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La decadencia en instituciones y dirigentes se supera venciendo el individualismo

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“La aspiración de progreso social ni tiene que ver con su bulliciosa explotación proselitista ni puede producirse rebajando o envileciendo los tipos humanos. La humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros no se opera meteóricamente, como exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva. El fenómeno, así, es ordenado y lo sitúa en el tiempo una evolución necesaria que tiene más fisonomía de edad que de motín. La confirmación hegeliana del yo en la humanidad es -a este respecto- de una aplastante evidencia. Nada nos impide considerar como destino no sólo la finalidad individual, o la suma de sus probabilidades, sino la suma de las probabilidades generales” 

La comunidad organizada

Por Luis Esterlizi (*)

Crisis del modelo democrático actual

Estos últimos 40 años de democracia ininterrumpida terminaron consolidando un modelo de gobernanza que apartó las acciones de la dirigencia de sus pensamientos, muy lejos de las necesidades esenciales del pueblo argentino y del proyecto de Nación, que desde hace años quedaron enterrados junto con la pasión desplegada por muchos de nuestros antepasados. Esto generó en grandes sectores nacionales la tragedia de la desintegración y degradación social.

Es que los argentinos -de buena fe- cometimos el error de suponer que en democracia lo importante era delegar en destacadas personalidades nuestra responsabilidad, confiados en que ellas –como si fueran semidioses– solucionarían las críticas coyunturas políticas, económicas y sociales que desde años soportamos.

Pero finalmente advertimos de que, después de varios mandatos, dichos “líderes” no fueron infalibles porque, dominados por un individualismo exultante, llenaron sus ambiciones personales con el costo denigrante que pagamos millones de argentinos. Entonces comprendimos que no sólo fracasaron sino que, al estar afectados por una profunda crisis ética y moral, se vanaglorian de tal manera hasta “convencerse” de que constituyen el valor supremo de una democracia.

Esto simplemente constituye una mezquindad institucional en perjuicio de miles de entidades intermedias, sean gremiales, sectoriales, investigativas, docentes, etcétera; o sea, millones de argentinos que no cuentan con el derecho a establecer políticas públicas, a no ser que lo hagan por intermedio de los “representantes del pueblo”, que innegablemente son acólitos de los “líderes infalibles”.

Esta democracia de corte esencialmente neoliberal y de claro manejo autocrático termina convirtiéndose en un modelo de gobernanza acotado en cuanto a la participación del pueblo, igualando de algún modo ciertos regímenes derivados del marxismo, en los que ambos son gobernados por el capital o el partido del poder mientras el único que no gobierna es el pueblo.

“También crecieron la sensibilidad y la capacidad política al impulso de la mayor participación del ciudadano. Pero esa mayor capacidad de intervención política de la ciudadanía, más allá de su participación en las urnas, fue bastante mal usada. Se pusieron frente a ella los árboles que no dejaron ver el bosque, se saturó el panorama político nacional con cuestiones menores y el ciudadano no llegó a formarse una concepción general de la problemática nacional que abarca suficientemente todos los campos de sus actividades. Finalmente, el pueblo fue comprendiendo que no debía permanecer indiferente ante los problemas políticos nacionales y adoptó la decisión de ser protagonista de su historia, rompiendo con los esquemas tradicionales y caducos que intentaban relegarlo a la simple condición de espectador”. 

Modelo argentino para el proyecto nacional

Democracia social

Cuando nos referimos a un modelo de gobernanza en el que el pueblo se convierta en el factor principal en la toma de decisiones estratégicas, algunos plantean la imposibilidad de convocar a millones de personas cada vez que se necesite su participación para decidir sobre tesis esenciales. 

Para sortear ese problema y la sociedad pueda garantizar su decisión con el suficiente peso otorgado por la presencia del conjunto unido, no queda otra alternativa que organizarse según funciones y misiones al servicio del país y la ciudadanía. Esta premisa puede ser fácilmente realizada ya que actualmente Argentina cuenta con miles de entidades intermedias, cámaras y asociaciones sociales, gremiales, comerciales, políticas, tecnológicas, educativas, etcétera. Todas ellas, de alguna manera atestiguan que el pueblo está organizado.

