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El otro Kennedy

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Por Luis R. Carranza Torres

La figura de su hermano presidente lo colocaron en un segundo plano histórico

Se llamaba Robert Francis Kennedy, pero en casa le decían «Bobby». Era el séptimo de los nueve hijos de Joseph P. Kennedy y Rose Fitzgerald, nacido el 20 de noviembre de 1925.
De carácter tímido, fue siempre eclipsado por sus hermanos mayores Joseph Patrick Jr. y John. Su educación fue una sucesión por media docena de colegios, sin destacar en nada, siendo conocido por solitario y de carácter hosco. Eso le granjeó el destrato del clan. Si algo no se perdonaba en el hogar familiar era no tener éxito. Sus hermanos mayores lo llamaban sissy, una palabra que no tiene traducción directa pero que refiere,machista y peyorativamente, a aquellos varones con actitudes profundamente femeninas que se asocian asimismo a la debilidad y la cobardía.

Pero dos cualidades que sí poseía lo hicieron ganar puntos en el complicado universo familiar de los Kennedy: la lealtad y el tesón. Su hermano mayor John sabía que Bobby era extremadamente discreto y lo admiraba incondicionalmente. Sacó partido de eso hasta el hartazgo, teniéndolo a su lado como un escudero fiel en quien se podía confiar para sacar la basura lejos de la vista de todos, cuando fuera necesario.
Era alguien en quien «Jack» siempre podía confiar, incluso cuanto contradecía a su padre Joe Kennedy, quien había hecho la fortuna familiar especulando en la bolsa durante la Gran Depresión y traficando alcohol durante la vigencia de la denominada «ley seca». Un ser ambicioso que aspiraba a ser presidente y vio truncas sus esperanzas cuando en el período previo a la Segunda Guerra Mundial fue uno de los políticos estadounidenses que más cercano estuvo del nazismo alemán.

Joe quería que alguno de sus hijos, primero Joseph y luego John al morir el primero, cumplieran su sueño no realizado de ver un Kennedy en la Casa Blanca. Bobby nunca entró en esos planes.
Luego de servir por un corto tiempo, sin demasiado mérito ni ninguna gloria, en la marina durante los finales de la Segunda Guerra Mundial, asistió a la Universidad Harvard en 1948, tal como su padre, pero no fue sino en la de Virginia que recibió su título en derecho en 1951.
Al asesorar a su hermano en la campaña al Senado de 1952 mostró un temperamento firme y buen juicio. Trabajó brevemente en la cacería de comunistas del senador Joseph Raymond McCarthyantes de destacar por sí, en el comité senatorial que investigaba el control de la mafia en los sindicatos del transporte. Sus feroces interrogatorios a personajes como Jimmy Hoffa, mitad sindicalista y mitad mafioso, lo convirtieron en un personaje público. Hasta entonces, ninguna otra persona había sido más osada en plantarse ante los múltiples tentáculos que asumía el crimen organizado.
Es que Bobby tenía una cualidad antes no advertida: el coraje. Su hija Kerry, una de las once que tuvo con su esposa Ethel Skakel, hija del magnate del acero George Skakel, cuenta que cuando su madre organizó una fiesta para el cumpleaños número cuarenta de Bobby, el regalo fue un cuadro del famoso torero español Manuel Benítez «El Cordobés», a quien admiraba por personificar la virtud que él más destacaba: la valentía.
Luego de escribir un libro sobre la corrupción sindical, abandonó su puesto en el Senado para desempeñarse en 1960 como director de la campaña presidencial de su hermano contra Nixon. Al ganar éste por una ajustadísima victoria de poco más de 100.000 votos sobre 63 millones de votantes, influida por un trato de papa Joe con la mafia local para volcar a favor los resultados de Chicago, John lo recompensó con el cargo de fiscal general, una mezcla de ministro de Justicia con el procurador general.

Fue una gestión con claroscuros. Entre lo positivo, podemos rescatar su decidida actitud por afirmar los derechos civiles. En 1963 ordenó como Fiscal General que tropas de la Guardia Nacional asegurasen la inscripción de dos estudiantes negros en la Universidad de Alabama.
Las sombras de ese tiempo fueron ordenar las escuchas a Martin Luther King, el respaldo el plan de la CIA para asesinar a Fidel Castro, ocultar las infidelidades y vida disipada de su hermano, así como permitir a un ultramontano como Hoover seguir dirigiendo el FBI.

Pero su principal aporte al gobierno de su hermano, y a la paz del mundo, no fue en la justicia sino en la diplomacia internacional. Ocurrió durante los trece días de la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962. Sin dejar de adoptar una postura dura, alineada con la cúpula militar,Bobby pudo evolucionar para convertirse en un negociador por fuera de los carriles oficiales, y sellar un acuerdo con los soviéticos.
Era la segunda figura del gobierno, por impulso propio. Entonces, un magnicidio lo cambiaría todo: el de su propio hermano, baleado en Dallas durante un confuso episodio, el 22 de noviembre de 1963.
El asesinato de Jack sumió a Bobby en una depresión. Había dedicado toda su vida a complacerlo y a resguardarlo, hasta justificar hasta lo injustificable de sus actos. Ahora ya no estaba. Se abría para él un período con vida pública propia. Pero no podía saber lo corto que iba a resultar el mismo.

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