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“Jóvenes sí, pero patriotas, creyentes”. Y, por supuesto, votantes acríticos. Ellos han sido objeto de seducción permanente del presidente ruso, Vladímir Putin. Creó así el premier ruso la “Generación Putin” para garantizar su permanencia en el poder hasta dentro de seis años o, si fuera menester, hasta el final de sus días.
Pese a ese importante apoyo que se basa en una estructura cuasi militar de esos cuadros juveniles, el autócrata ruso teme. Tanto los servicios secretos rusos como las organizaciones juveniles de la iglesia ortodoxa han detectado que el romance no es tal. Por ello están en alerta permanente.
Saben que crece un núcleo opositor integrado por jóvenes que se plantean dar batalla a la gerontocracia rusa legítima heredera de la burocracia soviética y de la que es hijo dilecto Putin. Ofensiva que presenta diversos escenarios de combate. Desde la lucha callejera hasta poner en jaque los sistemas de seguridad cibernética gubernamental.
Jóvenes que reclaman elecciones libres; elecciones en las que estén prohibidas reelecciones indefinidas. Que la Asamblea Federal de Rusia limite y controle el poder del Kremlin; que la justicia sea independiente de los poderes cuasi omnímodos del presidente de la Nación y de su primer ministro.
La hoja de reclamos es mucho más extensa. Incluye daños ambientales diversos hasta la necesidad de realizar una consulta popular o referéndum antes de movilizar las fuerzas armadas comprometiendo la Nación en guerras imperialistas o de conquista.
Porque, como se lee en algunos de sus manifiestos, son ellos la sangre a derramar. Nunca en la historia rusa, afirman los jóvenes, ha muerto burócrata alguno en el frente de batalla.
El “detrás de la información” apasiona. La mayoría de estos niños y jóvenes levantiscos son hijos o nietos de antiguos resistentes que celebraron la llegada al poder de Mijael Gorbachov, el séptimo secretario General del Comité Central Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), al que percibieron como una esperanza de cambio.
Las tensiones internas ante el programa de reformas emprendidas por Gorbachov llevaron a la implosión de la URSS. Razón por demás entendible que los vio transformarse en “topos” o diluirse en las sombras en pos de evitar la persecución de organizaciones armadas integradas por partidarios del dipsómano Boris Yeltsin, tras el golpe de Estado de agosto de 1991.
Los jóvenes rusos que nacieron durante o después del proceso de desintegración de la URSS no son ni indiferentes ni moderados en su posición sobre el periodo soviético. El grupo que nos ocupa gana día tras día las calles de las más importantes ciudades rusas para mostrar su descontento.
Sueñan con una sociedad más justa sin paternalismos. Con la posibilidad de debatir en libertad. Cada uno de ellos marcha aferrado a la Constitución rusa como escudo frente a la represión estatal. Sus pintadas y panfletos cantan a la esperanza y remiten a los reclamos de enarbolados en aquel mítico mayo de 1968. Recrean las consignas de los jóvenes que fueron vanguardia en las heroicas protestas de Georgia, Hungría, Checoslovaquia, Berlín, Polonia, Ucrania, las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) y los olvidados estudiantes de las naciones de Asia Central.
Corresponsales espontáneos en tránsito por la Gran Madre Rusia cuentan entretelones de esta gran rebelión. En el frente de la sede comunal de Rostov del Don –capital del óblast de Rostov y del Distrito federal del Sur- una mano anónima plantó como bandera, en el edificio gubernamental, la misma frase que un apurado paisano escribió en una roca de la quebrada del Zonda: «On ne tue point les idées …”
Los medios de comunicación –obedientes al régimen gobernante- han comenzado su labor de demolición. Acusan a los jóvenes de marginales de usar “cabellos largos y mal peinados” y de abandono en su higiene personal.
Sus modos de vestir poco convencionales y el fumar marihuana impulsan a “la parte buena y sana de la población” a delatar sus lugares de reunión, domicilios y hábitos sociales.
