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El smartphone como máquina poshumana (III)

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Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet

En la literatura trans y poshumanista aparecen diversos elementos epistémicos y materiales que ponen las fronteras y diferencias entre uno y otro. En la ocasión transitamos solo un aspecto de ellos, siguiendo a Jesús Zamora Bonilla, quien indica: “La principal diferencia entre ambas visiones sería que el transhumanismo consiste básicamente en un conjunto de enfoques sobre cómo ‘mejorar’ al ser humano mediante la tecnología, mientras que los poshumanistas piensan que ya hemos dejado de ser -humanos-, y que, en todo caso, más que ‘mejorar’ al ser humano, lo que hay que hacer es ‘deconstruirlo”. (Contra apocalípticos. Eslovenia: Shackleton, 2021, pág. 190).

Así, todo lo que a título de mejoramiento y/o perfeccionamiento se realice sobre la naturaleza humana y que tenga origen en las tecnologías de nanotecnologías, biotecnología, informática y ciencias cognitivas (NBIC), deberían considerarse prácticas transhumanas. El prefijo de origen latino «trans» significa básicamente «detrás de» o «a través de». En ambos supuestos se está refiriendo a un cierto estado desde el cual se produce ese nuevo resultado. Por ello, dicha realidad es «transalgo», en este caso es de lo «humano».

Las realizaciones poshumanas suponen una labor que tiene un origen fuera de la naturaleza humana y, por ello, en el mundo de las cosas, las cuales, por la vía tecnológica y de las mismas NBIC se las ha dotado de ciertas cualidades de inteligencia artificial. Por ello, pueden socializar limitadamente o cumplir con ciertas funcionalidades; además, en algunos casos, de capacidad de desplazamiento y autonomía. La naturaleza poshumana actualmente se integra con máquinas y robots.

Ambos supuestos -máquinas o robots- son inicialmente cosas a las cuáles se las ha dotado de condiciones que emulan las acciones protocolares de la vida social, laboral, lúdica, afectiva, intelectual, etcétera. Por ello, no pueden ser nombradas como realizaciones «trans humanas», puesto que en realidad nunca han sido humanas sino solo cosas- y, por lo tanto, sería un defecto lógico pretender calificarlas de esa manera. Para ser completamente coherentes desde lo conceptual tal vez, correspondería decir que son «cuasi-novo humanos».

Respecto a dichas entidades poshumanas (porque, dijimos, nunca han tenido un componente humano y toda su dotación ha sido obtenida por la vía de prácticas tecnológicas), destacamos que con buena parte de ellas hemos establecido una adecuada socialización. Tal proceso ha sido tan corriente que no solo no lo consideramos extraño sino que, por el contrario, afirmamos lo inverosímil que es que otras personas no tengan un grado similar de socialización y dependencia con tales artefactos. Por antonomasia, actualmente ello lo podemos centrar en el smartphone, la máquina-teléfono inteligente.

Los smartphones, para un número importante de personas, son objetos técnicos de trabajo, elementos que permiten ejercer geolocalización propia y ajena, mecanismos para todo tipo de comunicación -verbal, gestual, fotográfica, escrita- a cualquier lugar del planeta, medidores de estados sanitarios generales (ritmo cardíaco o presión sanguínea). También hacen las veces de un eficaz asistente personal de sus dueños, en tanto que pueden hacer lecturas de correos, desechar y contestar mensajes, generar y establecer diálogos acerca de lugares y necesidades de diferente tipo que se puedan tener, y la voz metálica que acompaña sus sistemas operativos, por ejemplo “Siri”, es cada vez más refinada. Nuestro smartphone conoce mejor que nosotros mismos nuestros gustos, deseos, lecturas, paseos y demás cuestiones. Cabe recordar el film Her, dirigido por Spike Jonze, con la sensual voz de «Samantha», que logra enamorar a su dueño.

El smartphone es una realización poshumana, a la cual no le atribuimos una fisonomía diferente a una pequeña caja rectangular de pocos centímetros que desplazamos con nosotros a todo lugar y durante todo el tiempo, y es ello justamente la significación que él mismo ha cumplido, como es la de domeñar al humano respecto al control de buena parte de sus acciones. Existe un cierto gobierno mediante una realización poshumana.

