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La ausencia de un proyecto nacional consensuado es la raíz de nuestra crisis

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Por Luis Esterlizi (*)

La crisis nacional es totalmente política y comenzó a manifestarse desde los confines de nuestra historia cuando este pueblo -un 25 de Mayo de 1810- tomó la decisión de asumir la condición de argentinos, definir una identidad cultural e independencia política genuinamente nacionales y sostener en el tiempo la voluntad de rechazar de cualquier imperialismo, el intento de someternos a sus designios.

Por ser parte de este continente declarado como el nuevo mundo, abierto a las relaciones con los estados, razas y regímenes milenarios y poderosos que nos habían descubierto, con el correr de los años y la comprobación de cuáles eran sus verdaderas intenciones, se forjó un espíritu que -como producto de la integración de razas, costumbres y valores- identifica a los que buscamos la paz e integración social y la existencia emancipada de quienes lo habitamos.

Esta firme decisión dio lugar al nacimiento de dos comportamientos diferentes y opuestos -sobre todo en nuestra comunidad- que de alguna manera marcan una histórica confrontación entre los que se consideran herederos de los que instalaron ese espíritu libertario e independentista, con los que pensaron que la “superioridad cultural” de razas, credos y poderes económicos y beligerantes, era el “mundo” al cual debíamos pertenecer. 

Es decir, prácticamente desde que nos descubrieron, vivimos bajo estas estrategias imperialistas que pretenden poseer parte de nuestros territorios, como nuestras Islas Malvinas, recursos estratégicos tales como: petróleo, litio, materias primas, etcétera o porque geopolíticamente quieren convertirnos en monedas de cambio en sus luchas por acordar un nuevo orden mundial.

Cuando comenzamos a darle una clara identificación a lo que significa ser argentino, según la integración de razas, tradiciones, principios y valores que nos distinguen junto a nuestro extenso territorio y regiones, nos incluyeron en la lucha de viejas y caducas ideologías -para comprometernos en sus propias estrategias y dividirnos y enfrentarnos internamente en luchas estériles-.

Las generaciones y nuestra historia

En esta época plena de confusiones interesadas, es preciso que las nuevas generaciones conozcan este largo proceso, en el que líderes nacionales enfrentaron con firmeza tales maquinaciones, hasta que en 1943, aprovechando el compromiso de las principales potencias durante la Segunda Guerra Mundial, Argentina marcó un hito fundamental por medio de la participación organizada y activa del pueblo, instalando un modelo de gran crecimiento económico y desarrollo industrial y social, totalmente independiente. 

Sin embargo, cuando dicha etapa intentaba su consolidación, comenzaron las intrigas para debilitarlo y frenarlo posteriormente mediante un golpe cívico-militar en 1955, comprometido con las intenciones imperialistas e instalando el odio antiperonista para proscribir al peronismo de toda participación durante casi 18 años.

Después de varios gobiernos de facto, persecuciones, cárceles y muerte de miles de ciudadanos, llegamos a los años 70, en los que por reacción popular comienza a resquebrajarse este dique de contención popular integrándose a la lucha, distintos partidos, sectores gremiales, empresariales y estudiantiles, buscando la salida democrática sin proscripciones de ninguna naturaleza.

Fue a partir de la decisión y el accionar de los líderes más importantes -por ese entonces – del radicalismo y del peronismo -Ricardo Balbin y Juan Domingo Perón, respectivamente- quienes junto a otras fuerzas políticas conformaron La Hora del Pueblo, claro vehículo político-social que buscaba instalar un gobierno de unidad para superar los desencuentros y consensuar las bases de un proyecto nacional para todos los argentino.

Pero nuevamente -después del fallecimiento de Perón- minorías extremas de izquierda y de derecha desencadenaron un proceso que culminó en 1976 con el golpe de Estado que durante siete años estableció una violenta dictadura, cuyo principal ideólogo era una figura representativa del ultraliberalismo: José Martínez de Hoz.

En 1983, la dictadura militar decide entregar el gobierno a la democracia mediante elecciones presidenciales, siendo elegido presidente el Dr. Raul Alfonsin, quien asumió el 10 de diciembre y le puso fin a la última dictadura, que había virtualmente colapsado luego de la derrota en la Guerra de las Islas Malvinas del año anterior.

En aquel entonces no advertimos que dicho escenario servía a las maniobras del capitalismo anglosajón, ya que -después de la derrota de Argentina en Malvinas y de la estrategia pergeñada durante la dictadura- intentaban instalar una dirigencia servil que habilitara una partidocracia con confrontaciones pero que no impidiera la alternancia en el poder, formateando y envileciendo un modelo autocrático, que dividiera y enfrentara a la sociedad, aumentara la pauperización de grandes conglomerados urbanos e instalara la desacreditación nacional.

