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La vivienda y las mujeres

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore (*)

El déficit habitacional argentino es tema de abordaje constante, fundamentalmente en tiempos de elecciones de cualquier jurisdicción.
La vivienda es el espacio donde la familia puede criar a sus hijos, educarlos, socializarlos y construir una pequeña sociedad en la que esos ciudadanos aprendan el mejor modo de convivir cuando tengan la edad necesaria para su emancipación.
Ese concepto alude a un tipo de vivienda: que sea un espacio seguro para la salud física y psíquica de sus integrantes; que permita el resguardo de los cambios climatológicos; que sea susceptible de limpieza adecuada; que cuente: con la iluminación y ventilación necesarias, con espacios suficientes para el descanso nocturno y las actividades de trabajo, estudio o esparcimiento diurnos, y con los servicios indispensables para la salud de sus miembros (agua potable, cloacas, electricidad, urbanización, transporte); que responda a la demanda de sus integrantes y evite el hacinamiento y promiscuidad de ellos.
Acordamos entonces que hablamos de una vivienda digna en los términos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Artículo 25.1: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”.
También reflejada en el Pacto Internacional de Derechos Económicos y Sociales y Culturales. Artículo 11: “Toda persona tiene el derecho a un nivel de vida adecuado para sí misma y para su familia, incluyendo alimentación, vestido y vivienda adecuadas y una mejora continuada de las condiciones de existencia, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.”
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos la ha definido en pocas palabras en su Observación General Nº 4: “es aquella vivienda donde los ciudadanos o familias pueden vivir con seguridad, paz y dignidad”.

La Constitución Nacional consagró este derecho en 1957, en el artículo 14 bis, que muchos tratadistas atribuyen al convencional Luis María Jaureguiberry, quien representaba a la Provincia de Entre Ríos, y al accionar de Crisólogo Larralde, por entonces presidente de la Unión Cívica Radical. Artículo 14 bis de la Constitución Nacional: El trabajo en sus diversas formas gozarán de la protección de las leyes (…) En especial, la ley establecerá (…) la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna.
Cuestionado en su origen, aun por los propios convencionales constituyentes de 1957, quienes abandonaron el plenario por repudiar las facultades del cuerpo, este artículo fue ratificado en la Convención Constituyente de 1994, y respaldado por todos los Tratados Internacionales de Derechos Humanos que se incorporaron con rango constitucional a la Carta Magna. Recogí en el texto grandes reivindicaciones planteadas en la Constitución de 1949, que avanzaba consagrando el derecho de huelga, hasta entonces omitido.
Volviendo al tema central, hablamos de vivienda digna, y el título vincula el tema con las mujeres.
Puede pensarse que se trata de un feminismo furioso o un análisis forzado. Sin embargo, las dificultades para acceder a una vivienda digna se exacerban a límites inconcebibles en el caso de las mujeres.

En primer lugar, porque las condiciones de trabajo de varones y mujeres no son iguales: les corresponde a éstas la mayor cuota de trabajo informal y precarización laboral en nuestra sociedad. Lo que las convierte en luchadoras solitarias por su subsistencia y las de su prole.
En segundo lugar, y sin que la enumeración señale orden de importancia o pretenda ser taxativa, las estadísticas demuestran un incremento en hogares con madres jefas de familia e hijos a cargo (por viudez, abandono, divorcio, paternidad no reconocida, etcétera).
Aunque resulte sobreabundante, podemos apuntar aquí que, en su mayoría, los hijos permanecen con las madres, que la obligación parental o cuota alimentaria muchas veces es una ilusión que se evapora mientras los hijos crecen dónde y cómo pueden. También, aunque resulte irritante, se trata de admitir que la sociedad patriarcal concibe que “la cría es responsabilidad de la hembra”, y la juzga duramente si incurre en conductas abandónicas, naturalizando el desconocimiento o abandono del padre.
La juzga y condena también por la cantidad de hijos que tenga o decida no tener, olvidando que la tarea de la concepción, embarazo, educación, asistencia, hasta la mayor edad, corresponde a ambos progenitores por igual.
En tercer lugar, y como prueba irrefutable de una sociedad hipócrita, todos los días las noticias nos informan de muertes accidentales por calefaccionarse con braseros; de niños abandonados, explotados o víctimas de trata; de “seres inadaptados” que practican abusos intrafamiliares de todo tipo; de adolescentes y jóvenes que salen a prostituirse o a asaltar, despreciando sus propias vidas y las ajenas. Y allí aparecen los garantistas y los represores con la remanida frase: “esto es responsabilidad de todos”, pero sin aportar solución alguna.
¿Acaso alguien puede creer que es igual crecer sobreviviendo en condiciones cada vez más adversas? ¿Que la escuela en sus escasas horas (en caso de contenerlos) puede suplir las carencias de cada minuto?

Que las mujeres han tenido dificultades siempre, para acceder a una vivienda digna, no excluye a las de mayor nivel intelectual o laboral.
Infinidad de mujeres solas que nunca calificaron para los créditos hipotecarios de la Nación o las provincias aunque apelaran a “agregar” algún sueldo a sus ingresos. Nunca pudieron porque la igual remuneración por igual tarea sigue siendo una aspiración.
Que las mujeres más pobres, ignorantes, vulnerables en extremo y despojadas de todo derecho atraviesan auténticos infiernos para llegar a ver a sus hijos “criados” con salud física y mental, no es más que una descripción durísima de una realidad que nos golpea a diario, aunque ellas nos sorprendan de modo constante con sus habilidades de supervivencia.
Intentar soluciones en cabeza de las mujeres, administradoras naturales en la miseria y en el bienestar, permitirá asegurar mejores calidades de vida para ellas, sus hijos y sus compañeros si permanecen en el núcleo familiar.

De eso hablamos cuando nos referimos a la vivienda y las mujeres.
Conocemos experiencias de autoconstrucción que alientan nuestra esperanza.
El proyecto de expropiar y urbanizar tierras de asentamientos populares es un punto de partida, que podría complementarse con un plan integral y sostenido de autoconstrucción.
Conocemos ejemplos esporádicos y dispersos pero en todos los casos con excelentes resultados. Cuando hay permanencia en el hábitat hay correcta escolarización, asistencia a centros de salud, acceso a servicios básicos e integración social. Ellas hicieron sedentaria a la humanidad Buscaron enraizarse.
No parece una receta tan extraña ni tan magistral. Se trata de confiar en las mujeres, al fin y al cabo “la cría es de ellas”.

(*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.

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