Frente a la propuesta del país agroindustrial, otras voces propugnan una Argentina que desarrolle sectores de alto valor agregado
En un marco general de recuperación productiva ocurrida durante la última década, en momentos en que se conmemora el Bicentenario argentino y a pocos meses de una elección presidencial crucial en 2011, el debate económico se reaviva en el país y vuelven a exponerse opciones y caminos estratégicos a tomar. No se trata de discusiones meramente técnicas -aunque también lo sean-, sino fundamentalmente de opciones de política económica que privilegien ciertos actores y el cumplimiento de objetivos determinados. En ese contexto, las usinas de ideas –los think thank- vuelven a ocupar buena parte de la escena.
Hace pocos días fue el turno de la Fundación Mediterránea, la cual, mediante su instituto de investigaciones –el IERAL- presentó en Córdoba su propuesta económica en aras de “una Argentina competitiva, productiva y federal”. Este programa está centrado en la producción primaria y su industrialización en las diferentes regiones, con el objeto de insertar el país en la división internacional del trabajo a partir de las exportaciones agroindustriales –eventualmente también el turismo–, que es lo que supone que Argentina puede y debe hacer. El Estado tiene un lugar secundario en esta propuesta –debe retraerse de muchas de sus actividades y “cristalizar” su gasto–, el mercado interno no aparece como la prioridad y el desarrollo de industrias de punta –salvo excepciones– no está en su consideración.
Pero esta semana se conocieron también algunas de las principales ideas que proponen desde la heterodoxia económica, que es un abanico amplio y diverso, pero que coinciden en profundizar algunos aspectos del modelo implementado desde 2003, aunque también se reserven críticas a ese proceso. Estas voces se escucharon en el II Congreso de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (ADEA), una organización surgida en 2008 que se ha impuesto como una de las respuestas más poderosas y fructíferas –generacional y técnicamente hablando– a las propuestas del establishment económico.
Este encuentro se llevó adelante durante dos jornadas en el Centro Cultural “Caras y Caretas”, de San Telmo (ciudad de Buenos Aires), y congregó a casi un centenar de economistas argentinos y del exterior, entre los que estuvieron exponentes como Aldo Ferrer, Bernardo Kosacoff, Jorge Katz, Jorge Gaggero, Matías Kulfas, Miguel Bein, Daniel Heymann, Iván Heyn, Miguel Peirano y Mercedes Marcó del Pont. Participaron también empresarios de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra) y de la Fundación ProTejer.
El perfil productivo
Como contrapunto casi directo con el programa desarrollado por la Mediterránea, en el Congreso de AEDA se propugnó que el camino a recorrer no debe ser una profundización del modelo de país asentado en la producción primaria –o eventualmente su industrialización– si lo que se busca es crecer al mismo tiempo que mejoran las condiciones de vida de la población argentina. “Queremos una Argentina en la que la riqueza y el desarrollo no vengan de la mano de la naturaleza sino del esfuerzo colectivo para realizar actividades productivas más complejas y con alto valor agregado”, indicó Iván Heyn, secretario general de AEDA.
De hecho, en el Congreso se escucharon críticas a lo que algunos caracterizaron como un proceso de “reprimarización” de los aparatos productivos en América Latina. Según indicó el economista Jorge Katz, en Argentina ese proceso estuvo liderado por la soja. Sin embargo, el creciente peso del sector primario tendría un carácter muy diferente del que ofrecía en la primera parte del siglo pasado, cuando el país era considerado el “granero del mundo”. “En el plano de la institucionalidad, pasamos del INTA a Monsanto. El diseño actual cuenta con la tecnología y la relación entre multinacionales y subcontratistas como principales variables”, describió. “La idea del chacarero es errónea porque esa figura no existe más”, agregó.
Katz interpretó además que, en el plano empresarial, este proceso de “reprimarización” generó una importante brecha productiva, con sectores de fuerte competitividad internacional -como el cultivo de soja, la producción de maquinaria agrícola, la industria automotriz o la química– y otros que están lejos de ese nivel o que directamente han desaparecido y no pudieron volver a emerger. Esto influye entonces sobre la desigualdad social y la distribución del ingreso, pues la parte más rica de la sociedad tiene niveles de ingresos promedio superiores a sus pares de los países desarrollados, mientras que los sectores más pobres viven 20 o hasta 30 veces peor que esas fracciones de los países ricos.
Es necesario, entonces -postularon en el Congreso de ADEA-, propiciar un cambio estructural de la economía nacional que tienda a su diversificación, para así poder lograr un mejoramiento de su entramado productivo: no sólo basarla en los recursos naturales sino diversificarla hacia ramas de alto valor agregado. “Sin los recursos naturales no somos sostenibles, pero sólo con los recursos naturales no hacemos una economía”, sintetizó el economista Daniel Heymann.
Se recordó en ese sentido que, en las décadas de los ‘60 y ‘70, 5% de los bienes de capital usados por la industria nacional eran importados, y que en la década de los ‘90 ese porcentaje pasó a ser de 55%.
Estado y mercado interno
Otros puntos sobre los cuales los economistas que participaron del congreso de AEDA evidenciaron grandes diferencias con las propuestas de la Mediterránea es en lo relativo al rol del Estado y al lugar del mercado interno.
Para los participantes del congreso –entre los cuales estuvieron industriales vinculados con el mercado interno–, una parte central de la agenda económica que debe debatirse en el país tiene que ver con “el rol del Estado como regulador, financista y coordinador de la estrategia de desarrollo”.
Asimismo, consideran de la experiencia de los últimos años en Argentina que “el mercado interno ha demostrado que ha sido sostén importante” y que además “ha demostrado dar menor vulnerabilidad a los sectores más débiles”.
Para este grupo de economistas, una senda de desarrollo autónomo pasa por un mercado interno pujante y en permanente expansión. “Y que además trascienda las fronteras del país para abrazar toda la América del Sur, nutriéndose de la complementariedad y el eslabonamiento productivo, científico y tecnológico de la región en su conjunto”, expresan.