Sin un proyecto nacional y desmembrado el país por la ausencia de un federalismo con sentido nacional, nos fuimos sumergiendo en un mar de incongruencias que frenaron el crecimiento laboral y productivo, impidiéndonos toda posibilidad de insertarnos con nuestras potencialidades, valores y virtudes al diseño de un nuevo orden mundial, cuando éste promete privilegiar al multilateralismo y la integración con los países en vías de desarrollo. 

El neoliberalismo y la economía como factor principal

El pasado día 27 de junio, un sector importante del empresariado de Córdoba, Buenos Aires, Misiones y Mendoza fue convocado por una asociación empresarial de reconocida trayectoria provincial y nacional, que presentó el denominado Plan bimonetario para 2024, que sería entregado al próximo gobierno nacional, elegido al final de este año. “El propósito inicial es instalar un capitalismo moderno, occidental y progresista”, con la seguridad de que será bienvenido por cualquiera de los postulantes que por el momento se presentan para el cargo de presidente.Desde ese entorno piensan que por tal motivo dicho programa caerá en tierra fértil. Claro que la aspiración de máxima es también poder ejecutarlo” (opiniones extraídas de La Voz del Interior, pag 8, del 28/06/23).

Los que sostenemos que la economía forma parte de la filosofía moral de los gobiernos, sabemos que las propuestas económicas deben ratificar tal concepto y salir del rigor técnico referido al manejo frío y estricto de los números, cuentas y partidas, sin tomar conciencia de que eso solo en un gobierno democrático no asegura los objetivos políticos, económicos y sociales, sobre todo en lo que hace a la participación de la sociedad organizada en la toma de decisiones y en sus implementaciones. 

Porque una auténtica democracia no empieza ni termina con la designación del gobierno ni mucho menos con la designación de un ministro de Economía o de un plan económico propuesto por un solo sector o grupo, ya que la interrelación sectorial que asuma responsabilidades, es lo que asegura el éxito del plan, siempre y cuando estuviera diseñado y aprobado por la sociedad en su conjunto. 

Trasfondo político, económico y social 

Vivimos una campaña electoral con odio, confrontaciones y ajena a las reales necesidades del país maltratado por la irresponsabilidad de muchos personajes que creyéndose dueños de los recursos del Estado, usan los decretos de necesidad y urgencia (DNU) o modifican leyes nacionales, provinciales o municipales, para disponer los recursos del país a su propio beneficio.

Por lo tanto, superado ética y moralmente este tema, debemos empeñarnos en terminar con las secuelas de esta crisis integral que afecta a todos los sectores. Esto debe hacerse mediante propuestas de la sociedad en su conjunto vertidas en un ámbito conformado por todos los partidos, sectores e instituciones sociales, reconstruyendo la solidaridad, la confianza y la integración perdidas.

Cualquier intento que niegue esta alternativa o que la conjunción no se concrete entre partidos y coaliciones circunstanciales con las representaciones genuinas y permanentes de los sectores que integran la sociedad argentina, las chances del éxito, serán mínimas.

Además, por más que un equipo técnico de determinado grupo o sector le entregue al gobierno de turno sus propuestas, lo que realmente importa es la aceptación y participación del pueblo en la ejecución de las políticas públicas, y esto no lo resuelve porque lo acepte y lo dicte un gobierno determinado y mucho menos si lo propone en forma exclusiva algún sector. 

Los modelos de gobernanza que fracasan lo hacen porque caracterizan a regímenes pseudodemocráticos o autocráticos ya que, cuando dejan de existir los golpes de Estado, gobiernan las democracias fallidas y corrompidas.

Definitivamente: en una auténtica democracia las políticas públicas no se imponen, se analizan, se discuten y concretan por medio del diálogo y los consensos, que aunque complicado para armonizar y equilibrar posiciones como la de definir un proceso de realizaciones trascendentes que ataque las causas y no los efectos de una crisis, es el único camino que nunca recorrimos.

(*) Ex ministro de Obras Públicas de la Provincia de Córdoba 

«Una auténtica democracia no empieza ni termina con la designación del gobierno ni mucho menos con la designación de un ministro de Economía o de un plan económico propuesto por un solo sector o grupo, ya que la interrelación sectorial que asuma responsabilidades, es lo que asegura el éxito del plan, siempre y cuando estuviera diseñado y aprobado por la sociedad en su conjunto».

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