Transitamos, sin saber el rumbo, los primeros meses del año 2021 o del Año II de la Pandemia del Covid-19 que llegó para, quizá, quedarse o retrasar-acelerar los procesos históricos que se desarrollan en todos los países del mundo.
Por razones de cercanía y por contar con los elementos de juicio, centraremos la mirada en el escenario latinoamericano, aunque lo que aquí pueda esbozarse pueda tener pretensión de universalidad.
Estamos invitados al banquete del poder. Aprovechemos la circunstancia, antes de los brindis, para hacer un repaso de sus acciones. Examen del que emergen elementos comunes como profundas diferencias sociales, enfermedades, dolor, humillación, servidumbre y hambre.
¿Esos serán los elementos constitutivos del nuevo paradigma sobre el que se conformarán los estados transpandémicos?
¿Tendrán quienes tienen la conducción política de la emergencia el talento para dilucidar tamaños enigmas?
¿Los cada día más empobrecidos partidos políticos que buscan confundirse en espacios tan débiles y opacos como ellos procuran encontraran la fórmula magistral para responder a las exigencias de la hora? Espacios que tampoco se animan a enfrentar los crecientes reclamos de una sociedad que decide ganar la calle aunque la represión sea cada día más feroz.
¿Será, entonces, la calle el frente de guerra donde se dilucidará el fracaso de la estructura sanitaria diseñada por el capitalismo para combatir la pandemia? ¿Cómo responderá la por siempre ultraconservadora clase media? ¿esa que se niega a dotar de mayor presupuesto a los equipos de salud que sin equipamientos adecuados libran la batalla más larga del mundo?
Frente a la emergencia, cabe pensar en la legitimidad o ilegitimidad de los mandatos en los que se escudan los gobernantes en ejercicio en este crucero de la historia. Ilegitimidad de origen o de desempeño que podemos ejemplificar con algunos casos paradigmáticos: la megalomanía de Donald Trump y de otros mandatarios del continente que prefieren gobernar desde la sinrazón.
Desde el diálogo ornitológico hasta dormir encima o al lado de sepulcros o, como se percibe en la tragedia peruana, donde cae cada uno tras otro los mejores representantes de la oligarquía financiera, que no tienen el coraje de emular a Alan García.
Ahí está la locura mística del golpe de Estado teocrático en Bolivia o la presencia de Jair Bolsonaro -y su consejo de pastores, brujos y nigromantes- que cuestiona las leyes universales y llega a afirmar que son capaces de detener el decurso del sol; mientras obstruyen el proceso de vacunación contra el covid-19. Ciencia o superstición; razón o religión.
Este camino no es nuevo en sí mismo. Trae en la mochila la experiencia de años de lucha en las calles contra las injusticias cometidas por el Estado y las clases dominantes. La historia de cada una de las naciones del continente da su respuesta a ese debate que puede resultar una experiencia fundacional.
Respuestas que deconstruirán la historia porque lo que se intentó o se contó tiene el sostén de los ídolos de barro.
Es fácil identificar que el descontento popular llegó a un límite en el cual ya no son soportables los elementos que perpetuarán la historia oculta y sucia de las naciones; las artimañas de los gobiernos que se volvieron repugnantes e insostenibles.
Frente a ese escenario, salir a la calle se volvió una medida urgente frente a la rápida expansión y colonización de los modelos políticos y económicos ajenos al interés colectivo.
La inconsistencia de los modelos se vio salvada por la pandemia, que actuó como una suerte de paracaídas. Crisis sanitaria de la mano del virus maldito -en la que abundan los relatos épicos- que hizo buscar frentes nuevos para transformar y asegurar la supervivencia del capitalismo a costa de miles de muertos que parecían ser desechos sacrificables en la medida en que el horizonte financiero resultara fortalecido.
¿Qué hacer entonces? Para muchos el momento histórico es congruente con el retorno a la lucha anticapitalista. Proponen, como en la Revolución Industrial, volver a romper las máquinas y combatir al Estado explotador y sus personeros.
A su vez, es inentendible cómo las personas buscan hacer uso de su conciencia para exhibir lo inamovible de la estructura del edificio social que profundiza la extrema segregación del modelo tendría consecuencias profundas a pesar de las artimañas cínicas de adormecimiento de las conciencias del que se sirven todos -absolutamente todos- los actores políticos, económicos y financieros.
El repudio, el dolor y las muertes nuevamente serán parte de las consecuencias insostenibles e inaceptables.
Nuevamente el virus neoliberal hizo lo suyo, utilizando su básica estrategia represiva consistente sacar prontamente las fuerzas policiales a las calles. Situación que nos lleva a plasmar nuevas preguntas difíciles de responder, en el sentido de que tal como los cambios y giros históricos son emprendidos desde la población, también las verdaderas respuestas las obtenemos de la calle.
El repudio, el dolor y las muertes nuevamente eran parte de las consecuencias insostenibles e inaceptables en un país. El virus gubernamental asociado al poder económico hace lo suyo, utilizando -insistimos- su estrategia represiva consistente en sacar prontamente a las fuerzas policiales tan pronto como comiencen las movilizaciones y reclamos.
No es arriesgado plasmar la afirmación de que nuestro siglo trae consigo un nuevo período que debería ser conocido como el de “las grandes revueltas latinoamericanas”. Si la llegada de la pandemia causó gran conmoción en todo el mundo y dejó la economía mundial en una profunda crisis, la ciencia sin poder encontrar respuesta y cura y, por último, las tecnológicas y el mundo globalizado exhibiendo su extrema vulnerabilidad, el virus de la ilegitimidad encontró prontamente su vacuna en las calles.
Será el tiempo de las rebeliones. Derecho consagrado por el derecho liberal y mirado con desconfianza o prohibido por todos los gobiernos populistas amantes del pensamiento único.
Extraña contradicción, por cierto. Sólo basta un par de ejemplos para abrir y cerrar la discusión en un instante. La no inclusión del derecho de huelga -y de protesta- en la Constitución Nacional de 1949 sancionada durante el primer gobierno de Perón o en las normas fundacionales del Estado Novo de Getúlio Vargas.
Antecedentes insoslayables de esa experiencia contradictoria llamada Socialismo del Siglo XXI. Tan discordante que sus seguidores parecen alejados de las ideas de su fundador e inspirado, el sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffan.
Quizá la cuestión más significativa sean las medidas dictadas por la OMS: el aislamiento social, la indicación e incluso la obligación de permanecer en casa, disminuir la movilidad en el espacio público para evitar el contagio y la propagación más acelerada del virus.
Limitar el contacto social, la cercanía y las demostraciones físicas de afecto, tocar el cuerpo del otro. El semejante se ha convertido en una fuente potencial o real de infección, un ente peligroso, una amenaza a la integridad con su cercanía.
Un virus es invisible, un microorganismo compuesto de material genético protegido por un envoltorio proteico que causa diversas enfermedades introduciéndose como parásito en una célula para reproducirse en ella. No necesitamos verlo aunque se han logrado obtener imágenes de este nuevo coronavirus, para experimentar distintos grados de temor que pueden derivar en reacciones que van desde la negación y la incredulidad hasta la paranoia, obsesión y compulsión por la limpieza.
Se han registrado en casos extremos el ataque y la agresión a otros, incluido el personal de salud, que ha sido violentado de diferentes maneras y en diferentes países, como una expresión irracional y absurda, ya sea “espontánea” o impulsada por intereses oscuros.
¿Cómo se configurará la rebelión de los mansos? ¿Será ésa la cuestión que marcará el camino al futuro?