Por Roberto Fermín Bertossi (*)
Esta opción alimentaria, traducida en bienes y servicios a precio justo, merece promoción y fomento público
Paulatinamente se incrementa la desproporción entre el precio de alimentos imprescindibles para cubrir necesidades básicas y los bajos ingresos de la inmensa mayoría de trabajadores activos y pasivos; concretamente en lo concerniente a la adquisición y abastecimiento nutritivo y decoroso de aquéllos.
En efecto, según los últimos índices de precios al consumidor relativos a alimentos suministrados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), con la aceleración de diciembre la canasta básica alimentaria aumentó 45,5% en 2020. Por citar sólo algunos de sus componentes, el precio de las verduras trepó 58%, el de la carne 56,9% y el de las frutas, 64,4%.
Concordantemente, según el relevamiento del último semestre de 2020, realizado por la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), desde que el trigo sale del campo hasta que se vende el pan, el precio se multiplicó por siete, la carne por cuatro y la leche triplicó su precio. En tanto, el de verduras y frutas ya resulta inauditamente extravagante.
Así las cosas, aun cuando se incrementare 50% la Tarjeta Alimentaria, no alcanzaría porque inflación, desocupación, impuestos, combustibles y tarifas -singularmente en este tiempo extraordinario del coronavirus- son implacables e incesantes con el deterioro del poder adquisitivo, tanto de asalariados, jubilados o pensionados ordinarios como de los propios beneficiarios de dicha tarjeta.
Tal desproporción se explica, en parte, por la brecha entre el precio que percibe cada productor agrícola por un litro de leche o un kilo de carne o de cereales (vg., harina, lentejas, avena, maíz, yerba, etcétera) y lo que debe abonar por ellos cada consumidor. Fundamentalmente por abusos de intermediaciones puramente mercantilistas en la cadena productiva y/o relación de consumo.
A esto mismo debemos añadir las insensibles negativas pretensiones tributarias estatales (nacional, provincial o municipal) cuanto injustificables aumentos sucesivos (de hasta cinco veces en los últimos 30 días) en el precio de combustibles de uso imprescindible y permanente en el sector agrícola.
Lo paradojal de todo eso es que, a la fecha, los sujetos esenciales en tal cadena o relación (digo “productor y consumidor”) son los más perjudicados por los efectos perversos propios de tamañas desproporcionalidades.
A propósito, las estimaciones presupuestarias o tarifarias públicas sobre la participación contributiva que el productor rural debe tener en el reparto de impuestos, tasas, tarifas y servicios, no deberían omitir en adelante que “los rendimientos del sector agrario” se conforman más lentamente y con más riesgos que en otros sectores de la economía.
La opción alimentaria cooperativa de emergencia, traducida en bienes y servicios a precio justo (por su marco axiológico y la consabida fiscalización pública cooperativa, obligatoriamente más baratos que aquellos provenientes de abusos en la intermediación -privada, pública y mixta- y de lucros exorbitantes), sin dudas hoy merece más que nunca la mayor promoción y fomento público posible, mediante, por ejemplo, discriminaciones positivas en materia tributaria, tarifaria y de logística, el determinado auspicio, impulso y acompañamiento de compras en común u otras estrategias asociativas vecinales o comunales.
La finalidad es conseguir “en el mientras tanto” buenos precios en la compra de cualquier producto o en la contratación de algún servicio mediante la realización de compras mayoristas directas, esto es, reunir un determinado grupo de personas que necesitan lo mismo y así conseguir mejores precios que si eso lo adquiriesen cada una por separado.
Finalmente, resulta más que razonable, útil y oportuno promover y facilitar excepcionalmente la disponibilidad y el acceso ciudadano inmediato a una “canasta alimentaria cooperativa de emergencia” (con todos sus componentes -de primeras o segundas marcas-: cereales como maíz, arroz, pan, pastas, fideos, lentejas, etcétera; azúcar, té, yerba, café, aceite; frutas, verduras, lácteos, huevos y carnes -pollo, cerdo, ternera, pescado-). Ello al menos durante el tiempo incierto que insuma este ya largo e impredecible discurrir pandémico.
(*) Experto Coneau/Cooperativismo