En La imaginación moral. El arte y el alma de la construcción de paz del -tan querido y respetado- profesor John Paul Lederach, se proponen tres disciplinas para el entrenamiento del perfil del mediador/a o facilitador/a que trabaje en el campo de la gestión pacífica de conflictos.
Dicha propuesta, con sesgos de rango espiritual como las refiere nuestro maestro, interpelan a aquella persona que se dedique profesionalmente al campo de la construcción de paz a conocer, entrenar o al menos a considerarlas en la práctica.
Hablar de este sentido meta técnico de la práctica, quizás hoy implique abrir un diálogo con un “cyborg”, que en la idea de Donna Haraway (feminista autora de Cyborg Manifesto) implicaría referirnos a una conciencia utópica que trasciende las fronteras de lo conocido, dominado y lo ilusoriamente normal o esperado.
Las personas que trabajamos en el campo profesional de la mediación ejercemos a diario, por ejemplo, la observación. Es una actividad casi intangible, imperceptible, incolora e inolora, aunque goza de contenido y valor propio.
En el mundo actual, todo lo que no entra por los sentidos carece casi por completo de valor; sin embargo, considero que es parte fundamental de nuestro rol profesional.
A través del ejercicio de la observación es que volcamos a la mesa de trabajo la tecnología aprendida (es decir el conjunto de técnicas y conocimientos aplicados). Lederach se propuso desarrollar este aspecto traído de las personas aracnófilas, haciendo hincapié en que nuestra intervención desde el rol mediador requiere, además de la técnica científica, establecer un tipo de conexión espiritual con el trabajo -él lo llamará un apuntalamiento-; dicha relación se puede explicar y entender aprendiendo las tres disciplinas que componen la observación consistente en la quietud, humildad y percepción sensual.
El presente no aspira a ser un resumen de las referidas habilidades sino una invitación para su lectura, para pensar y conectar con este aspecto quizás menos explorado durante nuestra formación profesional. Al principio puede parecer o sonar poco serio, quizás hasta despreciable o irrisorio.
Sin embargo, estas ideas evocadas por Lederach han sido por él recogidas tras varias décadas de transitar por espacios de trabajo y de formación, llamándonos inicialmente a esta reflexión. Similares apreciaciones surgen de las palabras del sociólogo y colega boliviano César Rojas Ríos en su reciente obra Filosofía de la mediación, al decir: “En la base moral de las y los mediadores está, sin duda, esa ‘compasión abrumadora’ ese sentimiento que los liga de manera entrañable a los seres humanos y a la sociedad, Sin ella, la mediación sería apenas una técnica, un oficio y un medio de vida. No es así”.
La adquisición de herramientas y el desarrollo de ciertas habilidades tales como la quietud, la humildad, la percepción sensual, la compasión -abrumadora-, u otras como la paciencia y la bondad requieren una aspiración clara hacia el sentir-pensar de nuestra práctica y de entrenamiento. Esta adaptación no debe implicar poner en riesgo principios pilares como la neutralidad e imparcialidad; más bien requiere primero un viaje hacia el propio interior y luego aprender a aplicar aquellas habilidades en el rol profesional. Intentando ser más claro, vaya un ejemplo: el proceso de mediación no es natural e intrínsecamente flexible, sino que aparecerá -remarco esta palabra- flexible de acuerdo con cómo nos comportemos en el ejercicio del rol profesional. Lo mismo ocurre con el ejercicio de la escucha activa y tantas otras intervenciones. Para ello puede no ser suficiente saber y entender el concepto desde lo técnico. Aparecen aspectos más sensibles a lo humano, más allá de la técnica.
Así las cosas, observo que incorporar en el ejercicio profesional estas aspiraciones “espirituales” implicaría pensarnos también a nosotros en relación con otros. Cada día y cada momento es un buen momento para ejercitar la observación, la paciencia, la quietud. Pensemos que si nos es dificultoso practicar la quietud -como diría Lederach “la presencia de actividad disciplinada sin movimiento”- al mirar un bello paisaje o esperando un semáforo, cuánto más difícil será aplicarla en una mesa de mediación mientras escucho el relato del conflicto -cual madeja desordenada y deshilachada de problemas- atravesado por el sufrimiento humano.
Al preguntarme ¿qué significa aplicar la paciencia a la escucha activa? o ¿qué (me) implica ejercer la escucha activa con compasión abrumadora?, me lleva a explorar nueva información conectada con aspectos meta técnicos de la práctica profesional.
Introducirse en estos espacios requiere de una de las disciplinas arriba referidas: la humildad. Al decir del maestro citado, “la construcción de la paz requiere un tipo de humildad que reconozca que, por más que yo sepa o haya aprendido, siempre hay más. La esencia de la humildad se encuentra en la constancia, en el aprendizaje y la adaptación”.
(*) Mediador y conciliador penal
Excelente artículo de un excelente mediador y amigo!!! Felicitaciones Matías por tu capacidad de estudio y reflexión
Excelente reflexión!!! Felicitaciones!!!
Profundo claro y moralizador! Felicitaciones.