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Los supremacistas blancos se hacen fuertes en la Sala Oval

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 Por Silverio E. Escudero

El Partido Republicano (o el Grand Old Party, el gran partido viejo), a pesar de estar en el poder en EEUU, vive uno de los momentos más cruciales de su historia. Siente que se resquebraja y sus ideas conservadoras, xenófobas y racistas se sacuden en medio de una tempestad. Afirman propios y extraños que uno de sus hombres -Donald Trump- está inhabilitado moralmente para ejercer la presidencia de un país que presume ser el más poderoso de la tierra.
Este balance es oportuno, pese a los deseos y la supina ignorancia de la señora vicepresidenta de los argentinos quien, adelantándose a Nicolás Maduro, afirmó: “No está bueno que la Historia mire siempre hacia atrás, como que deberíamos conmemorar cosas del futuro, tipo hacia adelante”.
La historia se ocupa de analizar los hechos del pasado. Ésa es la razón por la que los afroamericanos, descendientes de los esclavos negros, conmemoran los primeros 400 años desde que los primeros africanos secuestrados de sus países de origen fueron llevados por la fuerza a las costas de América del Norte para ser -con su sufrimiento y sacrificio- la base fundacional del poderío imperial de Estados Unidos.

Quienes de una manera u otra adherimos a la conmemoración, integrantes del movimiento antiesclavista mundial, lo hicimos con el espíritu contrito. Es que, por un momento, con el triunfo de Barack Obama, soñamos que se abría en Estados Unidos una nueva era. Equivocación que obligó a repensar las relaciones entre los hombres y entre las más diversas etnias.
Un tiempo ilusorio de convivencia interracial en el que no se consideró la influencia del factor religioso.
Es que los pastores y ministros de los más diversos cultos fueron los principales agentes de la discordia. Renovaron prohibiciones de acceso a negros, latinoamericanos, asiáticos, europeos del este a las iglesias y templos. Cuadro dramático al que se suma la reedición de una extraña y desconocida biblia que los ingleses repartieron a los esclavos en sus colonias de América hace 200 años, ahora resurgida como material de estudio y formación de los supremacistas blancos.
La “Biblia de los esclavos” no era similar a la que circula por millones en todos los continentes. Una edición especial en la que la mayor parte del Antiguo Testamento y más de la mitad del Nuevo aparecen suprimidos para evitar que fueran leídas. Sobre todo el libro del Éxodo, en el que se cuenta cómo Moisés guió a los israelitas hacia la libertad. El ocultamiento tenía el objetivo de que los esclavos no relacionaran la palabra de Dios con la liberación.

Texto traducido al portugués en el norte de Brasil y en castellano para los grandes latifundios de Colombia, Venezuela y en las plantaciones de la United Fruit Company (UFCO), la poderosa empresa estadounidense que se transformó en una fuerza política poderosa que digitó gobiernos e instaló dictadores a su antojo en el norte de América del Sur, Centroamérica y el Caribe.
Pero es menester retomar la idea inicial de este brevísimo ensayo. Decíamos del fracaso de un sueño de una era posracial.
Los ocho años de Obama les sirvieron a los supremacistas norteamericanos para profundizar su odio. Utilizaron ese tiempo para convencerse una vez más de que los WASP (white, anglo-saxon and protestant) -en inglés de “blanco, anglosajón y protestante”-, han sido y serán tenidos como seres superiores. Cuestión que nadie puede probar racionalmente como tampoco lo han logrado los oficiantes religiosos cuanto magos, hechiceros, adivinos, brujos y nigromantes.
Todo está en la primera plana de los medios de comunicación. No fue un hecho casual. La decisión de Michael Cohen, ex abogado personal de Trump, de contar sus vivencias a su lado fue un factor fundamental.
Cuando testificó ante el Congreso estadounidense, Cohen describió pormenorizadamente el profundo racismo del presidente. Y -avisó a los desprevenidos de siempre- que cualquier intento de curar las profundas heridas del racismo que afectan el país debe incluir un desafío directo a Donald Trump, el “racista en jefe”.

Casi al inicio de su declaración ante el Comité de Supervisión y Reforma de la Cámara de Representantes estadounidense, Michael Cohen dijo sobre Trump: “Sé lo que es el señor Trump. Es un racista, un estafador, un tramposo. El país ha visto al señor Trump cortejar a los supremacistas blancos y a los extremistas. Ustedes lo han escuchado llamar ‘países de mierda’ a los países más pobres. En privado es aún peor. Una vez me preguntó si podía nombrarle un país gobernado por una persona negra que no fuera un ‘país de mierda’. Esto fue cuando Barack Obama era presidente de Estados Unidos”. Las expresiones lo emparentan con Hitler cuando definió a los latinoamericanos como habitantes “del país de los monos”.
Trump abrió grietas, verdaderos abismos en el seno de la sociedad norteamericana. Nadie entiende las razones de la alianza de los conservadores negros con el líder de los supremacistas que vive en la Casa Blanca. Mucho mayor fue el desconcierto cuando, después del primer acto conjunto, sufrieron uno de los mayores apaleamientos de que se tenga memoria.
Tan grave fue el hecho que obligó al obispo Harry Jackson, pastor de la Iglesia Cristiana de la Esperanza (Hope Christian Church) de Beltsville, Maryland, a tratar de explicar lo inexplicable. Expresiones que de nada sirvieron para su feligresía, que demostró su descontento a la hora de pagar el diezmo. Fibra sensible en la estructura ideológica del pastor que comenzó a recorrer a cada uno de sus devotos que se mostraron hostiles ante su sola presencia.

La síntesis descriptiva de Cohen resultó condenatoria, pero, a todas luces el historial de racismo de Trump es mucho más extenso.
El presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por su sigla en inglés) afirmó: “La presidencia de Trump y toda su carrera han sido una afrenta a los derechos civiles, por lo que no hay nada sorprendente en el testimonio de Michael Cohen sobre una persona que históricamente ha racializado y estigmatizado a los que lo rodean. Desde sus prácticas racistas en torno a la vivienda a su demonización del grupo de los Cinco del Central Park, sus acusaciones contra el verdadero lugar de nacimiento del ex presidente Obama y la creación de refugios para los supremacistas blancos, todo esto proyecta las acciones y la personalidad de un mentiroso y un racista.”

La discriminación en relación con la vivienda que menciona Derrick Johnson refiere a una demanda federal de 1973 contra Donald Trump y su padre, Fred Trump, por discriminar a los afroestadounidenses que buscaban apartamentos. A principios de la década de 1990, en sus intentos de bloquear los casinos tribales que competirían con sus emprendimientos fallidos en Atlantic City, Trump atacó a los indígenas norteamericanos, cuestionando su ascendencia.
Instó agresivamente a la restauración de la pena de muerte en Nueva York luego de que cinco jóvenes negros fueron ¿acusados? de violar a una mujer blanca -el caso de los “Cinco del Central Park”-. Los cinco jóvenes fueron encarcelados durante años pero finalmente sus sentencias fueron anuladas cuando se identificó al verdadero culpable. La ciudad de Nueva York les otorgó más de 40 millones de dólares en reparación por los daños. Trump insiste hasta el día de hoy en que son culpables.
Sobre los latinos, dice: “Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores. No los envían a ustedes. Envían a gente que tiene muchos problemas y que trae esos problemas consigo. Traen drogas, traen crímenes, traen violaciones. Y algunos, supongo, serán buenas personas”…

 

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