viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

De la mesa de saldos a la política nacional

Por Alicia Migliore*
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Alicia Migliore (*) 

E s muy interesante recorrer mesas de saldos y ofertas de libreros; uno de los mejores paseos de compras: con unas “pocas monedas” se adquiere un pasaje a otra época, a otro mundo, que se disfruta durante mucho tiempo.
Así me ocurrió muchas veces, al acceder a joyas para mi colección de mujeres valiosas. Cuando descubrí una exquisita y exhaustiva biografía de Lola Mora, también compré María de Sanabria, de Diego Bracco (Ed. El Ateneo, Bs. As. 2009), entusiasmada por la contratapa, que refería la expedición a Indias comandada por mujeres, en 1550. Desconocía la historia y todo lo que ella dispararía en mi interior.
La novela es una ficción histórica que pone en eje principal a una joven sevillana, María de Sanabria. En un relato ágil sitúa la realidad socioeconómica de esa España ávida y codiciosa de las riquezas de Indias, los negocios de la Corte y la postergación de las mujeres, dispuestas a aventurarse a la mar para eludir matrimonios de conveniencia o vidas de exclusión.
Los condimentos derivados de la travesía por mar sólo profundizan la visión, aún actual, de las dificultades para asumir y subordinarse a la conducción de una mujer.

Los dichos españoles que el autor pone en boca de Álvar Núñez Cabeza de Vaca sirven para entender aquella concepción de hace casi cinco siglos: “El navío y la mujer, malos son de conocer”; la sospecha constante sobre la peligrosidad de las féminas, “De la mujer y de la mar, no hay que fiar” y, por supuesto, la garantía varonil de desempeño oculta en la admonición “mujer sin varón, es peor que navío sin timón”. Hace tanto tiempo y aún hoy la matriz patriarcal pretende imponer esos dichos ¿populares? en normativa general.
Volviendo a la expedición y a la ficción y la realidad podemos afirmar que aquélla zarpó de España en abril de 1550 y, sorteando un sinfín de dificultades que incluyeron abordajes, motines, naufragios, arribaron a Asunción del Paraguay en marzo de 1556.
Los registros no son exactos pero sí hay coincidencia en sostener que fue la primera expedición que trajo mujeres hidalgas al Nuevo Mundo; no la hay en la justificación de tal empresa: algunos sostienen que fue para evitar los abusos sexuales contra las mujeres de los pueblos originarios americanos y otros para evitar tanto mestizaje, fruto de tantos abusos. En cualquiera de los casos, se analiza a las mujeres en su rol de paridoras, garantía de continuidad de la especie.
Y ellas se esmeraron en demostrar que eran bastante más que eso.

Se afirma que partieron alrededor de 65 mujeres entre la tripulación de las tres carabelas. Después de tocar tierra en Canarias, África, la costa de Brasil, se registra el ingreso a Asunción, caminando, de 22 hombres, 21 mujeres y los niños nacidos en ese período de seis años.
Es interesante verificar aquel tema de los adelantados: todos conocemos, porque nos enseñaron, que el primer adelantado del Río de la Plata fue Pedro de Mendoza; el segundo, el mencionado Núñez Cabeza de Vaca; el tercero, Diego de Sanabria, que otorgó poderes a la Primera Adelantada del Río de la Plata, Mencía Calderón Ocampo, la madre de María de Sanabria.
Ya no nos sorprenden estos pliegues que ocultan a las mujeres en dobleces misteriosos. Rescatamos a Mencía y a las valientes mujeres que la acompañaron en la travesía.
Siempre resultará insuficiente nuestra imaginación para identificar los sentires de esos tripulantes, hombres y mujeres, en embarcaciones tan precarias. Los conflictos potenciados por la miseria y la urgencia, las tentaciones y resistencias de unos y otras en tantos días de alta mar, las pasiones encontrada de amores y odios alternados, las alianzas indispensables para arribar a puerto… pero podemos aproximarnos.
María de Sanabria tuvo como compañero de viaje a Fernando de Trejo, con quien se casó y tuvo dos hijos, Hernando y María. El varón nacido en San Francisco (actual Brasil), población fundada por su padre, fue luego Fray Hernando de Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad de Córdoba, conocido como Obispo Trejo, uno de los niños que ingresó a Asunción con la comitiva. Dicen algunos historiadores que fueron tres los hijos de este matrimonio, concluido por la muerte de Fernando de Trejo apresado en Paraguay por haber perdido los favores del Reino de España.

La viuda contrajo nuevas nupcias con otro sevillano, esta vez Martín Suárez de Toledo y Saavedra, con quien tuvo ocho hijos; entre los cuales se encuentra el primer criollo, nacido en América, que ocupó un puesto de gobernante de una región colonial: nos referimos a Hernando Suárez de Toledo Saavedra y Sanabria Calderón, o Hernando Arias de Saavedra o, sencillamente, Hernandarias. Fue gobernador del Río de la Plata y del Paraguay por tres períodos, desde 1596 a 1618.
Poca memoria guarda la historia de la primera adelantada y de su hija María, pero los apuntes locales las rescatan como destacadas defensoras de los derechos de los nativos. Conductas que también se atribuyen a sus hijos mencionados.
¿Qué tendrá todo esto que ver con la política nacional? puede preguntarse. Y no se equivocará quien afirme “todo”; tampoco aquel que responda “nada”.
En realidad, me agrada pensar que nuestro país es un enorme barco, poblado por una tripulación diversa, con aptitudes diferentes, necesidades variadas, deseos dispares, ambiciones razonables o desmedidas, enfrentada en facciones que mutan a nuevas alianzas según las circunstancias. Esa tripulación tiene un objetivo, consciente o no, que es llegar a puerto firme para erguirse sobre sus pies y caminar hacia el futuro.

Las adversidades que enfrentaron esas expedicionarias en alta mar no se diferencian demasiado de las amenazas disociadoras que se enfrentan en esta sociedad globalizada: los corsarios de hoy no llevan las espadas ni mosquetes de aquéllos pero su motivación es desapoderar de riquezas a la tripulación (del barco o del país); los enfrentamientos internos entre los poderosos y los más vulnerables (ayer mujeres y también hoy) se resolvían con la ley de la picota o del palo mayor en los buques que navegaban en ultramar y hoy debería resolverlas la justicia aplicando las leyes conquistadas en más de dos siglos; las tempestades amenazadoras de entonces, agravadas por la precariedad de las embarcaciones, se parecen bastante a la degradación del planeta que propiciamos por impericia y desidia. Si hay filtración de agua en altamar, son necesarias todas las manos para achicar la inundación, sin calificar su fuerza o capacidad, lo que vuelve indispensable y valiosa toda la tripulación si mantiene en perspectiva la brújula que la guíe.
Ellas lo lograron, salieron de un mundo que conocían y no les agradaba, buscando la aventura en un nuevo mundo, debieron racionar alimentos, aplicar castigos, distribuir esperanzas y mantuvieron su espíritu intacto para criar a los hijos con la posibilidad de pleno desarrollo.
Imaginemos el barco y tratemos de inspirarnos en esas mujeres osadas, tal vez alguien vea pájaros, que avisarán que la tierra está cerca.

(*) Abogada-ensayista.
Autora del libro Ser mujer en política

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