Con posterioridad a las recíprocas imposiciones de elevados aranceles, ese país advierte de que -si no cesan las agresiones- adoptará serias represalias sobre las empresas estadounidenses que operan en su mercado.
La suba de aranceles inducida por Washington fue motivo de grandes titulares en los periódicos chinos en que advirtieron sobre el grado de moderación con que respondieron hasta ahora a los elevados recargos que recayeron sobre los productos asiáticos que se han venido colocando en el mercado estadounidense, los cuales ascienden a US$200 mil millones. A modo de réplica hicieron lo propio pero por una cifra equivalente a US$60 mil millones, es decir en proporción equivalente sólo a un tercio de aquellas transacciones. Virtualmente la Casa Blanca ha declarado así una guerra comercial pese a que se estaba negociando para coordinar acciones de ambos países para evitar tardíamente tener que apelar a otras que pueden involucrar mayores riesgos.
Resulta obvio que en Pekín se está operando con especial prudencia para evitar en todo lo posible una confrontación abierta, y al respecto no disimulan que todavía esperan alcanzar un acuerdo razonable que -por las recientes actitudes de Trump- parece cada vez más lejano. Debe tenerse muy presente que hasta ahora fracasaron alrededor de 14 rondas de negociación y el tono en que se celebran dichas relaciones se ha ido degradando cada vez más. Ni siquiera surgió un principio de acuerdo cuando, en oportunidad de realizarse la habitual reunión correspondiente a la cumbre del G20 en Japón, los representantes de varios países participantes, incluso del que oficia como local, trataron por todos los medios de ha acercar a las partes.
Según lo que trascendió, mientras China busca una vía apta de negociación, pero sin tener que realizar grandes concesiones como las que pretende imponer Trump, quien amenaza con imponer sanciones aún más severas. La entrevista que mantuvieron Trump y Xi Jinping, en oportunidad de la última reunión del G20, en vez de acercar las partes ha provocado una situación de extrema rigidez recíproca y ha alejado bastante más los respectivos planteos.
Durante los largos meses de infructuosas negociaciones, los respectivos medios periodísticos se han convertido en el medio más directo de intercambio de sus muy distantes posiciones. La prensa estadounidense ha sido la más crítica y parecería que los noticieros fueron los elegidos para hacer conocer las posiciones y las mayores disidencias, como también las exigencias condicionantes que luego fueron publicadas con sospechosa amplitud. Ello trasunta la directa influencia del presidente norteamericano pues se reiteran expresiones textuales de Trump, aunque sin aclararlas explícitamente.
Por su parte los chinos, por medio de su presidente, se limitaron a advertir en tono dramático que China no arriará sus banderas y “luchará hasta el fin”. Resulta obvio que están dispuestos a apelar a su tradicional “paciencia” pero insisten en que no harán ninguna concesión que implique renunciar a lo que consideren propio. Al declarar enfáticamente que harán honor a la trayectoria que durante 5.000 años caracterizó a sus antepasados dejan tácita constancia de la importancia que le adjudican a dicho disenso. Apelando a una expresión como las que les suele caracterizar advierten que “la caja de herramientas está lista para una respuesta completa”.
Un detalle que no puede pasar desapercibido es el notorio e inquietante cambio, al sustituir en todas las últimas declaraciones la antes utilizada expresión “fricciones comerciales” por “guerra comercial”; asimilan lo que está sucediendo en cuanto a la ofensiva comercial de Estado Unidos con un virtual “intento de imponer un doloroso colonialismo”. Además, por medio de su agencia oficial, informan a su población que deben prepararse para sostener una larga disputa y que, si en EEUU creen que “conseguir sus objetivos con la implementación de ese matonismo que exhiben, subestiman la determinación de los chinos en la defensa de sus intereses”.
La situación actual y la reacción de los productores
El vocero oficial chino, exteriorizando su estado de ánimo, advirtió: “Si Estados Unidos cree que conseguirá sus objetivos, comete un craso error”, señalando que se veían frustrados por el curso de las conversaciones. En consonancia, en todos los medios de comunicación masiva colocan una bandera nacional china e incluyen un mensaje que informa sobre la disposición de una proclama que expresa: ”Negociar, seguro; luchar, en cualquier momento; intimidarnos, ni en sueños”. Al mismo tiempo se emiten en muchos medios mensajes que ridiculizan a Trump, mostrándolo como un niño caprichoso y mimado.
Las perspectivas de lograr un acuerdo parecen haberse diluido en las sanciones aplicadas a la empresa china Huawei para operar en el marco interno estadounidense. Esta medida fue duramente criticada incluso por los expertos estadounidenses, que la asimilan al uso de un arma nuclear, debido a que les impide conocer a ciencia cierta el grado de avance que han llegado sus máximos competidores y poder utilizar para incorporar todas las novedades tecnológicas que se aprecien y no se conozcan en el país. Estas presiones obligaron a que a fines de mayo pasado se suspendieran provisoriamente por tres meses. Tampoco están de acuerdo con la prohibición vigente de venderles chips y accesorios pues observan que dicha empresa viene adquiriendo en Estados Unidos alrededor de US$11.000 millones para proveerse de dichos componentes.
