Por Francisco D’Onofrio*
Argentina es el país de América latina con la mayor tasa de obesidad en niños menores de cinco años y en adultos varones, según informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) de 2017. No se vislumbran acciones públicas eficaces que busquen revertir esta situación. La obesidad es una enfermedad crónica que requiere de un tratamiento integral con dieta saludable, actividades antisedentarismo, control de emociones, uso de fármacos, balón gástrico y en casos extremos, la cirugía bariátrica.
La obesidad constituye un grave problema de salud pública calificado como la epidemia del siglo, a la que se destina una variedad de recursos económicos y humanos para su prevención y tratamiento a escala mundial, pero con aislados resultados positivos en la actualidad.
Esta enfermedad es un factor de riesgo de padecer otras enfermedades crónicas, tales como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, mayor incidencia de infartos agudos de miocardio, ACV, lesiones articulares y apnea del sueño, existiendo la posibilidad de desarrollar varios tipos de cáncer. Asimismo, se afecta la psiquis del individuo que la padece al disminuir la autoestima y ver afectadas sus relaciones sociales.
En los últimos 30 años se duplicó la tasa de este mal tanto en hombres como en mujeres.
Actualmente unos 6,5 millones de adultos son obesos en el país y más de 60% de la población argentina tiene exceso de peso, según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo.
Las acciones de prevención que deberían ser transversales a las diferentes áreas de gobierno no ocurren, por lo que en este aspecto estamos en desventaja respecto de países como Chile y México.
El tratamiento de la obesidad debe abordarse con una terapia integral. En efecto, las recomendaciones internacionales coinciden en que debe estar a cargo de un equipo interdisciplinario para implementar acciones que abarcan desde planes de alimentación hipocalórica con reeducación alimentaria, práctica regular de actividad física y actividades antisedentarismo, el apoyo de salud mental para el control de las emociones con cambios conductuales, el uso de fármacos anorexígenos seguros, el balón gástrico y, para casos extremos, la cirugía bariátrica.
Recientemente se realizó en Tucumán un ensayo clínico doble ciego, inédito utilizando mazindol (fármaco anorexígeno) como coadyuvante para el descenso de peso.
El estudio se efectuó con personal de la policía provincial, a quienes se los estudió durante tres meses con un plan de alimentación hipocalórico, actividad física y farmacoterapia.
Luego de ese período, los resultados mostraron que el grupo al que se administró el principio activo mazindol tuvo una reducción de su peso corporal inicial de ocho por ciento y también una reducción de su masa grasa con resultados superiores con respecto del grupo que no recibió medicación.
Este resultado es relevante ya que una reducción del peso inicial de entre cinco y 10 por ciento reporta beneficios para la salud del individuo, mejorando su calidad y expectativa de vida al disminuir los factores de riesgo.
*Médico especialista en Nutrición. Creador y Supervisor del Programa de Obesidad del Ministerio de Salud de Tucumán