Pero para poder operar es fundamental generar un acuerdo. Que básicamente acordemos qué es lo que queremos como país y sociedad y cuáles son las disposiciones que se necesitan para poder operar institucionalmente. 

Será imprescindible crear el ámbito institucional que nos permita compatibilizar los aportes y las ideas fuerzas sobre qué clase de país y sociedad anhelamos, qué sistema institucional queremos establecer para que como pueblo organizado podamos discernir y consensuar derechos. También las obligaciones de cada ciudadano como de cada entidad o institución participante.

Debemos persuadirnos de que más allá de las funciones y misiones específicas de cada sector, también -como parte de la responsabilidad social- deberán preocuparse por la educación, salud, investigación tecnológica, trabajo y producción, problemas y modalidades laborales, crecimiento económico y desarrollo social acorde a éste, cuidado del medio ambiente, integración social, modelo de gobernanza, resguardo de nuestros recursos y cuidado de la soberanía.

Es innegable coincidir en que Argentina es un país que está en crisis terminal, que sólo podrá ser superada con el concurso del pueblo organizado, siempre y cuando el modelo de gobernanza habilite el derecho a que las decisiones fundamentales provengan del pueblo. Ésta sería una clara muestra de que nos asiste una democracia social y que las individualidades no desaparecen sino que se ennoblecen al poner sus capacidades al servicio del conjunto social, sectorial o político al que pertenecen.

Nuevos roles y funciones de los dirigentes

Aunque muchos jóvenes se incorporan a la política electoral por un escenario colmado de egoísmo en el que no existen valores, virtudes y sólo predominan las ambiciones de poder, ciframos la esperanza en que logren imponer un auténtico cambio de época.

Estos nuevos dirigentes obligadamente transitarán por un sendero muy estrecho y confuso, ya que (la realidad así lo demuestra) lo viejo no termina de morir y lo nuevo no aparece en el horizonte de las posibilidades para el triunfo del pueblo. Todo esto, reconociendo que las instituciones en general que les dieron trascendencia personal y hoy les sirven como trampolín de lanzamiento, sólo los arrojarán a un mar plagado de tiburones hambrientos.

Pero cifro las esperanzas en que se produzca una simbiosis entre los deseos de estos nuevos dirigentes de participar en la contienda electoral con las necesidades reales del pueblo argentino, ya que éste exige soluciones perentorias de los estigmas que lo acosan desde hace muchos años. 

Las respuestas las inscribimos como revolucionarias, ya que esta crisis terminal no admite planes coyunturales o soluciones que no ataquen las causas profundas que la originaron.

Conclusiones

Tal como se vienen desarrollando las campañas electorales, me animo a pronosticar que éstas nos conducen a una nueva frustración en el momento en que las energías espirituales de millones de argentinos se encuentran hundidas en una gran depresión y desesperanza.

Las mayores movilizaciones de la ciudadanía son más para reclamar derechos conculcados, falta de trabajo o falencias en servicios. Estos casos son más convocantes que las campañas electorales, como lo demuestran las PASO ejecutadas en La Pampa, donde triunfó el candidato radical compitiendo contra el del PRO, pero ante una pobrísima participación de la ciudadanía. El caudal de votantes apenas rondó 20%.

La propaganda electoral de partidos y coaliciones ocurre en las redes sociales y en los medios de comunicación. Los montos de esas campañas superan todas las imaginaciones y constituyen un verdadero despojo de las arcas de los Estados, en los que solemos depositar el sudor y las lágrimas que nos cuestan los impuestos a los argentinos.

Como el resultado electoral al final de 2023 sigue siendo una incógnita, gane quien gane las soluciones que requiere el país no llegarán porque el accionar de la política será sobre denostaciones y culpabilidades imputables ante un contexto social tensado por la realidad oprobiosa que vivimos, y con la posibilidad de jornadas de violencia tal vez imposibles de contener.

Esperemos que de todo este pandemónium surjan nuevas dirigencias que, aportando sus cualidades éticas y morales, logren superar cualquier percance que parezca incontrolable y los argentinos encontremos el camino de la integración y unidad para sortear definitivamente esta crisis.

(*) Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de Córdoba

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