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Juan Ingallinella, torturas, muerte y desaparición en los tiempos del General

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Por Silverio E. Escudero

El misterio de la tortura, muerte y desaparición del médico rosarino Juan Ingallinella ha perseguido desde siempre la conciencia de los expertos independientes en la historia de los argentinos. 

Preanunció todas las tragedias de los últimos 70 años.

Fue un tema de discusión habitual en todas las mesas hogareñas y profundizó el abismo que partía las familias entre peronistas y “contreras”.

Ése fue el marco en que reclamaba las respuestas que muchas veces se le negaban a un niño inquieto que pretendía saber, entre otras cosas, por qué razón habíamos abandonado de apuro nuestra casa pueblerina y encontrado refugio, con mi madre y mi hermanita menor, en la casa del abuelo materno. ¿Era ése el refugio posible como consecuencia de la larga prisión que soportó mi padre, en las mazmorras del peronismo, por haber derrotado en elecciones supuestamente libres al candidato oficialista?

Esa rica enseñanza se vio incrementada después del levantamiento de septiembre de 1955 cuando los amigos de la familia comenzaron a contar al ex prisionero los sucesos argentinos que habían ocurrido durante su ausencia forzosa.

Nadie logró que abandonara mi lugar en la sala en las que se sucedían las reuniones que, a pesar de su tono político, las movía una fuerte corriente amical. En tanto, el niño, siempre presente, buscaba, en forma incesante, las razones por las que se le había privado de la presencia de su padre.

Mi infancia no sólo estaba rodeada de esos relatos carcelarios. Los visitantes llegaban con cartas y relatos escritos que guardo con especial cuidado. Son casi un centenar. Los hay de todos los colores políticos. 

Repositorio que se incrementó con documentos y reportajes que recogí con el transcurso del tiempo.

Las primeras preguntas fuera de las cuestiones familiares surgieron cuando esos papeles narraban la suerte que corrió el estudiante de química Ernesto Mario Bravo, quien, a la sazón, organizaba la delegación argentina que debía asistir al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se celebraría en Berlín del Este y fue secuestrado en su casa de la calle Paysandú 1822, en el barrio porteño de La Paternal, el 11 de mayo de 1951.

La verdad se supo a pesar del cerrojo informativo, el control de la correspondencia y el sistema de delación reinante. Los panfletos ganaron la batalla ideológica. Denunciaron la suerte corrida por el estudiante Bravo y los torturadores terminaron presos.

La justicia tardó casi 12 años en juzgarlos: las penas fueron irrisorias. Tan burdas que se generó una fuerte corriente internacional de protesta, sin éxito aparente. Tras el golpe que destituyó al presidente Arturo Illia, el dictador Juan Carlos Ongania los indultó y los nombró miembros adscriptos a la Casa Presidencial.

Pero es momento de ocupar el tiempo y el espacio en el tema central elegido para este pequeño ensayo. Nos ocuparemos del vida, pasión y muerte de Juan Ingallinella, el mítico médico rosarino que fue militante del Partido Comunista, secuestrado por la Policía Federal el 17 de junio de 1955 y que murió en el potro de tortura sin que nunca apareciera su cuerpo.

Los secuestradores revistaban en un novel Comando de Seguridad Político-Social constituido bajo la dirección de Francisco Manuel Vicente, ex inspector general retirado de la Policía Federal. Este organismo obraba según los manuales de operaciones de “comandos” similares que operaban en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Mendoza, Entre Ríos y Corrientes, para acabar con las voces disidentes del gobierno en turno. 

Todos, por cierto, encabezados por el celebérrimo torturador y asesino Cipriano Lombilla, jefe de la “Sección especial de represión al comunismo”. Tenebroso antecedente de la Triple A y del tristemente célebre Comando Libertadores de América.

La historia que recreamos comenzó con la razzia desatada en Rosario el 16 de junio, en el contexto de una ola represiva que alcanzaría a todo el país contra dirigentes y militantes obreros peronistas, comunistas y de otras organizaciones políticas acusados de participar en un complot que tenía por objeto derrocar a Juan Domingo Perón.

