Quien no entienda claramente el mensaje depositado este domingo en las urnas por el pueblo argentino, una vez más, caerá en el abismo entre el interés social y la apetencia política del ganador de turno.
Lo que movilizó a las mayorías en las elecciones de este domingo fue el enojo con una situación económica y social que no encuentra solución y expectativa en una propuesta política acorde a las circunstancias.
Si algo dejó al descubierto la pandemia, fue la falta de sensibilidad y empatía de la clase política con el momento inédito que vivió el mundo. Por eso, las urnas se llenaron de bronca antes que de esperanza.
Este fue el mensaje de los argentinos que será contado voto a voto en el escrutinio definitivo. Pero de nada servirá si los ganadores confunden el voto bronca con el voto esperanza. Esto último se convierte en el desafío de una clase política acostumbrada a medir la política desde sus intereses o agenda propia, lejos, por lo general, de los intereses populares.
La esperanza será la materia pendiente que debe encauzar la política en consulta con todos los sectores productivos, sociales, académicos, comerciales, etc., llegando a acuerdos mínimos que permitan cierta previsibilidad económica, política e institucional, en ese orden.
Fundamentalmente, porque del mismo modo que la economía nacional no tiene demasiados márgenes de maniobra, tampoco hay espacio para ajustes sociales que pretendan poner en caja números que no tengan en cuenta, precisamente, las condiciones de una sociedad que hace tiempo sobrevive, antes que vivir.
(*) Director de la Consultora Delfos.