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El más secreto de los espías argentinos 

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El espionaje como actividad consistente en obtener un Estado información confidencial estratégica de otro, es tan viejo como la historia de las guerras. 

Por curioso que pueda resultar, pese a tal antigüedad nunca ha estado regulada por tratado alguno dentro del derecho de la guerra. Sólo a partir de 1977 fue mencionada con el Protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra, en el que se establece que los espías capturados por el enemigo no tienen derecho a ser tratados como prisioneros de guerra, con toda la pérdida de derechos que esa situación conlleva.

La norma se limita a recoger una práctica del derecho consuetudinario. Por su parte, el Código de Lieber de 1863, la Declaración de Bruselas de 1874 y el Reglamento de La Haya de 1907 definieron el espionaje, sin regularlo, como el hecho de recoger o tratar de recoger información dentro de un territorio controlado por una parte adversa obrando con falsos pretextos o de modo deliberadamente clandestino. Abarcaba la definición a los militares combatientes vestidos de paisano o que llevaran el uniforme del adversario pero excluía a los combatientes que lo hacían vestidos con su propio uniforme. 

Dicho en claro: se halla librado a su suerte, sin más exigencia que ser juzgados antes de imponérseles la gravosa pena que se halle en la legislación del país del caso.

Ocupación peligrosa si las hay, de difusos contornos morales, en tiempos de crisis asume una importancia vital al punto de torcer el destino de las historias y las guerras. 

Uno de esos ejemplos fue Richard Sorge, de madre rusa y padre alemán. Nacido en Rusia, toda su vida se desarrolló en Alemania. Empero su origen materno lo llevaría a transformarse en un espía de la Unión Soviética (URSS) al servicio del NKVD. Cumpliendo esas funciones, su mayor logro fue anticipar la invasión alemana a la URSS en 1941 y predecir que Japón no participaría ejecutando ningún ataque por el este, lo que permitió a Stalin disponer de las unidades siberianas para detener el avance alemán en las puertas de Moscú.

Su caso está registrado en la historia del espionaje como un claro ejemplo de cómo una persona, por encima de su formación y el lugar donde desarrolla su vida, puede sentirse mucho más ligada a otro país que al presuntamente propio. A estas situaciones, a veces, se las nombra como el síndrome Sorge.

Durante la Guerra de Malvinas de 1982 y luego de ella, los rumores respecto a que un miembro de alto nivel del gobierno británico espiaba para los argentinos se reiteraron con persistencia. Nunca hubo un sospechoso de tales actividades y son escasos los libros que tocan el espinoso tema. Mayoritariamente, ingleses.

Uno de ellos, Razor’s Edge (Al filo de la navaja sería su traducción más ajustada), de Hugh Bicheno, es el que proporciona más datos respecto al particular tema. Expresa que en la segunda semana de junio, el secreto inglés mejor guardado era que la flota estaba al límite de sus fuerzas. Si la guerra se prolongaba, debían poner proa a Ascensión e interrumpir, al menos temporalmente, las hostilidades. Por esos días, su jefe, el almirante Woodward, escribió eso en su diario, y agregó que «si los argentinos nos soplaran, ¡nos caeríamos!».

Escribe Bicheno sobre eso:»De algún modo, no investigado después de la guerra, en Buenos Aires se llegó a conocer el estado de la flota que comandaba Woodward. El 14 de junio, Galtieri le expresó a (Mario Benjamín) Menéndez que tenía información de inteligencia categórica y que lo único que debía hacer la guarnición militar de Puerto Argentino era aguantar unos días más porque los británicos estaban en las últimas. Aunque no debe descartarse la traición deliberada, la fuente más probable eran informes, bajo cuerda, de políticos y funcionarios británicos contrarios a la guerra y decididos a socavar la insistencia de Thatcher en una victoria contundente: cosa que no acota demasiado la lista de posibles traidores».

El autor algo sabe sobre el particular: antes de dedicarse a la actividad académica en el campo histórico, no sólo fue miembro del Servicio de Inteligencia Británico (MI6) sino que era uno de los oficiales principales de la inteligencia inglesa en nuestro país antes del conflicto.

Sin embargo, un punto débil existe en ese análisis: las cuestiones relacionadas con las debilidades militares no eran difundidas a la oposición: el espía del caso debe haber estado en el seno del gobierno inglés. Lo mismo vale para quienes expresan que era fruto de satélites soviéticos. La mayoría de las opciones apunta a lo que se llama “Humint”, la inteligencia que proviene de la información obtenida por fuentes humanas. Un espía, para ser claros.

En tal sentido, una de las hipótesis que habitualmente se manejan es la de un Sorge británico, un funcionario de Whitehall con buen acceso a las informaciones secretas del Ministerio de la Defensa, quien, por su relación con Argentina (familiares o tiempo pasado en nuestro país), haya tomado la decisión de pasar la información.

Los documentos existentes a 40 años del conflicto prueban que información de alto nivel respecto de ubicaciones, movimientos y ataques de las fuerzas británicas fue proporcionada a Argentina por alguien sólo referenciado como el «amigo invisible».

Con base en documentos desclasificados, Mariano Sciaroni, en una nota en Infobae del 18 de abril de 2019, puntualizaba al respecto: “Sólo un círculo muy pequeño conocía esta colaboración y jamás se dejaba constancia sobre su origen. Más críptico aún, a los iniciados se les decía únicamente que la información provenía de ‘fuentes confiables’. Y punto. (…) El ‘amigo invisible’ fue uno de los secretos mejor guardados del conflicto. Que, aún hoy, es sólo comentado entre susurros”.

Tal como ocurre con aquellos secretos de inteligencia altamente sensibles.

Comentarios 1

  1. Vicente Fidel López says:

    «Fuentes confiables», el «amigo invisible», y el «ojo mágico», era la referencia a la información suministrada por los soviéticos a la Fuerza Aérea Argentina.

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