Mucho se habla siempre de la importancia del sector empresarial en la economía. Y es un lugar común, ensalzarlo dentro del ámbito de las pymes. También existe una creciente corriente de opinión en el sentido de buscar actividades económicas sustentables en el tiempo, que no degraden el medio ambiente ni sobreexploten recursos naturales.
Por Luis Carranza Torres (*) y Sergio Castelli (**) – Exclusivo para Comercio y Justicia
El turismo, otrora llamado “la industria sin chimeneas”, recibe una atención más que evidente y plenamente justificada. No es poco lo que aporta a nuestra economía provincial. Pero existen otras industrias análogas que, siendo igualmente valiosas, no reciben -ni de lejos- una atención comparable.
No es la primera vez que hablamos en esta columna de las industrias culturales. Y no nos equivocamos en nada al decir que se hallan descuidadas. No hace muchos años, la industria editorial cordobesa recibió un crucial impulso de desarrollo gracias a los premios estímulo de la Municipalidad. Hoy, en medio de un fenómeno cultural como nunca se ha visto, del surgimiento de una veintena de escritores de muy buena “factura productiva” -predominantemente mujeres-, el área exhibe una llamativa orfandad de políticas de Estado tanto provinciales como municipales. En Córdoba “se produce” una novela por semana. Sin contar la producción de otros géneros. Del mismo modo que el campo argentino puede alimentar a cientos de millones en el mundo, la producción literaria cordobesa podría abastecer una porción interesante de otros mercados culturales. Creatividad y calidad no falta, lo que no aparecen son políticas de fomento y difusión.
Uno de los ejemplos más destacados de esa productividad en las letras y de lo que queremos significar cuando hablamos de “pymes culturales”, es la riocuartense Ana Emilia Moglia. En pocos días, su última novela, La ruta de los sueños, estará en las librerías de todo el país. Trata sobre una historia de vida y de amores, de descubrimientos personales, crisis, encuentros y desencuentros, en el marco de la inmigración de fines del siglo XIX en la hoy provincia y por entonces el territorio nacional de Misiones. Allí, en el pequeño poblado de Apóstoles, el ucraniano Teodoro Vennik y su único hijo Pedro crecen entre el espacio mágico que es la selva y el monte y la esperanza de una vida mejor que promete la explotación de la yerba mate, la cual, tal como el padre advierte al hijo, encierra “un secreto y un tesoro”. Y no adelantamos más de la trama porque si no nuestra amiga Tamara Sternberg puede llegar a tomar represalias contra nosotros.
Ya la opera prima de la autora, Al otro lado del océano, agotó varias ediciones, teniendo una halagüeña recepción en el “mercado” de lectores nacional.
Ahora, con esta, su segunda obra, habla de “una historia que rinde homenaje a la amistad verdadera y a la perseverancia”, según expresa la sinopsis a la que pudimos acceder. Pero se trata de mucho más que eso. Encierra en sí lo mejor de la nueva novelística cordobesa. La temática y la ubicación de la trama resultan más que originales y la narración centrada en los sentimientos de los personajes es igualmente atrayente.
Se trata, pues, de una “productora cultural” destacada, que desde su lugar en el mundo que es Río Cuarto se ha extendido al ámbito literario nacional y promete desbordar fronteras. Sus obras reflejan por sí mismas una calidad en el ramo, que las convierte en lo que podríamos llamar “productos de exportación”.
Todo lo cual nos hace pensar, en el porqué de la ausencia de una política que promueva este tipo de producciones de calidad en los mercados del mundo donde tienen una muy buena recepción este tipo de obras.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.** Agente de la Propiedad Industrial.