Siguiendo el libreto oficial en los espacios de noticias y propaganda, les imputan ser portadores de “enfermedades contagiosas” cuyos síntomas notables serían “vagar sin rumbo con los ojos vacíos y vestidos con suéter y jean gastados y calzados que atentan contra el decoro propio de la Gran Madre Rusia”.
Los servicios de inteligencia los consideran subversivos, por escribir con caracteres latinos y aprender idiomas distintos de los que se hablan en el país continente.
Si eligen ese modo de vida merecen ser recluidos en hospicios mentales para su reeducación mientras cientos, miles de profesores son internados en novísimos Gulag o campos de trabajos forzados “por haber fracasado en la educación de dos generaciones de rusos.”
Los jóvenes, en tanto, protestan porque no tienen futuro en la Rusia de Vladimir Putin, comentó el sociólogo Lev Gudkov, director del prestigioso Centro Analítico Yuri Levada, quien considera que el sistema político personalista vigente en ese país se encuentra en proceso de degradación.
“La nueva ola de protestas antigubernamentales no tiene sólo una motivación económica. Los jóvenes protestan porque no tienen futuro en la Rusia de Putin”, comentó Gudkov en su oficina, situada en las inmediaciones de la Plaza Roja.
Gudkov destaca que, a diferencia de lo ocurrido en 2011-2012 en las mayores protestas desde la caída de la Unión Soviética, el actual movimiento opositor tiene una “carga moral” que hará que las autoridades tengan muchas más dificultades para sofocarla.
“Hablamos de manifestantes de entre 25 y 35 años. Es un movimiento moral, no económico, y por eso su fuerza irá en aumento”, pronostica.
Insiste en que “el descontento social tiene un carácter crónico” y que los “errores” cometidos por las autoridades desde la reelección en marzo de 2018 del presidente ruso, Vladímir Putin, como la impopular reforma de pensiones o el hecho de que “los ingresos hayan caído y los precios no dejen de subir” son “catalizadores”, pero no la causa de las protestas.
“Que no dejen acceder a ningún candidato que no sea cercano al Kremlin demuestra que el sistema es cada vez más esclerótico”, subraya el director del afamado centro de estudios demoscópicos.
Cree que el Kremlin no conoce otra táctica para hacer frente a la actual ola de descontento que la “policial”, por lo que reprimirá en los próximos meses por todos los medios las protestas en Moscú.
“Nos espera una reacción muy violenta contra la oposición. Habrá un recrudecimiento de las medidas de represión policial (…) detenciones, arrestos y casos penales. Algunos opositores recibirán largas penas de cárcel”, explica Gudkov, con relación al caso por “disturbios masivos” incoado por las autoridades.
Sin embargo, ve “irreal” un posible Maidán -revuelta en la que fue derrocado el presidente ucraniano Víktor Yanukóvich- en Rusia con Putin en el Kremlin. Cree que la represión policial está dictada por el “miedo” a una revolución.
“Hay que esperar más mano dura. Es la lógica del régimen. Una vez que comienza la represión, ya no puede parar. Tenga en cuenta la mentalidad y cultura de los miembros de las fuerzas de seguridad, que son los cuadros base en casi todas las esferas”, afirma.
El sociólogo demuestra la “degradación” de la Rusia de Putin desde su llegada al poder hace casi 20 años, cuando despertó muchas esperanzas de “mano dura” tras la errática gestión de Boris Yeltsin, hasta el “anquilosamiento” actual. “Ahora mismo nos encontramos en medio de un largo y gradual proceso de degradación del sistema”, asevera.
Días atrás el líder opositor ruso Alexéi Navaln fue trasladado de urgencia a Alemania para garantizar su atención médica. Había sido envenenado en el avión en el que viajaba desde Siberia a Moscú y que aterrizó de emergencia en en la ciudad de Omsk.