Al día siguiente, describe Alberto Kohen en su trabajo “El caso Ingallinella, 25 años después”: “Aproximadamente a las 16,30, una brigada de funcionarios policiales de las secciones ‘Orden Social y Político’, ‘Leyes Especiales’, ‘Investigaciones’ y otras, todos ellos pertenecientes a la tenebrosa banda de ‘Represión al Comunismo’ capitaneada por Francisco Lozón (h), irrumpe en la casa de la calle Saavedra 667 (…) domicilio particular y consultorio médico del doctor Juan Ingallinella, a quien se llevaron detenido para alojarlo en dependencias de la Jefatura de Policía de Rosario”. 

El caso Ingallinella, que es objeto central de este debate, muestra la cara más atroz del peronismo. No bastaba con perseguir, torturar y recluir en campos de concentración a los opositores sino que se organizaron verdaderas cacerías humanas y progroms en los barrios habitados mayoritariamente por judíos. 

La isla Martín Garcia llego a albergar a 8 mil presos y la isla Demarchi fue uno de los centros de tortura más crueles de que se tenga memoria. Sin contra, por cierto, con los penales de Tierra del Fuego e Isla de los Estados, a los que sumaron las cárceles y mazmorras creadas de emergencia en las gobernaciones de Formosa, Chaco, La Pampa, Neuquén, Rio Negro, Chubut y Santa Cruz.

Ese mismo día fueron detenidos y apaleados los abogados Guillermo Kehoe y Alberto Jaime cuando se dirigían hacia el antiguo Palacio de Tribunales a fin de presentar una serie de recursos de habeas corpus en favor de los presos políticos.

Ingallinella estaba vivo. Fueron decenas de detenidos que estaban alojados en la Jefatura policial que recibieron atención del médico comunista. Los cálculos más conservadores estiman que los detenidos en el lugar superaban el centenar.

Los testigos consultados por este cronista coinciden con la crónica de Kohen. 

Las torturas comenzaron casi de inmediato. A Ingallinella le precedió Kehoe. Todo el mundo sabía que la tortura seria brutal, Lozón en persona, al parecer, asume la responsabilidad del interrogatorio. Hasta los represores más avezados se retiran de la sala de tortura asqueados por tanto sadismo. Tanto como el que se aplicó en los campos de concentración y exterminio de la dictadura militar.

Pero volvamos a Kohen. “El día 19 algunos de los detenidos son puestos en libertad. Por ellos se sabría de la orgía de suplicios y vejámenes producidos hasta el hartazgo por Lozón, el comisario Monzón, el inspector Gilbert Bermúdez, los subcomisarios Fortunato Desimoni y Santos Barrera, los oficiales Rogelio Tixle, Ricardo Rey y otros. Con la valentía que lo caracterizó hasta su muerte (que se produjo como consecuencia de un atentado en 1964) Kehoe procede a denunciar, apenas recobrada la libertad, los brutales apremios ilegales fácilmente comprobables por jueces, abogados y funcionarios judiciales en el cuerpo flagelado del propio Kehoe. Se entabla entonces la batalla por la libertad de los presos y, en particular, por el esclarecimiento de lo ocurrido con Ingallinella”.

La policía miente ante la requisitoria judicial. Dice haber liberado a Ingallinella. El caso era semejante al del obrero tucumano Carlos Antonio Aguirre quien, en noviembre de 1949, fue detenido por organizar un movimiento de solidaridad con los cañeros en huelga. 

Las crónicas obreras, reflejadas en panfletos y relatos orales, denuncian que fue torturado hasta morir en los sótanos de la Casa de Gobierno de Tucumán y enterrado en un campo de la provincia de Santiago del Estero. Las autoridades se contradicen en la mentira y lo dan por desaparecido.

El pueblo tucumano y sus organizaciones democráticas, en una histórica movilización, obligaron al poder a entregar el cuerpo del muerto heroico y a condenar a los matadores.

Ésta es la pequeña historia del martirologio del Dr. Juan Ingallinella antes de que el olvido gane la partida, Fue torturado, muerto y desaparecido en tiempos del general Juan Domingo Perón.

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