Uno de los graves problemas que padecemos los argentinos es el de la baja calidad de la educación. Sabemos, porque han sido medidos, los inconvenientes que tienen los alumnos para leer, comprender textos y resolver problemas matemáticos sencillos etcétera. No hace falta decir la repercusión que ello tiene a la hora de conseguir trabajo para nuestros jóvenes y no tan jóvenes.
Pero hoy no profundizaremos en estos temas, sino que hablaremos de otro problema que presenta nuestra educación y que es común con lo que ocurre en otros lados del mundo y que está relacionado con la ideologización de la enseñanza. Ambos problemas están íntimamente vinculados ya que la falta de formación los transforma en sujetos más permeables de ser influenciados en una única forma de pensar.
Es preocupante cómo se busca en muchos casos imponer conocimientos de manera dogmática, alejados de cualquier tipo de análisis crítico o de disenso. Parece que hay una sola forma de pensar y ella es la “políticamente correcta”. Cualquier voz que trate de enseñar otra cosa debe ser callada o, como se dice ahora, “cancelada”.
Nunca como antes, desde distintas perspectivas, se pretende dirigir el pensamiento en masa. Incluso, hasta por ley. No es ocioso recordar la regla al respecto en nuestro ordenamiento constitucional: la libertad de expresión debe ser lo más amplia posible y ello no implica que uno luego no deba hacerse cargo de lo que dice, en los supuestos de delito o falsedad. Pero la censura previa se halla prohibida por la propia Constitución. Se trata de una norma que es asimismo recordatorio de nuestra historia, más allá de lo político, de una sociedad con tendencia a imponer el grupo dominante su modo de ver las cosas como verdad absoluta, exigible a todos los demás. Especialmente, a quienes no piensan como ellos.
Pero esto no es nuevo, ya que ha ocurrido en distintos tiempos y sociedades y se vincula con el avance autoritario del que tantas veces hemos hablado en esta columna. Cuando pensamos en escribir estas líneas recordábamos el juicio que, en 1925, en Tennessee (EEUU), se siguió contra el profesor John Thomas Scopes, un maestro de la localidad de Dayton acusado de enseñarles a sus alumnos de una escuela pública la teoría de la evolución. Enseñarla estaba prohibida por la ley Butler, norma que vedaba negar la teoría de la creación tal como se expresa en la Biblia.
Este juicio, -llamado el juicio del mono-, que fue provocado por la Unión Americana de Libertades Civiles para desafiar la constitucionalidad de dicha ley, terminó luego de ocho días, con la declaración de culpabilidad del profesor enjuiciado. Efectivamente, el jurado declaró culpable a Scopes, a quien se le impuso una multa de 100 dólares (1.500 dólares aproximadamente al día de hoy).
En un acto desafiante a la decisión y su motivación, Scopes, al tomar la palabra dijo: “Continuaré en el futuro, como lo he hecho en el pasado, para oponerme a esta ley de cualquier manera que pueda” y agregó: “Cualquier otra acción violaría mi ideal de libertad académica, es decir, enseñar la verdad garantizada en nuestra Constitución, la libertad personal y religiosa. Creo que la multa es injusta”. Vale decir que la condena fue anulada por un tecnicismo, no por razones de fondo, por la Corte Suprema del Estado de Tennessee.
Vale también destacar que sólo varias décadas después, la propia Corte Suprema de EEUU resolvió prohibir la enseñanza de las leyes de evolución biológica en clase y habilitar la enseñanza científica de la evolución, con el argumento de que leyes de esa naturaleza favorecen una visión religiosa particular, y un Estado democrático no debe tomar partido por ninguna o a todas las religiones en particular.
Justamente, en la expresión de ese tribunal está el punto central de nuestro pensamiento. En una democracia, el Estado no debe tomar partido por una concepción de vida en particular, sino que, siempre que sean razonables, debe ser neutral ante la existencia de las distintas maneras de encararla. Esto no es otra cosa que hacer efectivo los mandatos de nuestra Constitución Nacional.
Creemos que la enseñanza dogmática no pasa sólo por lo religioso sino también por imponer como únicas teorías que incluso son irreligiosas. Lo cierto es que, al pretender imponer una religión o una ideología en particular, lo que se hace es violar, entre otros, el derecho a pensar y expresar lo que se piensa libremente. Efecto que está muy lejos de ser el deseado en un sistema de educación serio y democrático.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas (**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales