Ya hemos podido señalar que los poshumanos, en rigor de verdad, nunca han tenido un componente de naturaleza orgánico-humano -tal como sí lo poseen los transhumanos-, puesto que ellos provienen, sin más, del mundo de las cosas.
Sin embargo, es probable que estos objetos técnicos puedan ser llamados a ocupar un lugar y una realización muy particular para los mismos humanos y, con ello, posibilitar una civilización poshumana. Si ello no fuere un futuro posible, bastaría con nombrarlos como “no-cosas de propósitos generales”, tal como lo hacemos con una infinita cantidad de artefactos que nos rodean.
Nos hemos ocupado también con detalle en una entrega anterior de la relación que todos nosotros tenemos con el artefacto poshumano precursor de muchos que habrán de venir, como es el smartphone o teléfono inteligente, que nos permite inferir que nuestra sociabilidad con dichas “no-cosas” o directamente -aunque pueda parecer una hipérbole- “entidades poshumanas” no se presenta como forzada sino, por el contrario, en muchos resulta deseada, y para otro colectivo social está ella operada volitivamente por una pulsión irrefrenable de ser satisfecha.
Es al fin el smartphone un entrenamiento en baja escala frente a lo que el futuro seguramente nos habrá de deparar, ya sea por la domótica, la ciudad inteligente y la completa Internet de las Cosas.
Por el contrario, el resultado del transhumanismo supone algún grado de mutación o superación de la misma naturaleza humana por otra, que paulatinamente se ha ido mixturando con ciertos componentes no humanos, y por ello artificiales y sintéticos, en virtud de los desarrollos cada vez más ciertos de las técnicas de convergencia para el mejoramiento humano. Primariamente atendiendo ello mediante las disciplinas que conforman el acróstico NBIC -nanotecnologías, biotecnología, tecnologías de la información y ciencias cognitivas-.
El mundo del poshumanismo, esto es de cosas dotadas de inteligencia artificial actualmente en su versión no completa y en desarrollo denominada IAEstrecha, dejará lugar más adelante a la IAGeneral y, por lo tanto, la que tendrá alcance a los gobiernos de la mayoría de las cosas y de las circunstancias que acompañan al hombre en su devenir mundano y civilizatorio.
Quizás una reflexión somera sobre la cantidad de cuestiones que están gobernadas por la inteligencia artificial (IA) nos haría recalar con mayor cuidado en el mundo que habitamos y hacia dónde nos dirigimos en él. Mas como nos hemos consustanciado de tal modo con dicha circunstancia, no terminamos de reparar acerca de su existencia alrededor de todo casi cuanto está a nuestra mano, que imprime a lo que hacemos velocidad, eficacia y eficiencia. Permite la IA que las realizaciones quizás más complejas del orden de la vida corriente, después de ser matematizadas por su intermediación, produzcan los efectos deseados con las cualidades que apuntamos más arriba.
En una ilustración ni siquiera básica frente a todo lo que hoy está controlado por la IA, nos detengamos un instante a reflexionar sobre la logística y organización de un aeropuerto internacional. Por ejemplo, el de la ciudad de Atlanta (EEUU), que con sus cinco pistas de aterrizaje paralelas, sus dos terminales -internacional y doméstica- y sus 195 puertas puede albergar una gran cantidad de aviones y gestionar muchísimas operaciones aéreas diarias. En el año 2019 alcanzó su récord histórico de la mayor cantidad de pasajeros trasladados en el mundo: superó 110 millones de personas, con una media diaria promedio de 301.000 y cientos de vuelos cada día. Cada uno de ellos con su respectivo circuito de horarios, de plataformas de arribos y puertas de embarque y desembarque, distribución de equipajes en lugares de contención hasta su ubicación en las aeronaves o a disposición de los pasajeros.
O los controles diarios de stock de centros comerciales de grandes superficies con venta de miles de productos por horas. O, desde otra perspectiva, los sistemas de reconocimiento y rastreo de personas en grandes urbes, con cientos de cámaras que hacen registro facial de ciudadanos para, con ello, enrolarlos en alguna categoría específica. Todo ello sería poco posible de alcanzar con igual resultado sin la IA de por medio.
