Por Mónica Ribetti / Contadora – Mediadora
Silvia y Marcelo acordaron, al separarse, que Anahí -su hija de 10 años- viviría con Marcelo. Silvia posteriormente formó una nueva familia con Andrés, con quien tuvo dos hijas.
Anahí continuaba totalmente a cargo de su padre, aunque realizando con cierta regularidad visitas a la casa de su madre. En esa interacción surgieron inconvenientes en la relación con el nuevo esposo de su madre y se produjeron situaciones conflictivas, que derivaron en la judicialización del problema y, como broche final, la restricción de contacto de la menor con el domicilio de su madre y su nueva familia.
Sin duda que la situación descripta, más allá de lo legal, afectó negativamente la vida personal de Anahí, originando un distanciamiento con su madre y hermanas y el consiguiente deterioro de sus vínculos afectivos. Sumado a su condición de adolescente, afectaron su estabilidad emocional, rendimiento escolar y conducta en general.
Todo ello fue advertido por su padre con preocupación.
Silvia, a su vez, molesta con la situación y enojada con Marcelo, solicita la tenencia de la menor y la causa es derivada a mediación.
Silvia y Marcelo acuden a la audiencia cargados de viejos rencores, acusaciones y recriminaciones mutuas, formulan reclamos y descargan sus emociones. Éste es el momento en el cual, en nuestra tarea de mediadores, debemos escuchar activamente y legitimar a cada una de las partes, para luego reposicionarlos y –mediante técnicas adecuadas- conducirlos sutilmente a que ellos puedan detectar y luego analizar qué es lo más importante a resolver en este conflicto: Anahí, la niña que necesita –en su crecimiento y desarrollo psicofísico- estar acompañada y ser comprendida por ambos padres.
Luego de los primeros momentos de tensión, Silvia y Marcelo comienzan a dialogar en términos respetuosos y pensando en alternativas de soluciones que podrían ser más convenientes para Anahí. Flexibilizaron sus posturas, entendiendo que debían contribuir ambos al equilibrio afectivo y emocional de la niña.
Silvia entendió que dado el vínculo afianzado entre Anahí y Marcelo, la niña debía continuar bajo la tutela de su padre y por lo tanto renunció al pedido de tenencia. Pero, a la vez, entendió que su hija la necesitaba -sin interferencias de terceros- y por ello se comprometió a estar más cerca de ella, atenta a sus necesidades y a compartir situaciones simples y cotidianas, como comidas, ayuda escolar, esparcimientos, charlas y enseñanzas para la vida.
Marcelo –logrando revertir la restricción vigente de contacto mencionada más arriba- accedió a un amplio régimen de visitas a favor de Silvia, consintiendo que Anahí asistiera a su casa toda vez que lo deseara y/o necesitara, propiciando de esta forma una comunicación permanente y fluida con su madre y hermanas, lo cual sin dudas fortalecería el vínculo afectivo familiar. A la vez, estableció como límite que Anahí debía regresar a pernotar a su casa paterna.
Asimismo, Marcelo y Silvia coincidieron en que, dadas las circunstancias vividas por Anahí y su vulnerable estado emocional-afectivo, resultaría conveniente requerir la asistencia de un terapeuta especializado para el acompañamiento y contención de la niña a partir de esta nueva etapa. Por ello, ambos padres se comprometieron a la
búsqueda inmediata de un profesional idóneo y adecuado al caso, a quien a su vez le solicitarán la producción de informes periódicos.
Marcelo y Silvia pudieron comprender que la separación de una pareja de adultos no implica la renuncia a los deberes de padres. Anahí siempre los necesitará unidos para crecer sanamente; y por ella deberán asumir con responsabilidad su condición de padres. Con este acuerdo celebrado se marcó un nuevo y esperanzador camino a recorrer por Anahí, a quien en definitiva importa preservar y ayudar a crecer.
Resulta altamente satisfactorio poder contribuir, en nuestra diaria tarea, a lograr reencuentros y restablecer relaciones.