Varias causas confluyeron para dar forma a uno de los peores procesos penales del siglo XX
Por Luis R. Carranza Torres
Es un hecho decisivo para la historia de la Irlanda tal como hoy la conocemos. Tradicionalmente se lo conoce como el Alzamiento de Pascua, Éirí Amach na Cásca en su denominación en gaélico irlandés moderno o gaeilge, idioma oficial de Irlanda o Easter Rising, en inglés.
En las primeras décadas del siglo XX, Irlanda era la colonia más antigua del imperio británico y una de las que sobrellevaba del peor modo las injusticias intrínsecas a esa forma de dominación.
Poco más de medio siglo antes, en la Gran Hambruna irlandesa, ocurrida entre los años 1845 y 1849 a causa de la ineficiente política económica del Reino Unido y la desafortunada plaga del tizón tardío o rancha en la cosecha de papas, principal alimento de los sectores populares, entre muertes y migraciones Irlanda perdió más de un cuarto de su población.
El gobierno inglés de John Russell, partidarios del laissez faire y de las Teorías de Malthus sobre los peligros de la superpoblación, prohibió toda ayuda a Irlanda o cualquier baja de impuestos.
Al sometimiento económico se le sumaba la marginación política y social. Varias veces se había amagado, desde Londres, con conceder cierto grado de autonomía, algo que no ocurrió nunca. La superioridad de los ingleses, residentes o enviados desde Inglaterra, sobre los nacidos allí, era oprobiosa. Había una expresión entre las autoridades de ocupación cuando concedían algo a la población local, que se pretendía tomar por humorística y que revelaba palmariamente tal situación. Se decía que les otorgaban, lo que fuera del caso, pues “los irlandeses eran casi seres humanos”.
Seán Heuston nace en ese contexto, en un hogar sumido en la pobreza de la ciudad de Dublín, allá por el año de 1891. A fuerza de estudio y esfuerzo pudo emplearse en una de las empresas de ferrocarriles, la Great Southern and Western Railway Company, llegando a trabajar en la oficina del director de Tráfico en la estación de Kingsbridge. Por ese tiempo, sus ideas nacionalistas lo hicieron participar de ellos, uniéndose en 1914 a los “Voluntarios Irlandeses”, una de las ramas militares de dicho movimiento, siendo nombrado capitán de la Compañía D.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los británicos encontraron la excusa para aplazar, una vez más, la concesión de la autonomía. La tercera ley de gobierno autónomo o Home Rule, aprobada ya por el parlamento en Londres, corrió la misma suerte de sus antecesoras y fue suspendida sine die. Luego de dos años de conflagración en Europa, el lunes de Pascua de abril de 1916 ocurrió una rebelión contra la autoridad “real” del Reino Unido, cuyo gobierno se concentraba en castillo de Dublín.
Fue un levantamiento típicamente irlandés, pueblo que difícilmente es superado en su arrojo y capacidad de llevar algo hasta sus últimas consecuencias. Entre el 24 y el 29 de abril, en la hoy capital del país, 1.250 “voluntarios irlandeses” -“rebeldes y traidores al rey”, para los británicos- disputaron palmo a palmo y a los tiros la posesión de los principales edificios públicos de la ciudad a 16.000 soldados ingleses y 1.000 policías armados para la ocasión.
A los 13 voluntarios a cargo de Seán Heuston el sindicalista James Connolly, uno de los líderes del alzamiento, les dio la orden de tomar el Mendicity Institute “a toda costa”, y eso hicieron. El edificio, que albergaba la institución de ayuda social más antigua del país, situado a orillas del río Liffey, a un lado de los tribunales, era crucial para impedir la llegada de los militares británicos desde sus cuarteles en las Royal Barracks al centro de la ciudad.
Con el agregado de otros 12 hombres, hicieron frente por casi una semana a los continuos ataques británicos, de entre 300 a 400 soldados del Royal Dublin Fusiliers, armados con fusiles modernos, granadas y ametralladoras frente a sus pistolas y viejos fusiles de caza.
Al costoso aplastamiento de la rebelión siguió el castigo, en los términos más oprobiosos y colonialistas posibles, en la forma de parodias de procesos judiciales.
Bajo la ley marcial impuesta por Londres, fueron sumariamente juzgados por cortes marciales establecidas al efecto en las Richmond Barracks, sin posibilidad de tener abogado defensor. Acusados, sin distingos de “tomar parte en una rebelión armada y acciones de guerra en contra de Su Majestad el Rey (…) con la intención y el propósito de ayudar al enemigo.”, obviamente enfrentaban la pena capital como posible condena.
El veredicto de la historia colocaría a tales tribunales especiales en una de las páginas de peor oprobio del derecho civilizado, a la par de hacer una figura icónica de Seán Heuston. Pero ésa es ya otra parte de la historia.