía -escenario de todos sus actos- depara paisajes increíbles y cientos, miles de encrucijadas y cruceros de caminos que sirvieron, muchas veces, para cambiar el destino de las caravanas y del propio devenir histórico.
La isla de Malta y el archipiélago circundante, que navega en el centro del mar Mediterráneo, es uno de esos cruceros. Fue dominio de los mercaderes fenicios alrededor del año 1000 antes de Cristo, siendo base obligada para sus correrías en el Mediterráneo Occidental y su navegación atlántica que, para muchos, raya el territorio de la leyenda.
Los griegos llegaron más tarde y la integraron a la Magna Grecia dejando como muestra de su paso bellísimos templos y anfiteatros de belleza sin par. Los cartagineses, en el siglo VI antes de Cristo, fueron los primeros en comprender su valor estratégico-militar. Fue clave su dominio durante las Guerras Púnicas. Amilcar Barca la fortificó tornándola casi inexpugnable. Cuatrocientos años después los reemplazo Roma, que instala allí una ceca, las más importantes del Mare Nostrum y un centro de administración financiera que lleva las cuentas del imperio. Los historiadores católicos, al narrar la expansión del cristianismo, afirman que en el año 60 estuvo por allí el apóstol Pablo, del que se dice que naufragó en la actual bahía San Pablo.
En el año 870 arribaron a sus playas los árabes que dejaron como herencia el idioma. Los lingüistas y filólogos enfrentan ese aserto. Sostienen que los habitantes de la isla hablan una lengua diferente. En ella sobreviven, mayoritariamente, vocablos y fonemas de origen fenicio. Lenguaje que transitó los siglos con singular lozanía y despertó la curiosidad de historiadores de la talla de Arnold J. Toynbee y Eric Hobsbawn.
Sostener que todos los grandes navegantes recorrieron las aguas que la circunda no es disparatado. El siglo XI fue testigo del arribo de los normandos en su paso hacia Italia, dejando como huella restos de alrededor de tres centenares de drakkars noruegos -de 28,8 metros de largo y 5,10 de ancho, 16 remos con capacidad para 70 tripulantes- y un millar de navíos menores. Su presencia fue resistida hasta la extenuación por los árabes pertenecientes al Emirato aglabí establecido por los musulmanes en Sicilia. Así se forjó una nobleza del coraje que se tradujo en la división política y militar de la isla.
Hasta 1420 pasó por manos de cuanto señor feudal europeo tuviese una escuadra y fuerza suficiente para sostener la ocupación. Desde 1282, Malta fue propiedad de la Corona de Aragón, junto a Sicilia con la que tenía vínculos muy estrechos, después de que la conquistaran los almogávares de Roger de Llúria. El rey Alfonso V de Aragón, agobiado por las deudas, vendió la isla por 30.000 florines de oro. Los malteses se levantaron en armas en contra de la decisión real. La guerra civil duró cinco años. Los compradores, cansados de los problemas, devolvieron, tras una larga negociación, la propiedad a sus anteriores propietarios. En 1530, el emperador Carlos V –en cuyos dominios nunca se ponía el sol- cedió la isla a cambio de un halcón a la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, fundada por Gerardo Tum en 1084, e integrada por guerreros místicos, aventureros y comerciantes. Autores, según la leyenda, de una intrincada y extensa red de túneles defensivos a varios niveles sobre los que incluso algunos aseguran que atraviesan toda la extensión de la isla. No falta aquel que los hace llegar hasta Roma, por debajo del Mediterráneo. Veinte años después, sirvieron, con éxito, para derrotar a las huestes de Solimán el Magnífico, que la necesitaban con premura.
La historia sigue su curso. Napoleón Bonaparte, que marcha a la conquista de Siria y Egipto en 1798, recala en la franja costera septentrional de la isla, gobernada por Ferdinand von Hompesch zu Bolheim, 71º Gran Maestre de los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén y de Malta, que tiene sus cuarteles generales en la ciudad amurallada de La Valeta. Bonaparte pide permiso a las autoridades para amarrar sus buques en el puerto y repostar agua. El Gran Maestre convoca un Consejo de Guerra y tras arduas deliberaciones, consiente que los viajeros acerquen su flota al puerto en grupos no mayores de cuatro barcos a la vez. El 10 de junio, los infantes franceses desembarcan en Gozo, la bahía de San Julián y Marsaxlokk; la isla es ocupada rápidamente, excepto La Valeta. Bonaparte ofrece al Gran Maestre un armisticio para rendir la capital. El 12 de junio se firman los acuerdos de capitulación: Malta pasará a ser parte integrante de la República de Francia.
Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, Malta se convirtió en la principal base aliada en el Mediterráneo, ejerciendo decidida influencia en el hostigamiento del tráfico marítimo del Eje en el Mediterráneo. A partir de 1940, la aviación italiana la bombardeo diariamente, en el más prolongado sitio aéreo de que se tenga memoria. Al terminar la guerra, casi 40 mil edificios habían sido destruidos. A cambio de ese sacrificio, el rey Jorge VI otorgó a la isla la Cruz de Guerra que lleva su nombre. ¿Esa condecoración compensaba dos milenios y medio de vasallaje?
El sueño de la libertad y la independencia que se venía acunando a lo largo de los siglos se tornó en posible. En 1962 se celebraron las primeras elecciones, en las que triunfa el Partido Nacionalista encabezados por George Borg Olivier.