Por Alicia Migliore (*)
El culto al hedonismo motiva a cada uno a referir los mejores lugares para disfrutar, con placer, las maravillas de la naturaleza. El Caribe, con su exuberancia, deslumbra y oculta aspectos menos gratos. La descripción de la belleza de Haití omite deliberadamente la trágica historia de su pueblo, que tiene tan escasa expectativa de vida.
La precariedad de sus instituciones contrasta con su condición de primer Estado americano que declaró su independencia. Parece que el respeto a la diversidad cultural y a los pueblos originarios no repara en ese colectivo de negros y mulatos descendientes de esclavos. Casi todos los países centroamericanos fueron el patio de juegos perversos de las naciones autodenominadas desarrolladas, con mayoría blanca. Destino similar tiene República Dominicana, uno de los destinos turísticos más importantes del momento, cuyo eslógan de comercialización es “Dominicana lo tiene todo”.
Y vaya si lo tiene y lo tuvo. Sufrió una de las más sangrientas dictaduras a manos de Rafael Leónidas Trujillo, quien se erigió en “generalísimo” algunos años antes que su homónimo español de triste memoria. Ambos hermanados por el abuso de poder que imperaba en la época, y nutridos por auténticos genocidios de los pueblos que desgraciadamente decían conducir. Pese a las tragedias enfrentadas a lo largo de su historia nacional, subsiste una importante desigualdad en los ingresos, desempleo, crisis energética, y mientras los haitianos buscan allí su futuro, los dominicanos migran a Estados Unidos para remitir sus ingresos a la familia que allí permanece, constituyendo una fuente de divisas importante basada en el desarraigo -como sucede con Bolivia-.
Si poco dice el apellido Trujillo a los actuales consumidores de servicios turísticos, menos les dirán los nombres Minerva, Patria y María Teresa Mirabal. Quizás sean pocos quienes recuerden sus nombres aunque su mérito haya trascendido las fronteras de su idilíco país, para constituirse en referencia mundial.
Las hermanas Mirabal, las “Mariposas”, nacieron en la República Dominicana de Trujillo. Su dictadura duró más de 30 años y las vidas efímeras de las mariposas fueron segadas entre los 25 y los 35 años.
La vida física fue efímera porque su simbología las ha tornado eternas e internacionales.
Convencidas del abuso de poder del dictador, procuraron la libertad de su pueblo y merecieron la más terrible represalia. Sus maridos eran torturados y en algún caso fueron asesinados. Ellas, además de torturadas, fueron vejadas y violadas brutalmente. Encarceladas, separadas de sus hijos, alejadas de sus maridos.
Pese a todo ello, la convicción de la justicia de su reclamo las llenó de pasión; la que hizo decir a Minerva, la doctora en derecho, “si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”. No pensaban la muerte como una circunstancia remota sino como un peligro efectivo e inminente. No se amilanaron. No abandonaron a sus afectos privados de la libertad. El dictador quiso convertirlas en un ejemplo para disuadir a los disidentes del régimen. Luego de la visita a la cárcel donde estaban sus esposos, fueron apaleadas y ejecutadas junto con el chofer que trasladaba a las tres. Trataron de simular un accidente de tránsito pero no resultaron convincentes. El asesinato artero motivó un repudio generalizado y la lucha por la libertad recrudeció, tanto que el dictador apenas las sobrevivió seis meses. Los verdugos que participaron en la comisión del hecho fueron juzgados y condenados. La dictadura entró en su ocaso. Y las “mariposas” siguieron volando, luciendo su belleza y su libertad. Los brazos salieron de sus tumbas con más fuerza, en defensa de la integridad psicofísica de las mujeres de todo el orbe.
A esas mariposas se debe el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En conmemoración de su asesinato, ocurrido el 25 de noviembre de 1960, la Organización de Naciones Unidas estableció esa fecha como día de sensibilización y denuncia sobre la violencia contra las mujeres en el mundo, desde el año 1981, acogiendo demandas del feminismo latinoamericano.
No se ha logrado aún que cese ese verdadero genocidio por goteo que es el femicidio. La violencia menos extrema se manifiesta en exclusiones múltiples de las mujeres en distintos aspectos de la vida social y política de las sociedades. Son pequeñas muertes, infinitos silencios, interminables postergaciones, mutilaciones efectivas o simbólicas, todo aquello que tienda a someter a las mujeres a un espacio inferior, de abuso y exclusión.
Y allí están ellas. Las mariposas inmortales. Las ejecutadas, que volvieron para sacar sus brazos de las tumbas y ser más fuertes e invencibles en la defensa de las mujeres maltratadas, abusadas, exterminadas.
Son un símbolo y un ejemplo. Su memoria señala y condena toda aquella actitud reñida con el trato que merecen, como seres humanos, sus congéneres. Esos brazos tan fuertes, superando la muerte, marcan el camino de compromiso y defensa que compete a todos los actores sociales en posición de defender la fragilidad de las mariposas.
El nombre con que se autodenominaban es inspirador: las mariposas, libres, bellas, gráciles, logran dejar atónito a un niño cuando descubre su vuelo etéreo, y los adultos comprueban que no han perdido su capacidad de asombro ante la perfección de ese ser que, desde su frágil apariencia, cumple funciones vitales en la naturaleza y ha sido reverenciada en el arte y la tradición de culturas antiguas.
Proteger las mariposas, defender la libertad, es el grito vivo de las Mirabal.
(*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política