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Herramientas de coaching para gestionar las emociones en tiempos de pandemia

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Por Paula Andrea Melo (*)

Desde mi “estar siendo” como ser humano en este contexto de pandemia (esto que como humanidad estamos atravesando), en este llamado “aislamiento” que quizás nos enfrenta por primera vez con nuestro yo más profundo y menos conocido, me pregunto:

¿Para qué? ¿Qué aprendizaje nos trae esta situación? Será para atrevernos a efectuar ese viaje hacia nuestro interior más profundo, que teníamos postergado, por estar enfrascados en nuestras rutinas diarias con agendas completas. ¿Será quizás resolver algún vínculo personal? Aún no lo sé, pero sí creo que el primer paso es hacer ese viaje a mi interior y ahí voy. Los invito a ir.

El primer paso, indagación ¿Cuán vulnerable me siento? ¿Me atrevo a mostrar esa vulnerabilidad? ¿Cuáles son las emociones que registro? ¿Qué generan en mi cuerpo? ¿Qué hechos las provocaron? ¿Qué me predisponen? ¿Las contagio a mi entorno? ¿Cómo impactan en mi salud?

Puedo reconocer que desde la declaración de pandemia de Covid-19, atravesé muchas emociones: miedo, tristeza, ansiedad, angustia, enojo. ¿Y qué son las emociones? ¿Se contagian, se propagan? ¿Qué ocurre cuando esas emociones nos sobrepasan? ¿Podemos gestionarlas?

Cómo podemos aprender a transformar el miedo, la ira, la ansiedad, el enojo; emociones que solemos definir como negativas o limitantes y transformarlas en un motor para nuestro cambio. Transformación y aprendizaje que nos habiliten posibilidades. Las emociones son involuntarias, no podemos impedirlas. Incluso el estrés puede ser visto como algo positivo, imprescindible para nuestro cambio y superación personal. ¿El punto es cómo?

La emoción es una respuesta psicofísica-mental y física frente a una circunstancia determinada en que se reacciona y, por definición, una reacción que se agota en el tiempo.

Las emociones cumplen una función adaptativa, estas pueden hacer que nos alejemos o acerquemos de una circunstancia. La finalidad es cuidarnos, preservarnos, no sufrir. Otra función es la social, las emociones nos permiten comportarnos en sintonía con nuestros pares y entorno; promueven nuestras relaciones interpersonales.

También hay una función motivacional. Esta es la fuerza que nos impulsa a la acción y esta motivación da sentido a nuestras vidas.

Las emociones básicas son el miedo, la ira, la alegría, la tristeza, el asco y la sorpresa. Son innatas, universales e involuntarias.

Dice Rafael Echeverría: “Cada vez que experimentamos una interrupción en el fluir de la vida se producen emociones. Cada vez que hay un cambio en nuestro espacio de posibilidades se generan emociones”. La emoción es una distinción que hacemos en nuestro lenguaje para referirnos a cambio en nuestro espacio de posibilidades (sucesos, eventos o acciones). Siempre que hablamos de emoción anteriormente hubo un “hecho” que dispara esa emoción. Hay un acontecimiento que precede a la emoción (estas son reactivas y específicas). Eso también genera una sensación corporal y nos predispone a un accionar.

Debemos identificar nuestras emociones, qué hechos las generan, cómo impacta esto en nuestro cuerpo, a qué accionar nos predisponen. Esto nos permitirá abrir un espacio de diseño, de intervención y descubrir también cómo podemos, mediante otro dominio (cuerpo/lenguaje), intervenir en una emoción, si es negativa, si nos está imposibilitando o bloqueando.

Entonces, quiero compartirles herramientas que uso y transmito a mis alumnos para gestionar esas emociones limitantes. Allí viene el recuerdo experiencias de clases presenciales en la universidad y en cátedras de “Grupo y Liderazgo”. Si bien el desafío fue a partir de la cuarentena, poder transmitir esto por videoconferencia a los 60 alumnos, cada uno con circunstancias diferentes, pasando el aislamiento solo, en familia, con algún compañero de departamento, cada uno expresándome sus emociones. La mayoría de los recuerdos de esa primer clase eran de angustia, miedo, ansiedad y tristeza. Los míos eran de miedo, pero miedo de no poder transmitir el aprendizaje mediante la pantalla. Entonces activé mis propios aprendizajes, mi ser “coach” y efectuamos lo que yo llamo reconstrucción de las emociones. La intervención de un dominio en otro para que mis alumnos gestionen esas emociones negativas o imposibilitantes.

1. Reconocer qué emoción los habita, qué hecho la desencadena, cómo sienten su cuerpo y a qué accionar los predispone.

2. Observar en silencio y hacer escucha activa, el lugar en el que están.

3. Poner una canción que les guste mucho y bailar.

4. Identificar qué emoción siento, que observen, que escuchen cómo siento mi cuerpo y a qué accionar me predispuso esa emoción.

Algunas de las devoluciones de mis alumnos fueron:

“Gracias, por esta dinámica, porque estaba angustiada y pude observar la ventana, las gotas de la lluvia en las hojas, escuchar en el silencio, sin ruido de autos, el ruido de algún pájaro, y cuando puse la música y comencé a sentirla en el cuerpo, estaba bailando, la tensión en el cuerpo se fue, me sentí con energía, alegría, y ganas de contagiar a mi familia esa alegría”.

“Observé la lluvia, había silencio, luego puse música y me vi bailando… y el miedo se fue, por un momento recordé momentos de alegría, salidas con amigos, el cuerpo se relajo y me dio ganas de hacer cosas”.

Y así muchas más respuestas. Mi emoción como docente pasó del miedo a la alegría alegría por llegar a mis alumnos, en diferentes lugares, provincias, y porque hubo aprendizaje. Que a través del cuerpo o del lenguaje (música) podemos intervenir en nuestras emociones y gestionarlas.

Retomando las preguntas, quizás el “para qué” de este aislamiento es iniciar ese camino a nuestro interior, conocernos, reconocer nuestras emociones y observar cómo impactan en nuestra mente, cuerpo, biología, accionar y sistema inmunológico. Entonces debemos poder gestionar esas emociones, poder transformar nuestro estres y que sea una oportunidad de cambio.

Los invito a conectar con su interior, con su propósito, animarse a indagar en lo desconocido de vuestro interior. Y un primer paso puede ser reconocernos seres emocionales que razonan, reconocer nuestras emociones, escuchar nuestro cuerpo, y a partir de allí, aprovechar esto como una posibilidad de aprendizaje y transformación.

(*) Abogada. Directora en Melo y Asociados S.A. Consultora especialista en Empresas Familiares y resolución de conflictos.

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