lunes 23, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El “Hombre de Corcho” frente a su tragedia

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Resulta imprescindible, en esta era de relativismo político y cultural, asirnos a los paradigmas del pasado que alguna vez ayudaron a construir el imaginario de toda una generación. Generación que se resiste a perder sus esperanzas y sus sueños, habida cuenta de que vivimos -a pesar de los logros materiales- un tiempo vacío cuando la información parece haberle ganado una batalla importante a la sabiduría, a la reflexión.

La consecuencia inmediata es grave, preocupante. Nos hemos transformado -al decir de Enrique Anderson Imbert- en un “hombre con alma de corcho, traído y llevado” al antojo de cualquier aventurero que se hace del gobierno, del poder y necesita de la perdida de la fe en las instituciones y en la política para justificar su existencia. Ésa es la herencia más gravosa que ha dejado la revolución conservadora -mal llamada neoliberal-, cuyos ecos aún resuenan con fuerza en América Latina y Europa.

Debemos reencontrar el camino. La tarea es compleja porque requiere el concurso de todos para evitar que las sociedades se refugien en el pasado por temor al futuro. La Historia, enseña Jacques Revel, entre otras cosas, debe “ayudar a salir del encierro del presente (…) Cuando era joven (…) los futurólogos alargaban las curvas del desarrollo a cincuenta, cien años para imaginar lo que sería el futuro en el siglo XXI. Ya nadie se atreve a hacerlo y cuando se lo hace es para trazar curvas catastróficas: el fin de los recursos petroleros o los desequilibrios demográficos. Es decir, para cerrar el horizonte, mientras que hace treinta años era para mostrar que el horizonte no tenía fin.”

Las preguntas abundan. ¿Cuándo se debilito la idea de progreso? ¿Quiénes fueron los responsables de tamaño dislate? Las teorías conspirativas, que ganan espacio y adeptos en los medios de comunicación, tienen un efecto ruinoso. Más allá de nuestras dudas sobre sus certezas habría que incorporar al análisis los juegos del mercado. Saber cómo inciden en nuestra forma de vida y las presiones que ejercen sobre los gobiernos ¿usurpando? en gran parte del mundo las funciones del Estado.

Si la idea predominante es la herencia conservadora, indaguemos, auscultemos la entretela de la realidad. Encontremos conceptos distintos de la verborragia de la política, que ha perdido su norte. El giro que se imprimió a la política mundial durante los años 80 y 90 tenía, según sus gurúes, la finalidad de achicar la brecha entre las naciones pobres al nivel de vida de las ricas. Los resultados están a la vista.

“Las medidas recetadas por el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el Banco Mundial (BM) -terapia de choque, ajuste estructural, liberalización financiera y comercial, desregulación- sirvieron sobre todo para erosionar las instituciones laborales y destruir la capacidad negociadora de los sindicatos, para impulsar una privatización masiva y precipitada que sólo benefició a una minoría y para impedir en muchos países un aumento del gasto público que habría hecho frente a sus necesidades sociales -describe Noreena Hertz, directora asociada del Center for International Business and Management de la Universidad de Cambrige-. La píldora era amarga, por eso muchos tuvieron que ingerirla a la fuerza. El FMI y el BM dictaron sus normas a los países en desarrollo que dependían de los créditos internacionales, condicionando estos últimos a la aceptación de sus ideas económicas. Mediante la dependencia financiera o la amenaza de sanciones, estas entidades metieron en cintura a los Estados descarriados.”

Pero a veces el paciente empeoraba. La pócima sabe a veneno. Las desigualdades no habían dejado de disminuir en esos países desde 1945 hasta la década de los 70. Tendencia que se invirtió tras el triunfo de los principios del Consenso de Washington. En el antiguo bloque soviético, la mayor parte de Latinoamérica y del sur, sureste y el este de Asia, trabajosamente se ha vuelto a crecer de un modo significativo durante los últimos 20 años. Sin embargo, con la notable excepción del este de Asia, el número de personas que viven en la pobreza extrema ha crecido en forma exponencial en los países en vías de desarrollo. La muerte por hambre golpea a todos. El dato no es antojadiza. El Informe sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas correspondiente al año 2000 es elocuente.

Ante ese panorama desolador la Historia adquiere un valor excepcional. Increpa al “hombre de corcho”. Le provee de los elementos necesarios para desterrar el miedo al futuro, evitar que se refugie en el pasado glorioso, conquistado, construido por otros. ¿Por qué hemos extraviado el rumbo? ¿Cuál ha sido la razón de nuestra complicidad? El papel del historiador -mal les pese a muchos- no consiste en agradar al poder. Es determinar las variables de la memoria colectiva porque la sociedad necesita de la memoria política para recordar y saber de la existencia de cadáveres que se guardan en los armarios.

Entonces, “el hombre de corcho” dejará de serlo. Comenzará su camino hacia la libertad. Exigirá sus derechos. Requerirá la mejor educación; “una educación humanista -un humanismo integral con ciencias y técnicas, no sólo el humanismo clásico- que lo solidarice” con el esfuerzo del conjunto y asuma el valor pleno del libre albedrío.

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