Es interesante la ponderación que hace Byung-Chul Han (No-Cosas, Quiebres del mundo de hoy. Buenos Aires: Taurus, 2021) al señalar que el smartphone no es un objeto de transición sino lo contrario. Es un objeto que no nos vincula con los otros -de una manera próxima- sino que lo hace desde una perspectiva autista o narcisista, toda vez que la dimensión de la otredad está ausente, a lo que se suma que la relación que con él tenemos se convierte en repetitiva y compulsiva.

Dicho artefacto es el que ha definido nuestra sociabilidad de esa manera. Quizás sea ello la antesala de que nuestras vidas queden rodeadas de un mundo artefactual de condiciones poshumanas de tipo «cuasi-novo humanos».

Quizás en sentido propio corresponda determinar dichos objetos como lo hizo Ezio Manzini bajo el concepto de «entidades híbridas». Afirma Manzini:“Se ubican a medio camino entre diferentes polaridades, entre el mundo material de las cosas y el mundo inmaterial de los flujos informativos”. Y agrega el comentarista: “El objeto ya no es solo prótesis o signo; puesto que, por un lado, ya no prolonga o reemplaza aspectos físicos; y por otro lado, deja de ser soporte estático de significados. El hecho de que podamos interactuar con estos nuevos objetos como si fuesen individuos, estableciendo interfaces sujeto-sujeto, es una condición posibilitada por los proceso de individuación” (Montoya Santamaría, Jorge W. (2015) El individuo técnico: un objeto inevitable. En Blanco, Javier et al (Coord.) Amar a las máquinas. Buenos Aires: Prometeo, pág. 130).

De todas maneras y a los efectos de evitar confusiones por dispersión, nos plegamos a la calificación estandarizada en las discusiones de este tenor como es nombrar tales realizaciones como de «post-humanos», puesto que su carácter de humanos vendría a producirse como una atribución por añadidura, luego de que se ha dotado de ciertas condiciones propias de los humanos a dichas naturalezas no-humanas.

Reiteramos que en el supuesto es la máquina la que recibe aportes de naturaleza humana. Es decir, se ha efectuado una hibridación en naturalezas no humanas, en cosas del mundo objetual, de ciertas realizaciones que hacen a la especificidad de la naturaleza humana. Vale repetir, la hibridación debe tratarse de una forma tal que delate que el aporte humano al objeto sea suficientemente indiviso y no una cuestión secundaria.

Ejemplo de esta naturaleza es un robot en sentido genérico. Una especie de «humano por accesión». Esto es, algo no humano que tiene dotaciones humanas. Por ejemplo, todas o algunas de las siguientes: racionalidad, ambulación, discursividad, estados emocionales, afectividad o intolerancia, entre otras. No porque efectivamente las posea mas sí porque estaría o está en una posibilidad de poder recibirlas. Se trata de una cosa que aspira ser lo más semejante a un hombre.

En cambio, en la naturaleza transhumana partimos de un hombre auténtico a quien se le anexan o sustituyen partes, elementos, compuestos orgánicos por otros sintéticos y/o artificiales y, por ello, sin perder su condición humana, tiene transformaciones en esa misma condición natural primigenia, y con dichas alteraciones en sentido riguroso que ha sufrido ha logrado paradójicamente un mejoramiento que en algunos casos sobrepasa lo humano. Por lo tanto, en algunos supuestos estaremos hablando de «transhumanos propiamente«, y en otros deberíamos nombrarlos «+transhumanos», para con ello poner de manifiesto que el mejoramiento que ha recibido excede a la misma naturaleza humana.

Así, si una persona que es ciega de nacimiento y, mediante algún dispositivo artificial -supongamos un objeto nanotecnológico que emule el sistema óptico, inserto en el hueso frontal del cráneo- esa persona alcanza una visión semejante a la natural, será un “transhumano propiamente”. Pero si la persona, por ser un piloto de vehículos nocturnos, recibe por la misma vía tecnológica una mejora en su visión nocturna análoga a la que tiene durante el día, resulta evidente que ello no es lo corriente en los hombres y, por lo tanto, su definición es la de ser un “+transhumano”.

Nuestro futuro es más objetual que antropológico. Nos sorprendimos cuando en 1968 Stanley Kubrick presentaba la desafiante Hal 9000 en 2001 Odisea del Espacio. Hoy nadie se sorprende de que ella no esté en la gran pantalla de un cine sino que es la pantalla que llevamos todos nosotros, en todo momento y a todo lugar en nuestros bolsillos.

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