ESCUCHARPor José Emilio Ortega – Santiago Martín Espósito
Los atentados ocurridos en las principales ciudades europeas desencadenaron variados interrogantes, y hasta aquí, pocas respuestas.
Cuestionamientos que retumban en una sociedad europea hoy más dispuesta a debatir y reflexionar en torno al lenguaje y a confiar, antes que en la fuerza, en las ideas. Preguntas que no son ajenas al resto del mundo, atento y expectante.
Encarando respuestas, los límites nacen de la propia indefinición. Precisar qué es “atentado” o “acto terrorista” y -en particular- qué entendemos por “terrorismo”, nos introduce en un galimatías que retarda cualquier enfoque y curso de acción. Sólo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) encontramos medio centenar de resoluciones que abordan la cuestión, otorgándole al término diversos y confusos matices.
Las respuestas de otras organizaciones intergubernamentales no son menos indefinidas. Si procurásemos construir un frame -marco- desde determinadas expresiones institucionales nacionales o internacionales, ciertos planteos de la Academia o considerando el posicionamiento de medios de comunicación determinados frente al problema -su expresión sobre conceptos eje que a su vez funcionen como insumo de cursos de acción- la empresa es incierta. Salvo que nos resignemos al reconocerle al término una categoría de wild card -comodín- de volubles connotaciones ideológicas, más útil al terreno de las politics -coyunturales, tácticas- que a la construcción de policies -políticas públicas, estratégicas-.
Y ello es tan nítido, que señalando la experiencia argentina -que padeció el terrorismo internacional en la década de 1990- tanta confusión condujo al actual Secretario de Seguridad de la Nación a un reciente y estrepitoso papelón cuando aseveró la presencia de células “terroristas” en el país, para desmentirlo horas después.
Se plantean dilemas radicados en la definición de un mismo fenómeno que, fuera de todo contexto legal, utiliza la violencia para alcanzar ciertos objetivos, pero que pueden ser catalogados bajo distintos términos en función del impacto mediático, a tal punto que importantes medios han dejado de llamarlos “terroristas”. Por ejemplo, la BBC.
Es difícil caracterizarlos: ilegalidad, extremismo ideológico, empleo de metodologías no convencionales que se sirven del horror que produce en el ser humano la muerte y la destrucción. Inequívoca apelación a estructuras del crimen organizado, que proveen financiamiento y logística.
La experiencia europea muestra móviles religiosos y en ciertos casos se adosan desencuentros raciales y generacionales. Además, las reivindicaciones de orden separatista.
La ONU impulsa desde 2006 una ampulosa “Estrategia mundial en contra del terrorismo”, las organizaciones policiales internacionales poseen manuales que tipifican conductas y existen cuantiosos recursos públicos puestos a disposición de la prevención de atentados, pero -a pesar de los esfuerzos- las víctimas se multiplican.
Reconoce la Cancillería española: “Se asiste a una proliferación de grupos y franquicias del yihadismo internacional que, en grado diverso y más o menos dirigidos coordinados o inspirados por la organización o el espíritu de Al Qaeda, continúan proyectando su barbarie asesina en amplias zonas del mundo. La amenaza es universal e incluye, además del yihadismo internacional, el terrorismo anarquista internacional”. La idea de “franquicia”, ¿denota diversidad? ¿Se vincula con “amenaza universal”?
Las variedades de fundamentalismo islámico que se señalan en el párrafo, ¿justifican las estrategias más intransigentes? Y en ese contexto, ¿tienen sentido las políticas antimusulmanas, al estilo de Donald Trump?
¿La fascinación por la narrativa islamita y la sensación de éxito fugaz enmarcada por el poder mediático moderno funcionan como multiplicador? En este marco indica el influyente intelectual francés Bernard Henri Levy: “Daesh es la ‘uberización´ de un terrorismo de proximidad y de masas. Es la influencia sin contacto, por contagio y sugestión relámpago. Estadio supremo del nihilismo”, definiendo en otros artículos “uberización” como la desaparición de sectores sociolaborales “establecidos” -que ciertos exégetas de su pensamiento consideran “disrupción creativa”-.
La actual circulación de la información y recursos reconfiguró al mundo. La caracterización institucional del “terrorista” como aislado lunático o “lobo solitario”, bajo el razonamiento de una necesidad de vinculación orgánica con el Estado Islámico deviene absurda cuando su efectividad radica, justamente, en actuaciones que planifica desde la aparente improvisación que ejecuta desde la supuesta irresponsabilidad que asigna jerarquías desde una nueva forma incomprensible para los trazos convencionales.
Una malla aleatoria, multiforme, sofisticadamente rudimentaria, de identidad supuestamente aislada aunque finalmente colectiva de movimientos demasiadas veces imperceptibles para los cazadores de “franquicias”.
Los efectos son alarmantes. Profundo temor y resentimiento social, crisis de legitimidad de los funcionarios públicos, enfocados en un engañoso debate entre libertad y seguridad. Incapacidad, para los europeos, de aplicar su programa integrador en políticas que desechen las explicaciones simplistas y la reducción del conflicto a la contraposición Occidente-Islam. Desconfianza entre Estados -dentro y fuera del espacio europeo, incluyendo a potencias como Rusia, China y EEUU-, cuando más que nunca ciertas formas de cooperación entre países -y ciertos puntos de la agenda- deberían consolidarse. Mientras tanto, un atentado puede ocurrir en cualquier parte. Incluso fuera de Europa, en cualquier continente, en cualquier país.
* Docentes. Cátedra “B” Derecho Público Provincial y Municipal, UNC
