Por Miguel Rodríguez Villafañe (*)
Desde siempre los hombres y las mujeres, en un mundo a compartir, ejercieron el derecho a pensar, investigar, informar e informarse, expresar ideas y opiniones y comunicarse en general con otras personas. Trasmitieron información con esculturas o dibujando pinturas rupestres en las paredes de cavernas, covachas, abrigos rocosos o por petroglifos grabados sobre piedra mediante percusión o abrasión; pasando por la comunicación mediante gestos de distintos tipos (con caras, ojos, manos, brazos, cuerpo, etcétera); por pregoneros, crónicas orales o con tambores, señales de humo, banderas o silbidos. También mediante formas escritas en ideogramas o manuscritos hechos sobre piedra, mármol, tablillas de arcilla o cera, metal, papiros, madera, pergaminos de cuero o papel de arroz o celulosa; y por las que se desarrollaban en obras teatrales o musicales. Luego, a través de hilos telegráficos y telefónicos del espectro radioeléctrico, y de modo digital por Internet y mediante la world wide web (www, conocida como la web), sus diversas plataformas y las tecnologías asociadas terrestres y satelitales.
Aquí, cabe detenerse ante la necesidad de rescatar desde siempre de manera particular los pensamientos, ideas, opiniones y expresiones de la mujer, o sea la mirada “femenina”, no tenida en cuenta adecuadamente, apocopada y tampoco reivindicada en toda su importancia en muchos momentos de la historia de la vida de las personas y los pueblos.
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