Por Luis R. Carranza Torres
Se convirtió en el símbolo por excelencia de la desobediencia al rey inglés
Más que conocido dentro de la cultura e historia inglesas, fue universalizado en nuestro tiempo por la célebre máscara que cubre el rostro del personaje V de la novela gráfica V de Vendetta, de Alan Moore y David Lloyd, llevada luego al cine.
En el rigor de los hechos históricos, Guy (o Guido) Fawkes nació el 13 de abril de 1570 en York, Inglaterra. Murió 35 años después, un 31 de enero de 1606 en el cadalso real en Londres, luego de protagonizar uno de los hechos más emblemáticos de rebelión contra la monarquía; paradójicamente, al intentar volar el edificio del parlamento inglés cuando el monarca estuviera allí.
Fue el segundo hijo de los cuatro del matrimonio formado por Edward Fawkes, procurador y abogado del tribunal eclesiástico de York, y Edith Blake. Católico convencido, luego de luchar con los Tercios Españoles en Holanda contra los protestantes, vuelto al país, se rebeló ante las persecuciones que sufría dicha creencia en la protestante Inglaterra.
En 1604 se unió a un pequeño grupo de católicos ingleses dirigidos por Robert Catesby, que planeaba asesinar al rey protestante de Inglaterra Jacobo I, en lo que se denominó “Conspiración de la Pólvora”.
Alto, de fuerte constitución, con una espesa cabellera entre morena y pelirroja, llevaba un largo mostacho y una poblada barba también de tono rojizo, a la usanza de la época. Profesional y piadoso, era un hombre de acción con una inteligencia y resistencia física por encima de la media.
Alertadas por una delación anónima, las autoridades registraron el palacio de Westminster a primera hora del día 5 de noviembre de 1605 y descubrieron a Fawkes junto a los explosivos en uno de los sótanos del edificio.
Detenido y encarcelado, Fawkes dijo llamarse John Johnson en su primer interrogatorio ante miembros de la Cámara Privada del Rey, durante el cual mantuvo una actitud desafiante. Admitió que su intención era hacer explotar la Cámara de los Lores y expresó su pesar por no haberlo conseguido. Su firme actitud ante las autoridades hizo que se ganara la admiración del rey Jacobo, quien dijo que Fawkes poseía «una resolución romana».
Tal admiración real no lo libró de que el monarca ordenara torturarlo para obtener los nombres del resto de conspiradores. “Las torturas más leves se deben usar al principio y gradualmente se procederá hacia las peores”, fueron las indicaciones reales. Bajo apremio, debía responder a una lista de preguntas que elaboró el propio monarca, en las que se incluían, además de las obvias, algunas muy raras como “¿por qué hasta ahora no he oído que nadie le conozca?” o “¿cuándo y dónde aprendió a hablar francés?”
Sobre la base de tales pruebas se lo juzgó junto a otros ocho conspiradores a partir del lunes 27 de enero de 1606 en Westminster. El rey siguió a escondidas el proceso. Tras leérsele los cargos, Fawkes se declaró inocente, a pesar de los documentos que hablaban de una aparente aceptación de culpabilidad desde que fue detenido.
Fue un juicio sin posibilidades de defensa, con la sentencia escrita antes de iniciarse. Se encontró culpables a todos los acusados y el lord jefe de la Justicia, sir John Popham, los sentenció por alta traición a la pena de muerte. El fiscal general sir Edward Coke, quien ha pasado a la historia como uno de los mayores juristas ingleses, pidió que se los arrastrara con la cabeza contra el suelo por un caballo hasta su muerte, a fin de ser puestos “entre el cielo y la tierra porque no eran dignos de ninguno”. La condena estipulaba que luego de quitarles las entrañas serían decapitados y desmembrados para que las partes de sus cuerpos se expusieran públicamente hasta resultar “comida para las aves de presa”. Todo un ejemplo del nivel de la civilización jurídica inglesa por la época. En sus últimas palabras, Fawkes volvió a expresar su inocencia. Al igual que la vez anterior, sin el menor éxito.
El 31 de enero de 1606 fue llevado, junto a Thomas Wintour, Ambrose Rookwood y Robert Keyes, desde la Torre de Londres hasta el patio del Palacio Viejo de Westminster.
Sus compañeros de conspiración fueron ahorcados y descuartizados antes que él. Al subir al cadalso, inmediatamente antes de su ejecución pública, con la cuerda al cuello saltó desde el cadalso y se rompió el cuello, con lo que evitó la agonía de la mutilación que le esperaba. Un gesto, in extremis, de desafío ante lo inevitable.
Su cuerpo sin vida fue descuartizado y, conforme la sentencia, las partes se distribuyeron «a las cuatro esquinas del reino» para ser exhibidas como advertencia a otros traidores.
Fawkes se convirtió en el símbolo de la conspiración de la pólvora, cuyo fracaso se conmemora en Inglaterra cada 5 de noviembre en la denominada “Noche de Guy Fawkes”, en la cual se quema su efigie en una hoguera y se lanzan fuegos artificiales. Como para que no descanse nunca en paz. Pero su leyenda, en tiempos del brexit y otras yerbas, ha puesto en jaque ante sectores cada vez más amplios a la versión moderna de un mismo rígido sistema, carente de toda sensibilidad, que lo condenara en su momento.