La entrevista que mantuvieron Trump y Xi Jinping, en oportunidad de la última reunión del G20, en vez de acercar las partes generó una situación de extrema rigidez recíproca
Semejante ataque permite advertir que las directivas de Trump, obviamente, sin proponérselo, vienen perjudicando a su propia economía pues las compras chinas coadyuvaban a disminuir el déficit y ahora, al suspenderse, han cesado de ser factores positivos en la imprescindible misión de atenuar el elevado desequilibrio presupuestario y hacer realidad el pretendido equilibrio de la balanza comercial estadounidense. Varios analistas estadounidenses muy destacados consideran -y lo hacen conocer por todos los medios- que estas actitudes, que califican de extemporáneas, convierten a su presidente en un virtual “elefante en un bazar”.
También estos especialistas discuten públicamente si la guerra arancelaria tendrá algún ganador y la mayoría se muestra muy pesimista en la evaluación de las perspectivas en cuanto a las de crecimiento de su país. Consideran que las empresas estadounidenses tendrán dificultades casi insalvables para reorientar dichas exportaciones mientras que sus competidores asiáticos han dado palmarias pruebas de que no los afectan tales medidas. Ello es así por la influencia de dos factores concurrentes: el crecimiento de la operatoria en países de Asia sudoriental y el notable incremento que se advierte en la demanda interna; consecuencia directa del proceso de reeducación masiva que han puesto en marcha con objetivos muy precisos que se extenderán hasta el año 2030.
La situación actual y los quebrantos sufridos
Resulta oportuno tener en cuenta que el desequilibrio comercial de Estados Unidos con China ascendió en 2018 a la suma récord de US$419 mil millones debido a que las importaciones de dicho origen treparon a US$539 mil millones mientras que, en sentido inverso, las adquisiciones chinas fueron de sólo US$120 mil millones. Trump pretendió justificar su equívoca política sosteniendo que tan descomunal déficit es consecuencia de “maniobras desleales de Pekín en contra de las empresas americanas”, incurriendo en un “gigante robo tecnológico” que sólo él parece advertir pues nadie lo ha acompañado en tal aseveración.
La repuesta oriental no se hizo esperar y en tal sentido han sostenido que Estados Unidos desató la presente confrontación comercial con el infructuoso objeto de frenar el gran despliegue chino. En las condiciones actuales, el déficit comercial estadounidense sólo en el mes de marzo pasado ascendió a US$20.749 millones, y se acumulan numerosas quejas debido a que se ha procurado sustituir dichos productos con similares originados en otros países provocando una notoria baja de calidad y el rechazo por su baja calidad que obviamente perjudica a los propios consumidores americanos.
La mencionada confrontación hace temblar a los mercados y torna muy problemática las transacciones de todos los países, dado que en alto grado están generando una creciente ralentización de la actividad económica a nivel ecuménico. Entre los más afectados están los productores agrícola-ganaderos estadounidenses pues sufren las peores consecuencias por la disputa innecesariamente impulsada por Trump, incluso dudan en concretar la siembra por temor a carecer de mercados y elevan en forma creciente múltiples reclamos respecto al errado impulsor de dicho conflicto.
Un ejemplo de los referidos planteos es el planteado por un productor de Minnesota que cultiva 1.400 hectáreas, parte en dicho Estado y el resto en el vecino de Dakota del Sur. Asimismo, reconoce: “Cuesta concentrarse en plantar semillas cuando estás viendo constantemente como Trump ha hecho caer la bolsa” y admite que “ha cundido un poco de pánico”. La ansiedad se comienza a extender a los bancos acreedores y hay economistas que señalan que “el sector agrícola puede sufrir su peor caída en tres décadas”. Dicho productor ha reconocido que ha perdido alrededor de US$250 mil dólares y sostiene que ello se debe a la irracional guerra comercial provocada por Trump.
Esta situación, que se inició hace un año, ha causado graves quebrantos pese a que, como paliativo, se acordaron US$11.000 mil millones en subsidios para mejorar los ingresos. Pese a ello sufrieron una baja de US$11.800 millones sólo en el primer trimestre del presente año según la información originada en el Departamento de Comercio de EEUU. Anuncian que, además, estiman que ello se reitere en los tres trimestres subsiguientes y repercuta en el Banco de la Reserva Federal de Kansas City.
La Asociación de Sojeros que apoyó a Trump advierte que han perdido “lo que les llevó 40 años obtener”. Con esa mención queda todo dicho.