Por Pablo C. Stampella (*)
El 22 de mayo se cumplieron 29 años de la redacción del Convenio sobre Diversidad Biológica, cuyos principales objetivos son la conservación, el uso sostenible y la participación justa y equitativa de los beneficios resultantes de la utilización de los recursos genéticos. Si analizamos someramente estos objetivos podremos ver algunos aspectos relacionados con la biodiversidad como mercancía. ¿La biodiversidad es una moneda de cambio?
La diversidad biológica es el resultado -y el insumo- de la evolución biológica pero también de los movimientos y las prácticas (selección cultural) que diferentes pueblos, a lo largo del tiempo, han llevado a cabo, que hoy podemos percibir bajo las materialidades conocidas como plantas cultivadas, ambientes (selvas, campos, palmares) e inclusive plantas que pensamos como silvestres. Varias disciplinas actualmente están discutiendo qué es naturaleza, qué es ambiente. Pero ¿ha quedado lejos la visión -dominante- de una naturaleza prístina separada de los seres humanos, de seres humanos extrañados de la naturaleza, dominándola?
Entonces, si queremos llevar adelante los objetivos planteados anteriormente, parece necesario entender cómo los diferentes pueblos interactuaron -e interactúan- con su entorno a lo largo del tiempo. ¿Cómo podría denominarse la expresión resultante de esa interacción prolongada? Además de conservarla, ¿es posible incrementarla? Esta última pregunta puede responderse mirando actual e históricamente a los pueblos originarios, campesinos y agricultores familiares, entre otros. En medio de este entramado, el término paisaje surge como respuesta a estas inquietudes. Este término puede definirse como las materialidades resultantes de un fenómeno biocultural, diacrónico, construido por la interacción sostenida a lo largo del tiempo entre los pueblos y el entorno. Aquí vemos cómo, al tratarse de una naturaleza interpretada, el componente simbólico y las prácticas de manejo se vuelven ejes de análisis fundamentales.
Cerca de cumplir las tres décadas de este convenio, queremos proponer la expresión “diversidad biocultural”, acuñada por Luisa Maffi a inicios de este siglo. La diversidad biocultural se refiere a esa inextricable relación entre la diversidad biológica (organismos, especies, comunidades, ecosistemas) y la diversidad cultural (conocimientos, creencias, comportamientos, prácticas, lenguaje), las cuales interactúan de modo complejo y coevolucionan, tanto en los ámbitos global como local.
Es urgente la necesidad de un abordaje transdisciplinario entre organismos gubernamentales, equipos de investigación y comunidades locales para poner en relieve las problemáticas locales y abordarlas de manera conjunta.
(*) Doctor en Ciencias Naturales. Docente de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. Investigador Asistente de Conicet. Laboratorio de Etnobotánica y Botánica Aplicada, Facultad de Ciencias.