Uno de los hechos de sangre más célebres de Hollywood no fue demasiado investigado
Por Luis R. Carranza Torres
Un hecho de la vida privada, aún más tumultuosa que los papeles de mujer fatal que gustaba representar en las películas, amenazaba con mandar al diablo a la carrera de Jean Harlow, diva platinada de la Metro-Goldwyn-Mayer.
Paul Bern, uno de los productores más exitosos de la MGM y su esposo de Jean desde hacía sólo dos meses, había sido encontrado muerto de un disparo en el vestidor contiguo al dormitorio matrimonial.
Hábil para llevar a cabo películas, era también un acomplejado, resentido y violento. Apodado el “Eunuco de Palacio” en los estudios de la Metro, no daba ni de lejos la talla para ser el partenaire conyugal de Harlow, una mujer exigente en materia de sentimientos y afines. Y, encima, le echaba la culpa a ella, paliza mediante. Incluso en la misma noche de bodas.
Sólo en el mojigato e hipócrita mundo de la época puede entenderse que una mujer que podía aspirar a casi cualquier hombre como Jean tuviera que soportar a un miserable de la catadura de Paul.
Tras el descubrimiento del cuerpo por el mayordomo en ese septiembre de 1932, no fue la policía la que llegó al lugar sino los jerarcas del estudio, que se aseguraron de dejar los suficientes elementos como para que el suceso fuera aquello que parecía en un primer vistazo: un suicidio. Solo después de eso se llamó a la policía.
Una nota escrita por Bern fue convenientemente colocada para que quedase a la vista de los detectives: “Queridísima amada: Al parecer este es el único modo de recompensarte por todo lo malo que te he hecho y para limpiar mi humillación. Te quiere, Paul. P.D. Entenderás que lo de ayer fue fingido”. No era muy concluyente en nada, pero era lo mejor que se tenía a mano.
Como si algo hiciera falta para complicar aún más las cosas, Paul tenía, al parecer, otra mujer en la Costa Este de EEUU, de nombre Dorothy Millette, cuyos problemas mentales la habían llevado a un psiquiátrico. Y lo peor del asunto es que nadie podía asegurar que ese matrimonio anterior hubiera sido disuelto.
Al parecer, Millette no sólo era todavía su esposa sino que lo había visitado en la noche previa a su deceso. Justo después que Harlow, cansada de los maltratos y después de discutir en la peor forma con Paul, se había marchado llorando a casa de su madre. Millette era, por lo tanto, una posible testigo o incluso, sospechosa de homicidio. Pero luego de tomar un barco a la ciudad de Sacramento saltó por la borda antes de llegar a destino y su cadáver apareció flotando días después. Había muerto ahogada.
A Jean Harlow no le costó mucho encajar el duro golpe. Pagó incluso la lápida de Dorothy Millette, a la que hizo que agregaran en el nombre el apellido de Bern, como se estilaba en las mujeres casadas. Todo un reconocimiento y una póstuma echada en cara a Paul.
El hombre que primero le había conseguido uno de los mejores contratos de la industria para luego transformarla en una mujer golpeada y que últimamente la había convertido en “la viuda de América”, como le decían los periódicos.
Tres días después de enviudar y con el cuerpo del occiso todavía sin enterrar, “Baby” volvió al trabajo para continuar con el rodaje de “Tierra de pasión”, junto a Clark Gable. Era una persona adorada en el set que filmase, por comportarse en forma opuesta a lo que hacían las divas: era muy divertida, sencilla y considerada con todos. Tal vez por eso, en lugar de verse perjudicada por el escándalo, la historia del pusilánime que no puede soportar ser eclipsado por su esposa y se mata, disparó la popularidad de Jean Harlow a la estratosfera. “Tierra de pasión” fue un rutilante éxito de taquilla.
El fiscal del condado con jurisdicción en el caso fue Buron Rogers Fitts, natural de Belcherville, Texas, abogado recibido en 1916 en la Universidad del Sur de California y proveniente del estudio del prominente abogado Earl Rogers. Fitts había sido reelegido en ese año para un nuevo mandato en el cargo y lo seguiría ocupando hasta 1940.
Samuel Marx, en su libro Deadly Illusions, acusó a Fitts (con antecedentes de aceptar sobornos) de haber recibido un sobre de los directivos del estudio de MGM para aceptar sin mucha elucubración la versión del suicidio de Bern.
Sea por eso u otra cosa, Harlow declaró en fiscalía y ante un gran jurado que ella “no sabía nada” del asunto y ahí terminó el tema. Tampoco tuvo mayores problemas en que un juez civil la nombrara, aún con la investigación abierta, como ejecutora del testamento de su difunto marido.
Unas dos mil personas de la industria asistieron al funeral de Bern, celebrado el 9 de septiembre de 1932 en la Capilla Grace en el cementerio de Inglewood Park. Harlow asumió uno de los mejores papeles de su vida: el de viuda dolida.
En la revista Playboy de noviembre de 1960, Ben Hecht cuestionó la conclusión oficial de la muerte de Bern como suicidio, sugiriendo que fue asesinado por Dorothy Millette y que la investigación fue desactivada para no “estropear el atractivo de taquilla” de Harlow.
El artículo incitó al Fiscal de Distrito por ese tiempo, William B. McKesson, a reabrir el caso, pero luego volvió a cerrarlo sin avances. “Creí al principio que Hecht era un reportero responsable. Ahora parece que lo escrito solo era un rumor escuchado de oídas y sin confirmación alguna”, declaró McKesson.
Como fuera, la verdad sobre lo ocurrido a Bern sigue, aún hoy, en las sombras.
Me encantó ,tiene intriga, dudas , y cabos sueltos , muy interesante.