Hace tiempo llegó a nuestra mesa de trabajo una noticia que acaparó, poderosamente, la atención.
Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia
El gobierno austríaco impuso en el Distrito 22 de Viena, que es conocido como Donaustadt o Ciudad del Danubio- el nombre de Paseo Gilberto Bosques a la avenida que hace esquina con la calle Leonard Bernstein, con la intención de saldar, antes de que la memoria perezca, una antigua deuda de honor, no sólo con el pueblo mexicano sino con la memoria de aquel que, con enorme coraje civil, logró salvar a muchos austríacos del poder nazi.
Habíamos tomado, entonces, la decisión de incorporar este hecho de notable factura a nuestra galería. Sin embargo, el proyecto durmió, quizás, a la espera de una oportunidad propicia. En nuestra periódica cita con un querido amigo, antiguo integrante de las Brigadas Internacionales que combatieron en defensa de la II República Española, se recordó mi deuda: “Estoy aquí –recordó cuajado de emoción- porque Gilberto Bosques me protegió de los carniceros de Franco. Su abrazo fue el más cálido que recibí jamás”.
Había llegado el tiempo oportuno para saldar la deuda. Mucho más cuando desde Crimea llega el sonido de los tambores de guerra avisando que la muerte está cerca. Demasiado cerca. Así comenzó la búsqueda de antecedentes. El recorte de El Mundo de España estaba en su sitio. Los caminos nos llevaron a Europa. A esa Europa que asistía, desesperada, a la continuidad de la masacre que había comenzado –en 1914- con la excusa del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y que tuvo continuidad en el surgimiento de personajes siniestros de la talla de Engelbert Dollfüss, Benito Mussolini, Miguel y José Antonio Primo de Rivera, Francisco Franco y Adolf Hitler.
La Guerra Civil española concluía. Lejos de ese cruento escenario, dos hombres, de áspero carácter, están frente a frente. Lázaro Cárdenas escucha con detalle los informes del embajador Gilberto Bosques. No hay tiempo que perder. Miles de hombres y mujeres aguardan una mano solidaria.
“México ofreció –escribe Benedikt Behrens, de la Universidad de Hamburgo- un gran servicio a los republicanos españoles al acoger, con una disposición constante, a los refugiados que, desde principios de 1939 y por cientos de miles huyeron del régimen de Franco a través de la frontera gala que, en su mayoría, fueron concentrados en campos de internamiento bajo vigilancia.
Naturalmente, las condiciones materiales y la capacidad de transporte de México estaban severamente limitadas como para hacerse cargo de esa enorme cantidad de refugiados. Sin embargo, fueron suficientes para hacer salir por vía marítima a por lo menos 15.000 emigrados españoles a México, la mayoría de los cuales ya habían llegado a ese país a la capitulación de Francia en junio de 1940. Así, México (con la sola excepción de Francia) se convirtió en el destino más importante para asilados de la emigración republicana española y forjó así su tradición como “una tierra abierta de asilo para exiliados políticos un refugio que no tuvo parangón en toda América”
La conversación con Emilio, que transita el último segmento de su vida con suma hidalguía, se torna en extremo interesante. Es una caja de sorpresas. Avanza sobre temas que, pese a los 10 años que la sostenemos, nunca antes abordó. Llegó a México, su primer destino latinoamericano, a bordo del Ipanema, un vapor de mediana envergadura, que superó, en desesperada carrera, el cerco que le tendió la marina italiana, que no respetaba la neutralidad de México y el carácter humanitario del viaje. Contaba, a la sazón, con, apenas 22 años.
La diplomacia mexicana marca el camino. Se erige en un verdadero faro en defensa de la condición humana. Argentina elige un camino diferente. Opta por la complicidad y ofrece protección a criminales de guerra. En agosto de 1940, el presidente Lázaro Cárdenas concluyó un trabajoso tratado con el régimen de Vichy, por el que –pese a las presiones de Berlín- se permite que la representación de México organizara la salida de los refugiados españoles que permanecían en la antigua Galia. Tarea que, como manifestamos, fue obstaculizada por Alemania y la España franquista.
El resultado fue extraordinario. Cerca de 5.000 españoles ganaron la libertad ya que, “incluyendo a aquellos internados en las colonias francesas del norte de África, pudieron viajar a México. El rol más importante en este apoyo a refugiados fue jugado por el consulado mexicano, que fue trasladado a Marsella durante el verano de 1940, bajo la responsabilidad de Gilberto Bosques”, quien, por ese tiempo, revistaba como secretario de la legación en París, que conducía Narciso Bassols.
Los historiadores del exilio español, en especial el austríaco Christian Kloyber, promotor del homenaje a Gilberto Bosques, asegura que su tarea fue ciclópea. El diplomático mexicano, como veremos en la segunda parte de este ensayo, firmó durante la Segunda Guerra Mundial cerca de 40 mil salvoconductos para todos los europeos que llegaban a buscar su protección y deseaban huir de la opresión nazi-fascista. La lista del buen samaritano, como le llama Emilio, incluye entre sus nombres a la enorme filosofa de María Zambrano, una de las discípulas predilectas de Ortega y Gasset, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernst Roemer y Walter Gruen, entre muchos otros.