A finales de 2010, los compromisos de Argentina representaban 45,8% del PIB. Excluidos los contraídos con el sector público, esa cifra descendía a 24,4% del Producto.
La deuda externa fue durante muchos años -a finales de los ochenta y los noventa- una pesada carga para la sociedad argentina, pero sobre todo resultó un mecanismo político para modelar la economía nacional a las necesidades del capital externo, fundamentalmente norteamericano. Su peso, entonces, no sólo resultó grande desde lo financiero, sino fundamentalmente desde el punto de vista político, pues permitió la pérdida de soberanía en áreas clave, la degradación del Estado y la desaparición de miles de empresas pequeñas y medianas que perdieron todo tipo de asistencia y apoyo del sector público y debieron enfrentarse inermes a la competencia extranjera.
Por todo ello, constituye una buena noticia la reducción permanente del endeudamiento público que se viene registrando desde 2003 y que en diciembre del año pasado llegó a representar 45,8% del Producto Interno Bruto (PIB), al ubicarse en 164 mil millones de pesos. Su peso no sólo resulta menor por los pagos realizados sino también por el incremento del PIB, lo que colocó la economía nacional en muchas mejores condiciones de afrontar los vencimientos.
De esa forma se rompió el cóctel explosivo que se había instalado desde finales de los ochenta, cuando se aunaban un modelo –el de la convertibilidad- que sólo cerraba con más deuda, una producción nacional que no podía competir en el mundo ni en el mercado interno con los productos importados y una economía deprimida, que crecía a bajas tasas o se reducía.
Dos etapas
En los últimos años, el desendeudamiento argentino tuvo claramente dos etapas: la primera, desde 2003 a 2008, cuando se afrontó sobre todo mediante el abultado superávit fiscal (3% del PIB), que posibilitaba afrontar todos los intereses de la deuda y buena parte de los vencimientos de capital. También fue importante la renegociación de la deuda en default en 2005, cuando se modificó su monto, tasa, plazo y moneda, siempre a favor del Estado –específicamente, se propuso una reducción de 65%, que tuvo una aceptación de más de 76% por parte de los bonistas; y en los canjes sucesivos alcanzó 93% de apoyo-.
En esta primera etapa también sobresalió la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El 10 de enero de 2006, en un solo pago de 9.530 millones de dólares tomados de las reservas del Banco Central, el ex presidente Néstor Kirchner la saldó y, con ello, expandió las posibilidades de una política económica autónoma, alejada de las exigencias y las misiones trimestrales del organismo.
Sólo cabe imaginarse lo que podría haber ocurrido dos años después, en la crisis de 2008 -cuando el Estado nacional decidió intervenir con firmeza para sostener el mercado interno- si el país se hubiera visto obligado a escuchar las recetas de ajuste del Fondo, como les pasó a Grecia, Portugal o España. De allí que el desendeudamiento implicó un importante aumento de los márgenes de autonomía nacional para delinear políticas económicas.
La segunda etapa de desendeudamiento comenzó a fines de 2008, cuando el impacto de la crisis financiera internacional sumado al agravante de la sequía local hizo que el Gobierno perdiera la totalidad del superávit primario. El proceso de desendeudamiento continuó mediante la estatización de las AFJP –a finales de 2008- y el uso de reservas internacionales y emisión monetaria para el pago de la deuda en 2009 y 2010.
La deuda con otros
Un análisis más detallado de la situación actual de endeudamiento aporta además otra buena noticia: la deuda pública en manos privadas y organismos internacionales –es decir, excluida la que se tiene con el propio sector público (Banco Central, Anses, Banco Nación y otros), que se ubica hoy en 77 mil millones de dólares- disminuyó en más de 90 mil millones, al pasar de 178 mil millones en 2003 a 87 mil millones en la actualidad. Dado que este desendeudamiento nominal se observó en un proceso de alto crecimiento económico, la deuda en manos privadas y organismos pasó de representar 140% del PIB en 2003 a 24,4% a finales de 2010.
De allí que hasta muchos economistas ortodoxos, insospechados de cercanía a los criterios del Ejecutivo, resaltaron por estos días los resultados de estas políticas. Tal fue el caso de Ramiro Castiñeira, de la consultora Econométrica, quien destacó que “producto del desendeudamiento en la última década, por primera vez el país transita en democracia sin la carga de la deuda pública en su espalda. El nuevo nivel de endeudamiento y su perfil de vencimientos resulta congruente con la capacidad de pago del Gobierno, que no delega ni ahoga el crecimiento económico, además que genera una marcada independencia de los mercados financieros para su pago”.
De acuerdo con el análisis de Castineira, “Argentina culmina su Bicentenario con un bajo nivel de deuda pública. Los intereses de ésta contra privados y organismos representan 1,1% del PIB este año. En 2001 se pagó 3,8% del PIB y Brasil actualmente paga 5% de su PIB en intereses”.
Tras este largo proceso de desendeudamiento, aún en marcha, el debate es ahora cómo aprovechar los márgenes de autonomía logrados para profundizar un modelo productivo, con inserción externa y equidad social.