Formar una dupla para mediar se asemeja mucho a encontrar pareja, porque no somos compatibles con todo el mundo. Cada mediador tiene su propia identidad profesional que está muy enraizada a su personalidad y esto moldea su despliegue en la mesa.
Es decir, una cosa es el perfil del mediador, otra es la destreza y otra es su idiosincrasia frente a los conflictos. Estos tres elementos interactúan y convergen, complejizando el entendimiento entre colegas.
Ser compatibles, entonces, no significa ser iguales o pensar lo mismo; mi idea de compatibilidad atiende a la capacidad de ser uno los dos. El propósito de esta nota es compartir perspectivas al conformar distintas duplas o parejas para mediar en casos de familia.
Comencé a mediar en el Centro Judicial con la mediadora C. Mi elección por ella tuvo algo de azar y algo de intención. La elegí porque admiro su experiencia, comparto algo de su idiosincrasia y también me gusta ella, muy atractiva mujer a sus 60 y pico de años. Admitir esto es un acto de sinceridad que, considero, es la virtud más importante a desplegar.
Marines Suarez en su libro El espejo de los mediadores no ocultaba tampoco el gusto por su colega mediador varón; vivía y sentía su vínculo laboral con intensidad, otra virtud importante.
Lo mejor que podemos hacer es no retenernos donde sabemos que no es. Muchas veces permanecemos donde no nos sentimos parte, por miedo a quedarnos sin lugar. Nos movemos por inercia, sin explorar. Tenemos que sentirnos más, para poder sentir a los demás.
Comenzamos mediando en varios casos con resultados muy positivos; aprendí y aprendo muchísimo a su lado, pero no tardamos en darnos cuenta de que no éramos compatibles para mediar. Somos muy parecidos. Compartimos muchos gustos, sabemos contenernos y no nos dejamos de hablar, pero en la mesa nos costó interactuar.
Luego de aquella experiencia, compartí casos con otras colegas. No tenía claro con quién, así que salí a navegar dejándome llevar adonde fuera mi mejor lugar. Es más fácil seguir la corriente. Apegarse a las estructuras, repetir, pero eso también es dejar morir la creatividad, la intuición y la sensación.
Es importante entender que el hecho de no ser compatible con algún colega simplemente es una muestra de la complejidad propia de ser humanos.
“Allí donde ustedes ven cosas ideales, yo veo cosas humanas”, decía Nietzsche.
Un buen día llegó MJ, con quien hoy comparto dupla. Llegó sin buscarla, sin esperarla. Es sumamente afectuosa, lo cual no le impide tener una fuerte y firme personalidad. Había prejuicios por lo nuevo, pero nos dejamos llevar y, con el tiempo, pudimos conectar.
Sin duda, somos uno los dos. Coincidimos en un sentido agudo para analizar los escenarios pero interactuamos más por contraste. Nos relevamos en los roles y tenemos un perfil de mediadores muy dinámico. Como dos músicos que improvisan según la vibra del momento, así somos.
Nos tomamos muy en serio nuestro trabajo y el dolor de las personas que llegan con su historia. Sentimos la mediación con mucha pasión y, al igual que muchos de ustedes, más de una vez nos encontramos solos ayudando en una situación.
Hacemos briefing de cada caso, porque conocemos nuestro talón de Aquiles y también nos dividimos las tareas con roles bien definidos en función de lo que sabemos que podemos aportar mejor.
Su rol de madre me hizo reflexionar sobre muchas colegas mujeres. Cuidar un niño pequeño y ejercer la profesión es un esfuerzo grande y a veces el trabajo de una dupla no es 50 y 50. Las contingencias existen y si realmente vamos a la par, la buena predisposición también tiene que estar.
Con el transcurso de los meses conocí a Juan. Él fue muy disruptivo porque siempre tuve la idea -y la sostengo- de que la dupla en familia debería ser compuesta por un hombre y una mujer. Es la energía femenina y la masculina, Shakti y Shiva, para los seguidores de la tradición del tantra.
Sin embargo, logramos articularnos muy bien en casos complejos y equilibramos nuestras energías. Compartimos un entusiasmo argumentativo similar y una sensibilidad especial a la hora de actuar. Es un gran compañero con quien logramos ser uno los dos, a pesar de mediar ocasionalmente.
Con él aprendí que lo incómodo es lo que nos desafía y lleva a esos lugares desconocidos. En la repetición no hay creación y sacudirnos de vez en cuando para liberar apegos es parte de la profesión.
Eso es lo que ocurrió con la mediadora J, a quien conocí hace algunos años y. a pesar de su experiencia, me resultó impredecible. Las circunstancias nos volvieron a cruzar y me invitó a mediar; conocedor de su perfil que escapaba a mi control, con cierto temor, acepté.
Entiendo que las experiencias llegan a nuestra vida para vivirlas y, lograr esta vez un acuerdo juntos fue un espejo que me permitió observar que una parte de mí podía cambiar.
Hay personas que llegan para llevarnos a nuestra profundidad y otras que nos abrazan con suavidad. Sólo toca dar las gracias por cada aprendizaje, aceptar los desafíos y hacer camino al andar.
(*) Mediador
Qué nota tan emotiva! Y útil, para conocer quizá, un poco más, las motivaciones que puede llegar a experimentar un mediador.
Hola Dani! me resulta muy interesante tus reflexiones, de cuyas vivencias estoy alejado hace varios años. Mi dedicación -principalmente- individual es diferente. Extraño la cotidiana co-mediación y la posibilidad de armar duplas con quien se experimenta esa sintonía, ese “hacerse uno”. Un abrazo!
Me encanta tu relato yo también interactue con muchísimos mediadores de distintas profesiones de base y es muyyy interesante ver que usando distintos elementos se puede trabajar y avanzar en los acuerdos necesarios. Para las partes y para nosotros los mediadores