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Lo que María Elba nos dejó

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El fallecimiento de la célebre abogada y militante de los derechos humanos deja varias enseñanzas y una impronta que seguramente muchos serán capaces de seguir.

Se fue una mujer gigante. Una persona que hizo historia en la lucha contra el poder, en la consagración a los derechos humanos y en la pasión por defender a los postergados.

Ésa era María Elba Martínez y por esa razón la noticia de su muerte -conocida bien temprano el domingo último- causó la inmediata congoja de muchas de las personas que fueron testigos de su lucha y de su compromiso. Su nombre era sinónimo de causas complejas. Allí donde aparecía María Elba como querellante, uno podía estar seguro de que se estaba en presencia de una causa en la que algún desfavorecido necesitaba enfrentar al poder.

Y María Elba siempre estaba ahí, fiel al mismo coraje que la trajo de jovencita desde su Formosa natal, donde decidió dejar los privilegios de una familia “acomodada” para venir a estudiar derecho. “Mis padres no querían saber nada, pero yo estaba resuelta a venirme, porque sabía lo que significaba esta ciudad”, confesó alguna vez sobre su juventud. “Siempre fui una rebelde”, se definía.

Un detalle quizás desconocido de su época de estudiante es que durante un breve tiempo fue pareja de un célebre delincuente, conocido como el Gitano Funsia. “Ésa fue otra parte de mi vida. El Gitano era un Robin Hood: robaba para repartir entre la gente pobre”, recordó alguna vez María Elba, en un diálogo de más confianza.

Compromiso y lucha
“Realmente no puedo creer que un gobierno me esté dando un premio”, dijo sin exagerar María Elba, cuando recibió en 2009 un reconocimiento como “Personalidad Destacada en la Defensa de los Derechos Humanos”, uno de los tantos premios que recibió a lo largo de su lucha. Pero esta vez se lo daba el Estado, lo que sin dudas marcaba que se vivían otros tiempos. Ella lo sabía.

Cuando las causas por los crímenes de la dictadura lograron avanzar, esta mujer se convirtió en referente y voz autorizada. Tanto sabía María Elba Martínez, que en ocasiones esto le jugaba en contra. Llamarla para hacerle una consulta breve podía llegar a implicar tener que escuchar sus largas argumentaciones que saltaban de un tema a otro, conectaban personajes, tejían vinculaciones y concluían en terrenos muchas veces alejados de la pregunta inicial. Pero en verdad valía escucharla y prestarle atención. Era una cátedra viviente.

Es natural que uno la recuerde ejerciendo una aguda querella en nombre de Raúl Morales -víctima de la dictadura- durante el mismo juicio que echó luz sobre la salvaje muerte del subcomisario Ricardo Albareda y que concluyó con la segunda condena de Luciano Benjamín Menéndez en estas tierras. También es lógico rememorar su alegato al final de la causa por los fusilamientos de la UP1, con Jorge Rafael Videla sentado entre los acusados. Seguramente otros le reconocerán que fue la patrocinante de Luis Urquiza, el hombre que padeció dos exilios, luego de denunciar la complicidad del gobierno radical con los represores y exigir que dejaran la fuerza policial quienes habían sido torturadores de la dictadura, como fue el caso de Carlos Yanicelli.

Pero para María Elba el concepto “derechos humanos” iba mucho más allá y por eso fue una dura batalladora en contra del poder mal ejercido. Lo hizo, por ejemplo, al patrocinar a la familia de la víctima en la causa por el asesinato del senador radical Regino Maders, en la que llegó a acorralar a la conocida “banda de los comisarios”. “Instigador no es necesariamente el que da la orden, es el que va preparando o generando los elementos para que ocurra un hecho”, le gustaba explicar, cuando intentaba que la pesquisa fuera más allá de las responsabilidades de Hugo Síntora, el ejecutor.

En el mismo camino patrocinó también a la familia del Ián Durán, el chico de 16 años asesinado en Carlos Paz, en un crimen en el que se vinculaba poder, drogas y dinero. Estuvo del mismo lado cuando se juzgó en 2008 a Carlos “Pelado” García, por el asesinato de la trabajadora sexual Rosa Machado, hallada enterrada en el patio de la vivienda del acusado. El salvaje crimen habría quedado impune de no ser por la tenacidad de esta abogada, quien peleó una primera sentencia bochornosa y logró que la Alzada revirtiera un fallo escandaloso.

También Martínez ejercía aún la querella de la familia de David Moreno, quien fue muerto por la espalda, víctima de balas policiales durante una represión policial en barrio Argüello, en aquellas trágicas jornadas del 20 y 21 de diciembre de 2001, cuando se derrumbaba el gobierno de De la Rúa.

Su partida deja un espacio amplísimo. Seguramente habrá quienes sabrán continuar las luchas que ella dejó abiertas. La impronta de María Elba seguirá presente allí donde haya un militante dispuesto a desafiar al poder, decidido a dar batalla contra el desamparo y convencido de que es necesario el compromiso para ayudar a que la balanza de la Justicia recupere cada tanto el equilibrio perdido. Será el mejor honor que se le pueda rendir.

 

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