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El “príncipe de los verdugos”

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George Maledon, un auxiliar de la justicia poco agradable. Se destacó hasta la leyenda en su muy particular tarea judicial.

George Maledon ganó tal apodo en el salvaje oeste estadounidense de finales del siglo XIX. Alemán por origen, emigró al nuevo mundo siendo un niño. Su familia se asentó en Detroit, estado de Michigan, pero al crecer se dirigió al mítico oeste, esa nueva frontera que parecía la esperanza de una vida mejor para aquellos que nada tenían para perder ni dejar atrás.

Recaló de tal forma en Fort Smith, por entonces nada más que un pueblo diminuto fundado por John Roger a partir de un puesto militar fronterizo en el límite estatal entre Arkansas y Oklahoma, en la unión del río Arkansas y el río Poteau. Si en el censo de 2006 la ciudad tenía una población de 83.461 personas, puede el lector imaginar su tamaño en 1860. Casi nada en medio de la nada misma.

Luego de la guerra civil, en la cual Maledon sirvió en el primer batallón de artillería ligera de Arkanzas, volvió al pueblo. Obtuvo un puesto como ayudante del sheriff, ocupación nada tranquila por entonces. Tras el conflicto, Fort Smith se había convertido en una pequeña Sodoma del oeste, una comunidad que crecía a base de la instalación de burdeles, garitos, bares y aguantaderos de criminales. Pequeña en número de residentes, era inmensa en cuanto a sus cifras delictivas. Se necesitaba un juez fuerte, con mano de hierro, para traer alguna especie de orden legal a la región y desde Washington el presiente Ulysses S. Grant envió a Isaac Parker como juez federal para el Distrito Oeste de Arkansas, quien estableció la sede de su tribunal en Fort Smith. Ni bien llegó mandó a erigir en el lugar, además de su tribunal, una cárcel y un patíbulo. Todas ellas tendrían mucho uso en los años siguientes.

Pronto al magistrado se lo apodaría como «El juez de la horca», y su tribunal sería denominado como la «Corte de los condenados”.

Maledon trabajó primero en la cárcel local como guardia nocturno. Se trataba de un hombre callado y tranquilo, que rara vez sonreía. Tenía cinco pies y medio de estatura, es decir un metro sesenta y siete, tez blanca, ojos y cabello oscuro y una larga barba, que el tiempo y su oficio encanecieron. Usualmente vestía de negro y portaba dos revólveres Colt al cinto, que nunca dudó en usar ante cualquier amenaza.

Luego de un año trabajando en la cárcel, se lo comisionó como delegado especial (special deputy) encargado de las ejecuciones. En los siguientes 22 años colgaría en la horca a más de 60 criminales, así como hubo de disparar a cinco prisioneros durante distintos intentos de escape.

Tales números lo ubican como el funcionario que más personas ejecutó en toda la historia de Estados Unidos.

Pronto los periódicos de ese país se hicieron eco de los reportes que difundía el diario local, The Fort Smith Elevator, que le endilgó el dudoso título de «Príncipe de los verdugos», además de dedicarle páginas y páginas a los detalles más morbosos de cada uno de sus ahorcamientos, para «entretenimiento» del público lector.

Contribuyó a tal difusión que entre 1873 y 1876 las ejecuciones en la horca eran públicas, atrayendo el morbo de gran número de personas. Por ejemplo, el ahorcamiento de seis hombres el 3 de septiembre de 1875 atrajo desde una semana antes innumerables curiosos a la ciudad, en un número que se estimó en 5.000, varias veces la población total del Fort Smith, llegados de lugares tan distantes como Little Rock, St. Louis o Kansas City.

George Maledon nunca alardeó de su trabajo y generalmente contestaba de modo parco ante las preguntas periodísticas más mórbidas. Sin embargo, la misma gente que consumía la crónica periodística morbosa o se apretujaba para no perderse detalle de un ahorcamiento, rehuía tener trato diario con Maledon. Cuestión que al jefe de ejecuciones nunca le importó demasiado.

Sí, en cambio, demostró que tenía códigos en su labor. Cuando su amigo Sheppard Busby, alguacil federal, fue condenado a muerte por el asesinato de un colega de nombre Barney Conneley, por una cuestión  de adulterio, Maledon se rehusó a llevar a cabo la sentencia. Fue en la única oportunidad en que lo hizo.

Retirado de su ocupación en 1894, al siguiente año debió volver a la corte del juez Parker, pero como víctima. Su hija Annie, de 18 años, había sido muerta a balazos por su pareja, Frank Carver, durante una borrachera de éste. Fue declarado culpable de homicidio y condenado a morir en la horca. Pero Carver tenía recursos para contratar a abogados que apelaran su fallo hasta la Corte Suprema de Justicia, tribunal que modificó la sentencia por la de cadena perpetua.

George Maledon, al enterarse de eso, dejó sin más Fort Smith. No quería saber nada más con una justicia que lo había defraudado. Terminó sus días en un asilo para soldados de la guerra civil en Tennessee el 5 de junio de 1911, y fue enterrado en el cementerio de la ciudad de Johnson, en ese Estado.

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