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Ciudadanía española para los sefarditas

Por Adolfo Kuznitzky (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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La reciente noticia de que España concederá la nacionalidad a los sefarditas dispersos por el mundo merece algunas consideraciones históricas para comprender los verdaderos alcances de esta medida.

Por Adolfo Kuznitzky (*) – Exclusivo para Comercio y Justicia

Como “sefarditas” son conocidos los judíos de España expulsados de España en 1492, porque se negaron a la conversión religiosa, mientras que los que la consintieron pudieron permanecer y, unidos a las conversiones masivas realizadas con anterioridad, constituyeron una parte muy importante de la población española que -con el trascurso del tiempo- se asimiló totalmente, con exclusión de los Chuetas de Mallorca, lo que hizo decir a un calificado franquista como Astrana Marín (AM) “de tantos judíos como hay, no sabe ya quién lo es ni quién no lo es”.

En los siglos XV y XVI, por ser más cercanos a la fecha de la conversión, podía determinarse la genealogía de las personas y de esta manera se sabe que importantes personalidades religiosas, literarias, etcétera, como es el caso de Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León, Fernando de Rojas, tenían ese origen. Los expulsos se dirigieron a distintos paises, y su amor por Sefarad (España) hizo que conservaran el idioma, las costumbres, y nunca renunciaran a sentirse españoles.

Lo que ahora se presenta como novedosa medida registra algunos antecedentes. En el caso de los asentados en el imperio Otomano tuvieron el status de protegidos que surgía de los tratados internacionales entre éste y los estados cristianos, llamados “capitulaciones” y consistía en la concesión de privilegios a los cristianos residentes en el imperio, siendo el más importante el de que no respondían ante la jurisdicción otomana sino ante las de sus consulados, lo que permitió que se pudieran acoger a ese régimen los sefardíes. Con base en ello España otorgó ciudadanía completa a esos protegidos mediante un decreto que promulgó en 1924 Miguel Primo de Rivera, por el cual ofrecía a los “protegidos” la posibilidad de adquirir la ciudadanía española hasta el 31 de diciembre de 1930; los que estuvieron en condiciones de acogerse eran una pequeña minoría, de allí la importancia de la medida actual.

Ahora bien, ¿qué ocurrió en el trascurso de tantos siglos para que este ofrecimiento fuera posible? Es que España, al decir de un hispanista, no solamente era una nación sin judíos sino que se había olvidado de ellos. Los “redescubre” en las campañas militares españolas en el norte del África y la sorpresa fue mayúscula. De esta manera se enteró que al otro lado del estrecho de Gibraltar vivían miles de sefardíes. Con relación a ello se escribió en el diario “El Liberal” -julio de 1887- bajo el título “Impresiones de Marruecos. Los judíos” lo siguiente: “Si se observan fisonomías es necesario remontarse al recuerdo de aquellos semblantes… ¡cuántas caras españolas entre los judíos de Tetuán! ¡Cuántas caras judías entre los españoles…”. A partir de ese momento se crea una corriente de simpatía hacia los sefarditas denominada sefardofilia y se inicia una campaña filosemita que se corporizó en Emilio Castelar, quien presidió el gobierno en 1881.

Así es como se crearon institutos de estudios que no se limitaron a los sectores liberales sino también a los sectores más tradicionales, cuyos representantes más genuinos y eminentes fueron Menéndez y Pelayo y la escuela de Ramón Menéndez Pidal, quien vio en aquella producción conservada por la tradición oral entre los sefardíes de Marruecos una confirmación de sus tesis sobre el viejo romancero medieval, es decir, se interesaron por la cultura sefardí como testimonio vivo de su españolidad. También hubo un filosefardismo político de derechas del que participaron activamente intelectuales como Giménez Caballero y Foxá, que luego confluirá en el falangismo. Franco participa de esa corriente cuando oficialmente se crean 1941 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Escuela de Estudios Hebraicos, que comenzó a editar la revista Sefarad.

En 1942 -con el Eje en el apogeo de su poder- Franco inserta en un guión cinematográfico, que escribió y que denominó Raza, a un protagonista principal que guía a su madre por Toledo y frente a la Iglesia Santa María la Blanca, que fue anteriormente sinagoga, le cuenta que los judíos se purificaron al contacto con España y que los judíos de Toledo se opusieron a la crucifixión cuando fueron consultados por los fariseos. Para él, la superioridad de la nación española se manifestaba por su capacidad de purificar hasta a los judíos, convirtiéndolos en sefardíes, bien diferentes de sus correligionarios ashkenazíes.

Ya desde sus años en la guerra de Marruecos, recuerda el apoyo judío a los españoles, y que, en 1926, publica un artículo titulado “Xauen la triste”, en la revista de tropas coloniales, en el que resaltaba la gran dignidad y las virtudes de los hebreos que acompañaron a los españoles en su retirada de la ciudad rifeña a finales de 1924. Desde aquellos años africanos Franco mantuvo la amistad con notables judíos de aquel territorio, algunos de los cuales le ayudó activamente cuando la sublevación de julio de 1936. Por esas razones el antisemitismo español presentó ciertas singularidades que no fue común a las otras naciones europeas y movió a Stanley Payne a hablar de la “Paradoja española: el prejuicio tradicional y sefardofilia”.

Quien mejor expresa esa paradoja es el mencionado AM, quien declaró: “Yo, aunque antisemita sin rebozo (…) dejo aparte a los verdaderos sefardíes, porque antes que antisemita soy español… Ése ya no es el judío que yo combato (…) Ese judío no es propiamente judío”. También resulta paradójico que algunos sefarditas hayan apoyado al bando nacional en la Guerra Civil cuando éste era aliado de la Alemania nazi. En definitiva, el ofrecimiento de ciudadanía está en línea y es la consecuencia histórica del decreto de 1969 que deroga el edicto de Granada por el cual se expulsó a los judíos de España.

(*) Abogado. Ex magistrado judicial. Premio Moisés 2011 por la Sociedad Hebraica Argentina.

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