Era la estrella en boga que enfrentaba la peor de las acusaciones
Por Luis R. Carranza Torres
Errol Leslie Thomson Flynn, originario de Hobart, Tasmania, Australia, hijo del reconocido oceanógrafo, biólogo y antropólogo irlandés Theodore Flynn, integrante del equipo australiano de boxeo en los Juegos Olímpicos de 1928 en Amsterdam, no era conocido por nada de eso.
Más publicitado sólo como Errol Flynn, era la estrella destacada en el Hollywood de ese tiempo, catapultado al estrellato por su mezcla de encanto irreverente y decidido sex appeal con el filme Robin de los bosques, en 1938. Como diría él mismo en su famosa autobiografía, Errol Flynn: Aventuras de un vividor: “En todo el mundo se me identificó como el playboy de Occidente. Ése era yo: un símbolo fálico universal”.
Esa fama nunca le jugó más en contrario que pocos años después, cuando en 1943 fue acusado por dos menores de edad de abuso sexual. Su turbulenta vida personal no le ayudaba en absoluto, con sus líos continuos de faldas, peleas y juergas extremas. No pasaría mucho antes que sumara deudas por importantes montos, concursos de acreedores… y un juicio por delitos sexuales, que principió el 1 de febrero de 1943. Se lo acusaba, a sus 43 años, por la violación de dos jovencitas, Peggy Satterlee, una bailarina de 16 años, y Betty Hansen, mesera de 17. Ambas aspirantes a estrellas.
Tal proceso no sólo llamó la atención en Estados Unidos sino internacionalmente. Casi es un obviedad decir que el pleito podía arruinar su carrera, a más de hacerle ir tras las rejas hasta por 50 años. En vistas de eso, Errol no lo dudó un instante y contrató los servicios de quien era el mejor abogado todo terreno para los casos de la industria del cine: Jerry Giesler. Cuando en el Hollywood de ese tiempo alguien estaba en serios problemas, tal era su única opción si quería salir del entuerto bien parado. No por nada la frase get me Giesler! (¡consíganme a Giesler!) era ya de uso corriente en la comunidad artística de la época en problemas con la justicia.
La razón de tal preferencia era simple: el letrado obtenía resultados, no importaba el calibre y tipo del escándalo, en los dos tribunales donde una luminaria del cine era enjuiciada: en la corte del condado y ante el tribunal de la opinión pública. Giesler era tanto un brillante estratega para dar vuelta el curso de cualquier audiencia de juicio, como para ganarse a los miembros del jurado y la prensa. Era difícil sustraerse a tenerle cierta empatía, dentro y fuera de las cortes.
En el juicio de Errol Flynn tenía pocas a su favor y se enfrentaba a un peso pesado de la fiscalía, el propio fiscal Thomas Cochran, tan ducho como él en las habilidades para salirse con la suya en un proceso. De movida, Giesler tuvo su primer traspié al impedirle el juez Leslie E. Still presentar pruebas respecto de la pasada vida sexual de las víctimas: “El señor Flynn y no ellas es quien está en juicio”.
Durante el curso del proceso, con innumerables testigos y peritos, abogado defensor y fiscal se cruzaron varias veces, apelando a todo tipo de evidencias para hacer caer la estrategia contraria. Cuando Cochran presentó un astrónomo para respaldar la historia de una de las acusadas de haber sido forzada en la cabina del yate del actor, desde cuyo ojo de buey podía verse la luna, Geisler apeló a un piloto náutico para demostrar que, por el rumbo del barco, la luna no podría haberse visto desde la cabina de Flynn.
Había aspectos a favor y en contra del acusado. Para peor, la vida de mujeriego del actor y el haber dicho “me gusta mi whisky añejo y mis mujeres jóvenes” le pateaba decididamente en contra. El fiscal, en su alegato final solicitó al jurado “enviar a este hombre (Errol Flynn) a la prisión del estado, donde merece estar”. Jerry, por su parte, exhortó al jurado a que dictara su veredicto considerando a Flynn no como un actor cinematográfico sino como a cualquier otro mortal.
El día 5 de febrero, el juez Still dio a los jurados las instrucciones finales y los encerró en el salón de deliberaciones, donde permanecerían hasta llegar a un acuerdo. Comenzaron a la hora 11 y permanecieron enclaustrados toda la noche. El actor, que esperaba impaciente el veredicto, se mordía nerviosamente las uñas. Circulaban rumores de que el jurado estaba divido 10 a 2, aunque nadie era capaz de decir en qué sentido.
En la mañana del 6 de febrero de 1943, el jurado decidió absolver al acusado. Jerry no había errado al seleccionar como integrantes a nueve amas de casa y sólo a dos hombres. Todas ellas, de la edad y posición social como para adorar a Flynn en el cine. De hecho, Mrs. Ruby Anderson, presidenta del jurado, dijo luego que el actor “no podía haber cometido los delitos que se le imputaban”. Tras escuchar su absolución, Errol expresó a la prensa: “Gracias a Dios, que todavía hay justicia en el mundo”.
Tras ello siguió tanto con su carrera como con su vida disoluta y de excesos en todo sentido. Cuando el 14 de octubre de 1959, a los 50 años, falleció en Canadá, de un infarto cardíaco, tenía el aspecto de un anciano de 80 años. Como dijo el director de cine Irving Rapper: “Tuvo el mundo entero en la palma de sus manos y no supo aprovecharlo”.