La designación de Jorge Bergoglio como primer papa católico romano ha producido un efecto impensado poco tiempo atrás: la “buena” relación con el gobierno kirchnerista.
Por Carlos Lombardi* – Exclusivo para Comercio y Justicia
Visitas de la presidenta al Vaticano, intercambio de regalos, llamados por teléfono del pontífice a la mandataria, preocupado por su salud, y el rumor de que Francisco desea que este gobierno “termine bien” permite preguntarnos si existe el riesgo de volver al mito de la “nación católica”.
Luego del período del liberalismo político, encarnado en la figura del presidente Julio A. Roca, cuando se llevaron a cabo profundos cambios a favor de la secularización de la sociedad y laicidad de las instituciones y leyes, iba a surgir un nuevo “modo de ser” católico, cual es el integrismo o católicismo “integral”, en palabras de Esquivel.
Según el autor, el integrismo naciente se caracterizó por enfatizar que el rol de esa iglesia en el continente y en nuestro país era ser “rectora” de la sociedad, con facultades para determinar normas de conducta social y “códigos de convivencia”.
Consecuencia de ello comenzó la introyección de sus valores religiosos en la sociedad civil, el “ser católicos en toda la vida”, surgiendo una clara impronta totalitaria. La tendencia, que se prolongaría durante todo el siglo XX, puede resumirse en estas palabras: “La Iglesia impondría a la población una unidad totalizante cultural y religiosa, desde la cual daría sentido y pertenencia a todos los ámbitos de la vida comunitaria” (1). A eso se le sumó la creciente participación en la vida política mediante clero y laicado en diversos escenarios políticos y gubernamentales.
El efecto inmediato del integrismo religioso fue (y sigue siéndolo) la intromisión de la iglesia Católica en la legislación y las políticas públicas en materias que son de su interés y que considera “mixtas”, es decir, cuestiones que interesan tanto a ella como al Estado.
Este “modo de ser” católico implicó el resurgimiento, a partir del golpe de Estado de 1930, de viejas ideas políticas que tuvieron su auge en los momentos fundantes de la nación y que permanecieron en estado latente durante varios períodos políticos.
Hablamos de la antigua idea/matriz que identificó identidad territorial con identidad religiosa, que en épocas de la colonia se cristalizó en identificar el “ser nacional” con el “ser católico”, y que a mediados del siglo XX se reformularía mediante la expresión “nación católica”.
La “nación católica” fue estudiada por el historiador Loris Zanatta, quien la calificó como un mito. Más allá de ello, dicha fórmula posibilitó a la Iglesia la obtención de más beneficios y mejor posicionamiento político desde el primer golpe de Estado, producido en 1930.
El resurgimiento de las antiguas ideas, las nuevas fórmulas y los consiguientes privilegios beneficiaron a la iglesia Católica. Siguiendo el pensamiento de Zanatta, fueron posibles gracias a un contexto político que tuvo las siguientes características:
a. Nacional/catolicismo como “corpus ideológico” que fundó no sólo el autoritarismo católico sino que se construyó sobre la base de la superposición de “catolicidad” y “nacionalidad”, de la identidad entre confesión religiosa y ciudadanía.
b. Crisis del liberalismo que permitió a la Iglesia y al catolicismo la reorganización de las tendencias antiliberales y antisocialistas.
c. Lucha del catolicismo “por imponerse como fundamento constitutivo de la identidad nacional”, acción que incluyó “elevar a misión institucional del Ejército la construcción y defensa de la ‘nación católica”.
d. Protagonismo político del catolicismo como consecuencia de la crisis del liberalismo.
e. La iglesia Católica como “factor de cohesión social”.
f. Revisión del concepto de nación elaborado por el liberalismo; identificación entre nación y catolicidad.
g. “Catolización de la historia nacional”.
Este contexto político, formado durante los años 30, posibilitó que la Iglesia reafirmara “con fuerza su centralidad en la historia y en la tradición del país, y pretendió que el catolicismo encarnase la identidad espiritual indiscutida de la nación. Sobre esta base, partió a las cruzadas contra el liberalismo, el socialismo, el comunismo, ideologías importadas, enemigas del “ser nacional” (2).
Cumpliendo aquel papel, no extrañó que con el transcurso del tiempo y relacionándose con diversos gobiernos consiguiera no sólo creciente participación e influencia política sino los privilegios jurídicos que aún tienen vigencia en nuestro país.
Hablar del riesgo de volver al referido mito implica necesariamente que los diversos actores sociales estén atentos para que no recobren fuerzas los viejos indicadores que vehiculizaron los privilegios hacia la Iglesia, es decir, el resurgimiento de los binomios territorio/religión, el ser nacional equivalente a ser católico; clericalización social y recristianización de la sociedad.
(1) Esquivel, Juan Cruz, Iglesia Católica, política y sociedad: un estudio de las relaciones entre la elite eclesiástica argentina, el Estado y la sociedad en perspectiva histórica. En publicación: Informe final del concurso Democracia, derechos sociales y equidad; y Estado, política y conflictos sociales. Programa Regional de Becas CLACSO, Buenos Aires, Argentina. 2000.
(2) Zanatta Loris, Perón y el mito de la nación católica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.
* Profesor de Derecho Constitucional, Universidad Nacional de Cuyo.