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El Mundial y la amistad cívica

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

El paso de Argentina a semifinales costó, se hizo esperar, se sufrió y se festejó luego en grande. La celebración colectiva sin mayores incidentes, la visión de completos desconocidos hermanados por una misma pasión deportiva presenta más de una dimensión para el análisis, sobre todo más allá del fútbol. 

Las sociedades, para prosperar -conforme Aristóteles-, necesitan leyes e instituciones justas, gobernantes prudentes y jueces honestos pero también un ingrediente sin el cual la vida pública no funciona bien: la amistad cívica.

Se trata de un concepto poco empleado entre nosotros, en el que una clase dirigente ha hecho de la diferenciación hasta la grieta y la confrontación el principal y casi excluyente modo de manejar los asuntos de la cosa pública. 

Conforme el diccionario de la lengua, la amistad se trata de un afecto personal desinteresado que se fortalece con el trato. En su vertiente cívica resulta el sentimiento de pertenencia colectiva de los ciudadanos a un país, que se traduce en la necesidad de articular metas comunes y actuar en conjunto en pos de ellas.

Cuando pasan cosas como los festejos del Mundial, queda claro que ese vínculo amistoso existe y que el clima de enfrentamiento en la solución de cada uno de los problemas comunes, como si para cada tema hubiera dos bandos, cada cual descalificando y estorbando al otro, es más de la dirigencia de ocasión que de la ciudadanía. 

Visto con sentido común y tranquilidad, en realidad es mucho más lo que nos une que lo aquello que nos separa. Nadie puede negar la existencia de problemas y carencias que nos afectan a todos y que no pueden solucionarse sin igual tipo de participación. 

Dejada de lado, ninguneada o invisibilizada de ordinario, la mano intangible de la amistad entre ciudadanos se manifiesta de ordinario, a pequeña escala, en la práctica de la solidaridad personal y de la ayuda al otro, a quien no se conoce, pero con el que se empatiza: desde aquel que ha sufrido un percance de salud o sido víctima de la criminalidad en la vía pública. Ejemplos abundan, aunque casi nunca llegan a los medios. Algo de lo que la dirigencia de todo nivel debería tomar nota para no alejarse más de la realidad de lo que puede estar situada en el presente. 

Esto no significa abolir la diversidad y generar una sociedad de individuos homogéneos. Somos -y es- una gran riqueza una «ciudadanía compleja». El disenso es no sólo un sello de una sociedad libre sino también, muchas veces, un factor de progreso. En nuestra actual situación, la inclusión es un elemento imprescindible. Claro que debe ser integral y sustentable, no parcial y que se agote en un plan o subsidio que, aun en caso de estar bien dado, petrifica una situación de pobreza antes que superarla. 

No vamos a tener una sociedad próspera sin antes lograr una sociedad justa. No es posible una sociedad justa sin cumplir con la ley e instituciones fuertes. Para todo eso se necesita de la amistad cívica como el agua misma en el desierto de nuestros conflictivos problemas: ver en el otro no un enemigo para anular sino un igual con el que hay que resolver con justicia los problemas comunes. 

Podemos y gozamos de festejar juntos los triunfos en un mundial. Tal hecho puede ser interesante para interrogarnos, más allá del juego del fútbol, si no podemos exhibir esa misma tolerancia y comunión para poder ver cómo encontramos soluciones conjuntas a nuestros problemas como país desde la solidaridad y sin agravios ¿Puede existir esa amistad cívica también por temas que hay que discutir con voluntad de llegar a la solución más justa y con espíritu solidario? 

Creemos en que sólo el sentido común de los comunes puede sacarnos del estado de histeria pública que mucha dirigencia instala. Por desgracia, hay gentes que ganan creando discordia. Otras, anestesiadas, a las que importan los problemas sólo cuando les afectan. Otras más, cuyas pretensiones legítimas no se ven reconocidas y reaccionan con vehemencia. Las hay también empeñadas en hacer creer que sus pretensiones son las más importantes y que nunca se les hace justicia. No pocas veces, los interesados de siempre hablando de la pobreza desde la riqueza con origen poco claro y que utilizan las carencias y hasta la desesperación de quienes peor la pasan para llevar agua a su molino. 

La presión en la calle, el “victimismo” -entre otras-, son herramientas para convertir sus deseos en prioridades frente a las necesidades de otros. Sin ninguna empatía por el otro; sólo importa lo propio. 

La amistad, en opinión de Aristóteles, era lo más necesario para la vida; sin amigos nadie querría vivir aunque poseyera todos los demás bienes. En tal orden de ideas, es la amistad cívica la que mantiene unidas las sociedades.

Como ningún otro hecho, los festejos del Mundial nos prueban que existe y está allí, dentro nuestro. El desafío es sacarla fuera también y ponerla en práctica, más allá de los eventos deportivos.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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