En rigor de verdad, ninguna de esas cuestiones podría ser ejecutadas en la mayoría de los casos con éxito si no estuvieran realizadas por máquinas provistas de algoritmos que han enseñado a una IA los procedimientos que hay que seguir, para cada una de las secuencias que se pueden producir en cualquiera de los procesos que se tienen que cumplir.
Al ser ello así, parece un exceso creer que esas máquinas -propiamente decimos hoy computadoras- sean cosas corrientes. Son al fin cosas que se muestran como “no-cosas”, atento a la IA de la cual están dotadas y, con ello, han logrado una funcionalidad que trasciende la corriente “cosidad” de las cosas. Para decirlo en modo redundante, son cosas que han sido dotadas de una IA que es muy superior a la humana y por ello se las puede nombrar bajo la categoría de “no-cosas”.
Obviamente, el poshumanismo no agota su proyecto de las “no-cosas” en la sola aritmética de aumentar su número para mayor eficiencia y eficacia, sino que aspira desarrollar y mutar de la IAEstrecha a otra IAGeneral. A su vez, la última podrá alcanzar un momento en el cual la misma “no-cosa” habrá acumulado y asimilado suficiente experiencia y, por lo tanto, se habrá vuelto autodidacta de nuevas resoluciones para los problemas que se le presenten o simplemente podrán enfrentar ex novo diversas situaciones no previstas.
Esas “no-cosas” de una generación más avanzada habrán aprendido de los propios resultados que alcanzan y, en función de ello, reconocer y ejecutar nuevos modos y atajos para llegar al resultado deseado.
Con ello de por medio, la misma IAGeneral estará llegando a su momento de máximo esplendor, como es el denominado de la “singularidad tecnológica”, que para Ray Kurzweil habrá de suceder a finales de la primera media centuria de nuestro siglo.
Cabe también destacar que ese proceso de aprendizaje y evolución que las “no-cosas” habrán de tener en su funcionamiento se torna evidente cuando existe realmente IAGeneral.
Toda vez que en otros escenarios objetuales el nombrado devenir de las cosas está preconfigurado por quien ha intervenido en su realización inventiva y creativa como tal, que Gilbert Simondon nombraba como la “gestión anticipativa”, que no es otra cosa que la demostración del dinamismo mental del creador de ese objeto. Algo que resulta completamente desarticulado como posibilidad cuando existe un desarrollo autónomo de las “no-cosas” fruto de su IA y que la gestión anticipativa de su creador no alcanza a proyectar.
También hay que señalar que esa inteligencia no natural que tiene ensamblada la “no-cosa” le retira a ella el objetivo de cumplir con una mera función utilitaria, para colocarla en una esfera diferente; como es la de producir y generar cambios en sus usuarios.
Por defecto, la relación corriente que nosotros tenemos con los objetos es la de permitirnos por su intermediación entrar en algún grado de vinculación para obtener algún resultado provechoso o querido. La máquina como cosa nos sirve para algo.
Ello queda desnaturalizado cuando el objeto que está al frente es una “no-cosa” animada mediante IA, toda vez que las impresiones que ellas dejan en nosotros produce otro tipo de individuación que no es la de ser interfaz con otro hombre sino la de “des-cosificación” porque dicha relación se establece con un objeto que es una “no-cosa”.
Cuando ello ocurra en plenitud y las máquinas hayan aprendido todo (y no requieran de ningún entrenamiento algorítmico humano), sin duda que el gobierno completo estará en ellas; y el tiempo indicará dejar atrás la civilización humana por una propiamente poshumana, que muy probablemente pueda socializar mejor con una especie humana evolucionada que vendrá de la mano de la vertiente transhumana.
Ella ya habrá pasado los registros del cyborg como producto de la mixturación entre lo orgánico y lo sintético, y será una especie, no de “homo sapiens sapiens” -como la actual- sino otra que quizás pueda denominarse “homo artificialis sapiens“.
En cualquiera de los dos casos, nuestra civilización actual habrá quedado atrás. De la misma forma que millones de años atrás fuimos nosotros quienes superamos la especie de los neanderthalensis.