Hay palabras que “suenan” de un modo que no son en realidad. Sucede también con ciertas actividades. Protocolo o ceremonial son dos de ellas. Cuando las usamos, inmediatamente viene a la mente la vida de la aristocracia europea o las ceremonias solemnes de Estado. Y, en realidad, su contenido es mucho más llano y, ciertamente, mucho más útil.
Como parte de los diversos cursos que desde el pasado 6 de abril se iniciaron en el Consejo de la Mujer, se incluye uno de Protocolo y Ceremonial los días jueves, dictado por una referente en la materia en nuestro medio. Quien, por añadidura, es seguidora de esta columna y amiga de muchos años.
Florencia Larguía es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Católica de Córdoba y técnica en Ceremonial y Relaciones Públicas por el Instituto Argentino de Ceremonial y Protocolo. Al aval de sus títulos en la materia le suma haber sido directora, disertante o docente en cuanta carrera universitaria o curso sobre la especialidad ha existido en nuestro medio.
No es raro entonces que, cuando conocimos la noticia, le preguntáramos a ella para sacarnos la duda: ¿Cuál es la importancia del protocolo en nuestra vida diaria? ¿Sirven, todavía, esas reglas, en una sociedad que se ufana, las más de las veces vanamente, de no estar condicionada por reglas sociales?
“Facilita notablemente poder hacer frente a diversas situaciones de la vida cotidiana. En particular, en ámbitos públicos. Es un saber estar, de acuerdo con el ambiente en donde se quiera integrarse. Y un saber comportarse, tener ciertas directrices que seguir para obtener más fácilmente un resultado”.
Tradicionalmente asociado a los modales, implica mucho más que eso. Quizás la palabra “relaciones públicas” no esté tan contaminada como ceremonial y protocolo por los prejuicios. Pero tampoco logra definir los alcances en la materia.
Las normas de conductas son, básicamente, saber estar y saber actuar. Se trata de reglas que ayudan a que fases tan críticas de toda interrelación humana en los distintos ámbitos sociales, como lo son la primera impresión, el saludo, la presentación o una conversación, jueguen a favor de nosotros. Trabaja también sobre gestos y posturas que marcan una diferencia y contribuyen a causar una imagen positiva de una persona o una organización.
Todos, con excepción, tenemos una actuación social. En el trabajo, en la escuela o universidad, en clubes y encuentros sociales. En todos ellos, “caer bien”, ya sea para pasar un buen momento de esparcimiento o para conseguir mejores condiciones de trabajo, cerrar una negociación u obtener un nuevos clientes u oportunidades, no es algo menor. Y resultan, precisamente, los aspectos en que esas dos palabras, por lo general incomprendidas, pueden marcar una diferencia cierta.
La corrección, el trato agradable y las buenas maneras son llaves que abren muchas puertas, incluso en nuestras relaciones sociales y/o familiares.
Se trata, por tanto, de aprender ciertas habilidades sociales que pueden ayudarnos, y mucho, en aquello que buscamos, pero que por lo general no atendemos entre nosotros.
Es precisamente por ello que en los países con una fuerte cultura organizacional en lo económico, lo social o las artes, en un sentido inverso a lo que aquí ocurre, se resalta su importancia de continuo. Pues se trata de un campo de aprendizaje que brinda herramientas muy útiles y efectivas para destacar las habilidades potenciales de cada persona y provocar en los demás con quienes se trata, un cambio de actitud en la dirección buscada.
Como puede observarse, no es una cuestión relativa a la realeza ni que se asocie con rígidas ceremonias públicas. Es mucho más simple, accesible y necesario que eso: se trata de aprender habilidades para poder lograr socialmente aquello que nos proponemos.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.
** Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica